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«Nos están matando. Dile a mi hermana Fátima que denuncie, que no deje de hacerlo, porque nos están matando». El capitán Antonio Sequea, de 42 años, aprovechó el corte de suministro eléctrico que se produjo hace unos días en el Rodeo 1, cárcel de máxima seguridad adaptada por el chavismo cerca de Caracas para los rebeldes más duros. Tan inhumana es que ha convertido a la siniestra Helicoide en un lugar más confortable.
Vigilado durante todo el día, el militar que rescató a Leopoldo López el 30 de abril de 2019 pudo denunciar a su interlocutor las condiciones infrahumanas que sufren. Un año después de aquella rebelión cívica-militar que dio la vuelta al mundo y cuyo fracaso provocó el refugio precipitado de López en la embajada de España en Caracas y la huida del capitán rebelde, Sequea comandó el desembarco en playas venezolanas, la famosa Operación Gedeón.
Entre los muertos de aquella aventura kamikaze se encontraba uno de sus primos. Y entre los supervivientes, nombres conocidos como el de Josnars Adolfo Baduel, hijo del general Raúl Isaías Baduel, a quien el chavismo dejó morir en sus mazmorras en un caso análogo al del opositor ruso Eugeny Navalni. O Luke Denman y Airan Berry, los dos mercenarios estadounidenses, como les bautizó el régimen bolivariano, intercambiados en diciembre pasado por el famoso magnate colombiano Alex Saab, presunto testaferro de Maduro que había sido extraditado desde Cabo Verde a una cárcel de Florida.
"A varios les colocaron electricidad y les apuntaron con un fusil en la boca"
Todos ellos sufrieron torturas, denunciadas ante los jueces. Pero, más allá de su nariz rota y otras lesiones, seguramente lo que más dolió al capitán Sequea fue la captura de su propio cuñado, el estudiante hispanovenezolano Fernando Noya. Este joven de 32 años, admirador del capitán, es hermano de Verónica Noya, la mujer de Sequea, quien junto a sus tres niños viven hoy en Madrid, lejos de las garras del poder bolivariano. Ambos poseen nacionalidad española, la sangre gallega corre por sus venas.
A Noya le persigue el mismo destino que a los otros presos españoles, cuatro mujeres y dos hombres. Entre ellas Rocío San Miguel, personaje emblemático de la sociedad civil venezolana encarcelada por una conspiración en la que sólo creen las mentes más delirantes del oficialismo.
«No me pienso quedar callada», dice Verónica Noya a Crónica desde su nuevo hogar en Madrid. «Las celdas son de 2x2, no tienen colchones, en las mismas letrinas donde hacen sus necesidades se duchan, les dan dos o tres vasos de agua al día. Hace muchísimo calor, esas celdas son un horno. No permiten que les hagamos llegar ni comida ni agua ni sábanas. Les han rapado las cabezas, no tienen libros ni nada. Sólo les dejan tener una biblia. Antonio y Fernando han bajado de peso, pasan 23 horas metidos en la celda. Ahora les han dejado a los dos tener una foto de los niños», añade Noya. Reconoce que detendría el tiempo para volver la vida atrás sobre unos hechos, sobre la heroicidad de los dos hombres y su «rebeldía libertaria», dispuestos a sacrificarse por su país.
Del Helicoide al Rodeo 1
La nueva odisea del capitán Sequea y el estudiante hispanovenezolano Noya comenzó el 4 de abril. Agentes chavistas les sacaron de sus celdas del Helicoide, junto a 23 personas más, para llevarles a un lugar desconocido. «A varios (incluidos Sequea y Noya) les colocaron electricidad y les apuntaron con un fusil en la boca. Me informan que el motivo fue la protesta frente a la pretensión de dejarles sin visita por un mes», denunció el fiscal Zair Mundaray, exiliado hoy en Colombia.
Días después algunos recibieron las primeras visitas. El protocolo ya les anunciaba que las cosas iban a peor: tanto a los presos como a los visitantes les ponen una capucha negra y tapabocas para conducirles por una serie de pasillos. Los guardias, como si fueran la nueva Inquisición revolucionaria, también ocultan sus rostros. Un cristal les divide, la conversación es a través de los teléfonos intervenidos por la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM).
«Mi hermano trabajó en la Dgcim y el Sebin hasta que decidió dar un paso en contra del sistema, lo que nos ha costado la persecución a toda la familia. Nuestro padre murió en el exilio llorando por regresar a su país», constata Fátima Sequea, otra de las luchadoras de esta historia. La hermana de Antonio es abogada, actualmente en Colombia, donde también tuvo que asistir a sus otros dos hermanos militares, capturados en principio por orden del gobierno colombiano.
"No les dejan dormir por las noches, golpean las celdas cada 5 ó 10 minutos"
La familia Sequea ( 14 personas contando con los niños) huyó de la persecución chavista. Les quitaron vehículos, les arrebataron sus hogares, les saquearon... Un destino maldito que se decidió en la madrugada del 30 de abril, cuando el capitán Antonio Sequea liberó a Leopoldo López de su prisión domiciliaria, incluso le arrancó el dispositivo eléctrico de su tobillo.
«No les dejan dormir por las noches, golpean las celdas cada 5 ó 10 minutos. Están debilitados y ojerosos, plagados de picaduras (en plena epidemia de dengue). Sólo tienen derecho a ver el sol tres veces por semana. Sufren escabiosis (sarna). Para mí es una forma de exterminio, un plan para acabar con el organismo del preso», se queja Fátima Sequea, quien también ha tenido que luchar contra el «sicariato mediático» que asegura se ha montado contra su hermano.
«Antonio es un patriota. Su único delito es querer liberar Venezuela, lo apostó todo para ello», concluye Fátima, convencida de que han trasladado al Rodeo 1 a los más duros de la lucha contra el chavismo —como al capitán Juan Carlos Caguaripano, otro de los torturados allí— para convertir esa cárcel en «un campo de concentración disfrazado para ocultar las violaciones de los derechos humanos».
Esta semana se han conocido 29 sentencias por el Caso Gedeón, de entre 30 y 21 años, además de la confiscación de todos sus bienes. Sequea ya carga con dos sentencias de 30 años por el desembarco y por liberar a Leopoldo López.