La antigua carretera Nacional 332 que lleva de Benidorm a Alfàs del Pi, renombrada como Avenida de la Comunidad Valenciana, recoge como un reducto arqueológico los vestigios míticos de la historia de la capital de la diversión y el veraneo en la Costa Blanca. Conviven edificios y carteles de templos disco con lavaderos, una estación de ITV o un karting. Construcciones destartaladas o abandonadas que no hacen pensar que 20.000 personas acudían en peregrinación a cualquiera de las discotecas que allí se alzaron desde finales de los 60 al nuevo milenio. El Benidorm disco que rivalizó con Ibiza está a punto de desaparecer bajo las escavadoras. La ciudad pionera en la apertura a las divisas extranjeras que durante tres décadas no durmió de abril a octubre, ha reactivado el plan urbanístico del Ensanche de Levante convertirá toda esa zona de ocio nocturno en dos barrios residenciales con hoteles separados por una gran parque central.
No quedará nada de Cap 3.000, con su platillo volante ahora llamada Ku y con algo de actividad, ni del mil veces rebautizado Alcázar como Granada o Manssion. Tampoco de Amnesia, Hipocampo, Pachá y a la mítica Penélope le darán un bocado las nuevas avenidas que la convertirán en inviable.
Benidorm tiene una historia ligada a las salas de fiestas al aire libre y las macrodiscotecas que el Ayuntamiento pretende recoger en una exposición el próximo verano y que llevó al historiador Pedro Delgado a escribir el libro Playa, sol y platillos volantes. Una guía pop de Benidorm y la Marina Baixa (VJ. Sanjuán Ediciones), donde recoge la evolución del ocio nocturno de 1958 a 1978. «El ocio en Benidorm apareció con el turismo en los 50 y la entrada de divisas», relata en conversación con El Mundo. Aquel pueblecito costero se expande y crece con su modelo propio de rascacielos para recibir visitantes con poder adquisitivo de España y, especialmente, de toda Europa. «Van apareciendo empresarios que empiezan a abrir salas de fiestas al aire libre aprovechando que el buen tiempo no les obliga a grandes inversiones», relata Delgado. Entre ellos estaban los llamados pieds-noirs, franceses de origen o criados en Argelia que importaron ese modelo al que luego siguieron algunos empresarios locales como Manuel Navarro. «Ese tipo de locales necesitaban irse a las afueras y se implantaron en esa carretera». Apareció entonces el Alcázar a mediados de los 60, «donde llegó a actual Josephine Baker», recuerda Delgado. Esos locales congregaban a un público más familiar, elitista, con música en directo y, en muchos casos, con programación estable durante todo el verano. «A los turistas los llevaban desde el hotel a estas salas», explica. Algunos funcionaron con este modelo hasta los 80 y acogieron a grupos de La Movida como Alaska y los Pegamoides.
En 1968 es cuando aparece la primera gran discoteca de la zona, Penélope, a la que le siguió en 1972 una rompedora por su arquitectura. Como si hubiera bajado un platillo volante y se hubiera posado junto a la carretera, así lucía Cap 3.000. Construida con hormigón y 300 toneladas de hierro, estaba pintaba con pintura metalizada de automóvil para que brillara con los rayos del sol. Tenían una «torre metálica hiperboloide» se iluminaba por la noche y fue «la primera de España en instalar un rayo láser», según recuerda el periodista Juan Díaz, ahora concejal de Presidencia y Comunicación en el Ayuntamiento de Benidorm y comisario de la exposición Benidorm Disco que proyecta el consistorio. Además, para la puerta se imitó el cierre de la cámara acorazada del Banco de Francia y la cabina del DJ se instaló en un helicóptero Sikorsky H34 Pirate, que después se sacó del interior y se 'posó' en el ala del platillo. Por esa sala, que aún tiene algo de actividad rebautizada como KU, pasaron James Brown, The Fundations o Osibisa, e incluso se hizo un montaje anunciando la actuación de Led Zeppelin, que nunca la pisaron. En unos meses, el platillo desaparecerá engullido por una gran rotonda que facilitará los accesos al nuevo barrio. El PSOE pidió que se catalogara y se conservara, pero no hubo acuerdo en el pleno municipal y parece abocado a la desaparición.
A finales de los 70 es cuando surge Pachá y el concepto de macrodiscoteca con DJ para arrancar una 'rivalidad' con Ibiza que se prolongaría dos décadas. «Se copiaban todo, los nombres, el concepto, hubo pleitos... Pachá había nacido en Platja D'Aro y estaba registrado, surgió KM, Privilege o Amnesia, que también existían en Ibiza, pero el dinero fluía para todos», recuerda el historiador.
