De espaldas a las butacas, Mario Alonso Puig observa el escenario. A un lado está la parafernalia de El rey león. Al otro, su equipo de rodaje. En minutos llegará su público. El no hay entradas sucedió en minutos, hace semanas. El cirujano retirado que se formó en Harvard transmite paz. En eso coinciden sus incondicionales. Llegado a estas líneas, quizá se pregunte, ¿quién es Mario Alonso Puig? Si no lo conoce, quizás viva en una burbuja digital. Sus tres millones de seguidores en Instagram son más que los que tienen Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo, Santiago Abascal, Yolanda Díaz, Puigdemont, el lehendakari Imanol Pradales, Gabriel Rufián... juntos. También más que Javier Bardem, C. Tangana y Susanna Griso. Juntos. Es casi una marca en sí mismo, superando a Swatch y El Ganso. Juntos. Su discurso le sitúa en el Top-20 de los podcasts más escuchados de Spotify. Los datos de sus ventas de libros también le encumbran. Sólo su obra más vendida, Reinventarse, va por la edición número 42 sólo en español. Es curioso el éxito de este judoca retirado, observador constante y seductor de la palabra. Si se tuviera que resumir lo que intenta sería reconstruir la autoestima de quienes le siguen. Volver a quererte. Así sostiene la superestructura de su relato.
El madrileño Puig pierde la mirada entre los focos y el fondo negro del Teatro Lope de Vega. Sonríe constantemente a quien se le acerca. A lo largo de mis años dedicados a esto, he visto la hipocresía del backstage, aquellos que son simpáticos delante de las cámaras y unos déspotas detrás. Mario Alonso Puig es de esos que agradecen estar vivos. Cada minuto. De eso va su discurso. Con 69 años —será septuagenario en noviembre—, las arrugas apenas aparecen en su rostro. Y eso que como médico ha vivido de todo. «Desde superar perforaciones de la arteria coronaria, a tratar a víctimas de ataques terroristas, tremendas heridas en el hígado... Me encontré con situaciones que parecían inabordables y estas personas salieron adelante», nos cuenta.
Su primera vocación fue la Biología. «Tras un terremoto, tras ver el sufrimiento, decidí ser médico». Un movimiento tectónico que transformó su percepción del mundo y «su norte», una expresión que usa en sus conferencias. Su nueva brújula le llevaría a los quirófanos. Se especializó en Cirugía General y del Aparato Digestivo. Decidió postular a su primer sueño «(im)posible». Estudiar en Boston. Antes, tenía que convalidar su título en Estados Unidos. «El examen más difícil de mi vida. No sólo era aprobar. Era conseguir tener una nota que fuera superior a los mejores alumnos de ese país». Lo consiguió tras 13 horas de estudio diarios, con sólo tiempo para comer y dormir. «Fue el esfuerzo. Ir a por lo que quería con todas mis fuerzas. Soy una persona normal, no soy un genio».
Siguiente tourmalet, conseguir beca en Harvard. La primera universidad de EEUU le dio la oportunidad a este madrileño espigado y sereno. «Creer» e ir a por lo que uno quiere. Su vida es su propia inspiración. Rodeado de las mentes más brillantes, aprendió que había otra vía para curar. No sólo la medicina. Un profesor de la puerta de enfrente le enseño que la meditación ayudaba a sanar también. Se convirtió en ese médico cercano que conversaba con sus pacientes antes de las operaciones. Les cogía de la mano. «Entraban convencidos de que todo iba a salir bien». Eso sirve, defiende.
La palabra comenzó a ser tan importante, para él, como el bisturí. «Mis propios pacientes, a quienes debo tanto, empezaron a decirme que lo que yo compartía con ellos les estaba cambiando la vida. Yo hablaba mucho con ellos antes y después de la cirugía. Y entendía que es un proceso complejo, que genera mucha incertidumbre». Puig les intentaba transmitir sosiego y lo conseguía. «Empezaron a decirme que esto tenía que extenderlo más allá de los hospitales».
Y aquí está delante de 1.456 butacas. Tras más de dos décadas siendo médico, lo dejó. Fue a buscar su «norte». Lo ha conseguido intentando que los que asisten experimenten una suerte de meditación colectiva. Hay momentos de silencio sólo para hacer esos ejercicios de introspección. «Hay que dejar de enumerar y comenzar a vivir». Pretende que nos rebelemos ante la dictadura del hemisferio izquierdo del cerebro.
