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David Lynch, fallecido este jueves, solo estuvo nominado cuatro veces al Oscar y no lo ganó en ninguna ocasión. Ni siquiera le dieron un Globo de Oro en las tres ocasiones en las que estuvo nominado. Ganó en los festivales de Cannes y Venecia, donde el arte cinematógrafico importa más, pero sus victorias fueron envueltas en polémica. Y ya con los años y la vejez llegó un Oscar honorífico, que es la forma hipotéticamente elegante que tiene Hollywood de reconocer su vacuidad.
Ahora que la relevancia se mide en cualidades tan ordinarias y aburridas como éxito, popularidad, fama, millones de seguidores, premios brillantes, ahora que en resumen todo se mide en cifras, es hermoso recordar lo increíblemente genial, importante, influyente e inspirador que fue David Lynch, un creador salvaje que solo se acercó una vez al éxito de masas, hace más de 30 años, con la serie Twin Peaks.
En este tiempo algorítmico y feamente pragmático, cada vez más a menudo confundimos la expresión artística con el éxito, si es que realmente el arte le importa a alguien. Quien logra un taquillazo, quien suma millones de espectadores, quien llena un estadio, quien vende libros a toneladas, ese es hoy nuestro genio. ¿En serio? Pero si la auténtica grandeza, la genialidad transformadora que provoca una reacción en el arte y la sociedad de su tiempo y que tiene una influencia a largo plazo y deja un legado, un legado con peso específico, eso casi nunca lo hemos encontrado en el top 1. ¿Cómo nos hemos engañado tanto para aceptar esa patraña?
Si tenéis un rato y estáis aburridos os propongo que busquéis en Wikipedia cuáles fueron las películas más taquilleras y los directores más exitosos en los años en que David Lynch estrenó Cabeza borradora, El hombre elefante, Terciopelo azul, Carretera perdida, Una historia verdadera o Mulholland Drive, obras maestras de potencia carismática que, cada una a su modo excéntrico, transformaron en alguna medida el arte cinematográfico y el lenguaje narrativo, aunque no fueran las más vistas, ni las más premiadas, ni tuvieron secuelas ni promociones de happy meals. Y, por supuesto, probablemente no fueron películas perfectas (¡diablos, sí que lo fueron!), pero son películas importantes, películas que quiero volver a ver esta noche y dentro de 10 años.