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En mitad de «un tsunami», Sebastián, calado hasta la barriga, se subió como pudo a un carro que tiene junto a las cuadras de su ganadería. Desde allí podía ver cómo subía el nivel del agua, que ya estaba arrasando todo su negocio, donde también vive.
Desde ese carruaje que tantas veces le había acompañado a sus espectáculos ecuestres tenía la mirada fija en la pared de enfrente, en una correa de hierro anclada a una argolla de acero a metro y medio de altura. Si el agua alcanzaba esa cota, Sebastián comenzaría a abrir las cuadras de sus 100 caballos portugueses para que escaparan como pudieran.
Finalmente, el agua se quedó a cuatro dedos de esa argolla taladrada a la pared. «Fue un milagro. El agua no ahogó a los caballos, ni siquiera a los potrillos, porque era tanta la presión que llevaba que reventó el portón de hierro que hay junto a un picadero cubierto que tengo. Por ahí se evacuó y comenzó a correr. Si no, hubieran muerto todos. Y yo, probablemente, con ellos», explica Sebastián Ponce cuando EL MUNDO visita su ganadería.
«Mi mujer y mi hija me gritaban desde la planta de arriba. Se habían cobijado en la casa de un trabajador que tengo. Yo no las escuchaba. Quizás pensaron que me había ahogado con los animales. No sabían qué estaba pasando».
El rastro de la riada todavía sigue presente en esta enorme instalación ubicada junto a una carretera. A un lado están las cuadras, ya con los boxes secos y con los animales dentro, pero con los picaderos donde Sebastián doma los caballos llenos de fango mezclado con paja. Los vestuarios que usan los jinetes cuando vienen a montar también se anegaron. Afuera, en otras cuadras techadas pero al aire libre, parece como si un huracán hubiera arrasado con todo.
Al otro lado de esta finca se encuentra la vivienda en la que reside la familia de Sebastián, casado y con dos hijos. La ropa de los armarios sigue empapada. Varias bolsas con enseres inservibles se acumulan junto a una puerta a la espera de tirarlos a la basura. Hay cuadros manchados de barro, una nevera estropeada...
SEIS CUBAS DE 1.000 LITROS
Tras la riada, varios amigos y voluntarios se volcaron en ayudar en la limpieza de las instalaciones. Pero el agua potable sigue sin llegar hasta aquí, hasta esta ganadería a las afueras de Aldaia, uno de los municipios valencianos arrasados por la riada. Sebastián ha tenido que traer en un camión agua con la que llenar seis cubas de 1.000 litros cada una para dar de beber a sus caballos. Su gran temor después de la DANA fue que sus animales murieran de sed. Mientras recorre sus instalaciones, este ganadero rememora «el infierno» vivido.
«Fue como una enorme ola que llegó sobre las nueve de la noche. Aquí no había caído ni una sola gota de agua en toda la tarde. Pero por esta zona nos comimos todo lo que bajaba de más arriba, de pueblos como Catarroja o Paiporta. En cuestión de cinco minutos estábamos con el agua al cuello. Yo conseguí poner a salvo a mi mujer y a mi hija saliendo por una ventana. Mi hijo no estaba en ese momento. Ellas se subieron a la casa de nuestro trabajador por una escalerilla. Yo me metí a las cuadras a esperar. Desde ese carruaje -señala con una mano- lo que veía era una enorme piscina a mi alrededor. Los caballos estaban nerviosísimos», narra Sebastián, nacido en Jerez de la Frontera (Cádiz) hace 59 años, pero que vive en Valencia desde hace 34. «Hasta las dos de la madrugada no nos dimos cuenta de que lo peor ya había pasado».
Varias generaciones de su familia se han dedicado al caballo. Su abuelo, su padre, y ahora él y su hijo. «Hemos tenido mucha suerte», dice. «Aquí tengo caballos que son ejemplares valiosísimos. No me gusta hablar de su valor económico, pero hay un semental de cinco años que vale varias decenas de miles de euros si saliera al mercado», comenta Sebastián.
De los 100 ejemplares lusitanos que cría este ganadero medio andaluz, medio valenciano, alrededor de 30 son de su propiedad. Los restantes, él los doma y los cuida durante todo el año para sus verdaderos dueños. Los encuentran en perfecto estado cuando vienen a montarlos en la hípica que hay junto a las naves de esta ganadería. Sebastián no sólo tiene clientes en la Comunidad Valenciana. También en Madrid, en Ávila...
Sólo un potrillo de Sebastián ha necesitado hospitalización veterinaria. Tenía una herida en una pata. Los restantes están aquí o en otras hípicas de la zona con cuyos dueños tiene amistad. Le han cedido varios boxes donde ubicarlos hasta que él rehabilite sus instalaciones.
«Ha sido una ola de solidaridad tremenda. Aquí ha venido gente a ayudar que yo no conocía y que, si la vuelvo a ver, no sabré quién es. Desde aquí les quiero dar las gracias. Esto ha sido una calamidad con muchas muertes que quizás se podrían haber evitado, pero también ha sacado lo mejor de la gente para salir adelante entre todos».