«Benidorm era un desmadre controlado», añade Richard Romero, que fue gerente de Pachá del 79 al 85 y de Penélope del 95 al 96. «He vivido la mejor época del concepto noche, cuando no se concebía que un joven no pasara por Benidorm, porque no se dormía», relata. Los extranjeros traían sus modas y abrían la ciudad a nuevos estilos musicales y nuevas formas del ocio. «Con el Mundial del 82 llegaron muchos italianos, que eran muy consumidores de discotecas. Entonces una entrada podía costar entre 1.500 y 2.000 pesetas (9-12 euros). Era una cantidad importante para los 80 y daba derecho a una consumición. Luego se pagaba entre 400 y 500 pesetas (2,50-3 euros)», explica Richard, ya jubilado.
Cada discoteca «tenía su sello» y su público. Pocas captaron a los ingleses, que hoy son los mayores clientes de Benidorm. «Ellos siempre han tenido otro tipo de ocio, más de beber que de bailar», puntualiza el ex gerente. «A Pachá venían españoles y franceses, gente pudiente y manejábamos presupuestos elevados. Hacíamos fiestas muy conocidas, como la Flower Power que nos turnábamos con Ibiza». Eso antes de rivalizar «en un pique sano por ver quién sacaba más a la calle. Ellos tuvieron a Locomía y nosotros nuestras cosas», puntualiza.
La isla, recuerda Romero, empezó a tener un público «más selecto, aunque sólo fuera porque había que ir en avión. Ellos tenían el aire hippie y Benidorm era otra cosa. Era diversión frívola. Llegamos a soltar una vaquilla en una discoteca y hacer fiestas de Miss Camiseta Mojada o concursos de 'top less' donde se podían ganar hasta 50.000 pesetas. Cosas que hoy serían imposibles. Hasta los carteles y la publicidad tendrían fuertes criticas», advierte.
Escaparía uno que se convirtió en mítico: la silueta del rostro de aquella chica de pelo largo con sombrero. Penélope fue una absoluta referencia. Nunca cambió de nombre ni de lugar «y la pegatina era una maravilla que veía por todos sitios y reconocías». Se hizo más famosa que la ciudad. «Recuerdo que acuñé una frase: 'Cuando vengas a Penélope no te olvides de visitar Benidorm'», cuenta con una sonrisa quien fue su gerente y manejó el personal del «siete barras, un restaurante, una pizzería y hasta boutique». Todo dentro de una discoteca que abría en Semana Santa y de junio a finales de septiembre. Por ella podían pasar 30.000 personas.
El negocio era «muy rentable» hasta los 90. Entonces comenzó la decadencia por varios factores que los dos cronistas de la vida disco identifican. El primero, el cambio de modelo turístico en la ciudad. «Aparece el turismo para mayores y el deportivo, y se va borrando la imagen de Benidorm ligada a las discotecas y salas de fiestas», explica Delgado.
Richard Romero va más allá. Coincide esto con la aparición de la Ruta del Bakalao en Valencia que, aunque toma algunos locales de Benidorm como uno de sus puntos de inicio del fin de semana, asesta un bocado a su público ofreciendo otra experiencia ligada a nueva música, nuevos horarios... y nuevas drogas.
Además, en los 90 se empiezan a abrir disco-pubs en la zona de playa con horarios más amplios, la crisis económica alimenta el botellón «y ya son pocos los que suben después a las discotecas». A eso se suma que se implantan los puntos en el carné de conducir: «La gente que no era consciente de que podía tener un accidente y matarse por haber bebido, empezó a tener miedo de que les pillara y les quitaran el carnet».
El turista de Benidorm había pasado de ser «75% jóvenes y 25% mayores» a la inversa y se apostó más por ocio diurno, terrazas, parques de atracciones como Terra Mítica o festivales de música, «que por 50 euros traen 20 grupos en dos escenarios durante dos días». «Ya no se podía mantener la rentabilidad de las discotecas. Y sin inversión, el concepto se quedó en nada», lamenta. No en vano pasó 42 años trabajando en ellas.
«He divertido a padres y a hijos que estaban deseando cumplir los 18 años para venir. Ya no existe ese interés. A Benidorm se venía a ligar con una extranjera y a pasarte la noche de discoteca en discoteca. Ahora todo es festivales de música, de todo tipo, tardeo con cerveza que es más barata que un cubata y a las diez en casa para hacer vida sana y culto al cuerpo al día siguiente. Se acabó el vicio», sentencia entre risas.
Ese final, que si tuviera que poner en una lápida fijaría en el año 2008, acabará de manera definitiva cuando las máquinas entren en la 'carretera de las discotecas' y derriben lo que queda de aquellos edificios que fueron templos de peregrinación. Alguno puede que se salve y sobreviva como un recuerdo lejano de lo que un día fue Benidorm, ese pueblo pesquero de la Costa Blanca que hizo crecer su skyline sobre las ruinas del disco.