Ese lado del órgano más voluminoso del encéfalo es el epicentro de nuestra capacidad analítica y lógica. Puig asegura que una de las razones de nuestra infelicidad es que hemos permitido que ese lado sea el que predomine. Lo eminentemente racional. «Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro». Repite cada vez que puede esta frase atribuida a Ramón y Cajal. Añade que hay que (re)conectar con el hemisferio derecho. «Llegamos a creer que lo único que importa, lo fundamental, son las matemáticas. Y a aquellos que sienten una vocación por el arte, me lo han dicho muchas personas que se lo dijeron mucho de pequeños, les reprimen con eso de "te vas a morir de hambre". Se crece con ese miedo». En esta sencilla reflexión está buena parte de su filosofía.
—¿Qué hace que un hombre que cura con sus manos, con su conocimiento y el bisturí, cambie así? ¿Realmente cree que ayuda más así?
—Es una grandísima pregunta. Fue una de las mayores dudas que tuve. Los médicos, cirujanos, personal de enfermería... hacen un trabajo excepcional. A mí, cuando me piden que me defina, me gusta decir que soy un humilde despertador. Doy a las personas algunos conocimientos para repensar sus vidas. Lo único que hago es ayudarles a que se den cuenta de lo bueno que tienen dentro. Entonces, el mérito es de ellos. La grandeza está en su interior. Sólo consigo que puedan verla.
—Científicamente, lo explica en su conferencia, es esa reconexión con el hemisferio derecho del cerebro. Vivimos un mundo de números: de conteo del me gusta, de cuántos euros se gana...
—Es un hemisferio no solo abandonado, sino además repudiado. Cuando nosotros nacemos, ambos hemisferios dialogan perfectamente. Si te das cuenta, hay alimento para el izquierdo en forma de aprender palabras, números, cosas tangibles, pero hay nutrientes también para el derecho. Los niños juegan, exploran, cantan, dibujan, usan plastilina... eso es alimento para el hemisferio derecho. Después lo olvidamos. Lo aniquilamos.
—Ese te vas a «morir de hambre» si sigues ese camino...
—En un curso con personas que habían alcanzado un gran nivel económico, me contaron que, a pesar de eso, no eran felices. Como llegamos a tal nivel de confianza al final de la tarde, revelaron su sueño olvidado. No sabes cómo les cambió la cara. La ilusión que transmitían. ¿Qué ocurre? Que el hemisferio derecho es de importancia extrema por varias razones. Primero, porque es la puerta al inconsciente. En segundo lugar, porque es la puerta al espíritu. Además, es el que tiene más conexión con el cuerpo. El hemisferio izquierdo recibe información solo de un lado del cuerpo, pero el hemisferio derecho recibe información de los dos lados. El derecho es capaz de mostrarte soluciones que el izquierdo es incapaz de ver. Y el 80% de ellos fue a por ese sueño perdido.
—¿Cuál es su relación con un público tan entregado?
—Yo quiero profundamente a esa audiencia y quiero resaltarlo. Toda la explicación neurocientífica que doy, que entiendo que es interesante: hablo de la inflamación que produce el estrés, de la coherencia e incoherencia cardiaca, de las conexiones cerebrales que produce la serenidad... es sólo para que el hemisferio izquierdo se quede tranquilo y no interfiera... Soy consciente de la responsabilidad que tengo y que todo está apoyado en la ciencia. Porque sé que hay quienes están pasando por un momento muy difícil de su vida. Sólo soy un instrumento, entendiéndose eso humildemente como alguien que únicamente pretende ayudar.
La conferencia acaba. Puig se va entre aplausos y bailando hacia su camerino. Sobre su cabeza está el atrezzo de Simba y Mufasa. Ha habido lágrimas y risas en las más de dos horas que dura su ponencia. Hay quienes han ido escépticos y terminan conversos. Puede ser trascendental, inofensivo o naif, pero no vacuo. Para unos sirve como terapia colectiva. Para los que no han caído en su hechizo, al menos parten con las enseñanzas de un cirujano con mucho que contar. Por cierto, en su busqueda de la autoestima perdida, su palabra más repetida es «amor».