El Güito no responde al teléfono si el número no está en sus contactos. Para hablar con él tienes que conseguir que algún familiar o amigo de confianza añada tu número a su agenda, y ya veremos. Vive en un pueblo de la sierra de Madrid. Acaba de cumplir 82 años. Otra opción es probar suerte algún domingo de los que pilla el bus verde y baja a tomar un vino a Amor de Dios con Joaquín San Juan, el director de la mítica academia de baile. Rápido se monta un aperitivo flamenco. Se apuntan veteranos -Cristóbal Reyes, Enrique Pantoja- y nuevas figuras -Alfonso Losa, Jesús Carmona-. Para todos El Güito es el mejor bailaor que ha existido, el más rotundo, el más puro.
Hablamos de un hombre tan escueto como lo era su baile. Gitano del Rastro, el barrio más flamenco de Madrid. Cuando nació, su hermana Encarna, que era rubia con los ojos azules, al ver a ese bebé tan oscuro, dijo: '¡Qué negüito es, mamá!'. Y con Güito se quedó. Su madre, la señora Luisa, era lotera. Salía a vender y el niño se quedaba con las vecinas. Le sacaban a bailar en las corralas cada vez que había una fiesta. La señora Luisa solía ir a un bar llamado La Perla de Cuba, en Cascorro, a vender boletos. A veces llevaba al niño en la cadera y le decían: '¡Que baile ese güito!'. Le subían al mostrador y bailaba. También le llevaba su madre a la taberna La Concha, que tenía cuartos o reservados donde actuaban los artistas. Allí, a hurtadillas, Güito vio bailar por primera vez a Antonio "Farruco". "Me quedé como atontado", dice.
"Yo empecé a bailar con cuatro años. Como tenía ese ímpetu, mi madre me llevó a un concurso infantil, un programa de la radio que llamaban La Onda Mágica. Salí en varias películas, una con Marujita Díaz, otra con Carmen Sevilla, con Antonio Molina... No tenía ningún control, el baile te sale o no te sale. Fíjate: de mis hijos no baila ninguno. En cambio tengo un nieto que con quince meses le dices 'baila como el abuelo', y no veas cómo se menea. Ya con once años entré con Antonio Marín, aprendí muchísimo de él".
Antonio Marín tenía su academia en un sótano de la castiza plaza Vara del Rey. Era un bailarín prometedor. En una de sus primeras actuaciones cayó de rodillas fuera de candilejas y se clavó un clavo. La pierna se le gangrenó y tuvieron que amputársela. Como El Güito era su alumno más destacado, se convirtió en su ayudante. Él se encargaba de ejecutar los pasos que Marín le indicaba desde una silla. "A los doce años ya estaba bailando por soleá, que es el baile donde mejor me siento porque se hace despacito y el baile hay que reposarlo. No se baila mejor por hacer muchos contratiempos y cosas difíciles". Un día llegó Pilar López y dijo: "A este niño me lo llevo yo".

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Pilar López, hermana de La Argentinita, la que grabó los discos con Lorca al piano, se llevaba a su compañía a los mejores. Por allí pasaron los más grandes: Antonio Gades, Mario Maya, Alberto Lorca... Con 15 años, El Güito debutó en Londres. Compartía escenario, entre otros, con Gades y Maya, que había ocupado la vacante de "Farruco". Pilar le enseñó a bailar clásico. Hacía seis piruetas. No paró hasta que metió un preludio de Debussy por compás flamenco. En París, con 17 años, en el Festival del Teatro de las Naciones de 1959, le dieron el premio al mejor bailarín del mundo. "Yo casi ni me enteré de lo que significaba aquello, ya me subía al autobús para seguir la gira sin recoger ni el diploma. Nada más que pensaba en bailar. Pilar López decía que era 'su niño'. Ella nos enseñó a Gades y a mí a comportarnos, a vestirnos, lo que era bailar en hombre, nos animaba a tener una cultura... El duende ya lo ponía yo". "Es como la tierra misma. Una raíz tan fuerte que sube hasta el cielo", dijo de él Pilar López en una entrevista.
El Güito se hizo figura. Empezó a montar sus propios espectáculos. Cogió fama y dinero. "Me habré gastado lo que no tienen los gobiernos. Me hacía los trajes a medida. He ido 12 veces a Japón. A Sudamérica ni me acuerdo". Pateó tablaos y escenarios de todo el mundo con semblante serio y tupé. Cada movimiento era un impulso escultórico. La compostura por delante. Se hablaba de su farruca portentosa, de su caña solemne, de su majestuosa soleá. En el tablao Torres Bermejas, donde cantaban Camarón, La Paquera y La Perla de Cádiz, había palos por verle con el Trío Madrid, junto a Mario Maya y Carmen Mora. Les acompañaban Pepe Habichuela a la guitarra y José Mercé al cante.
"Qué bien lo pasábamos cuando Madrid estaba lleno de tablaos. Nos juntábamos un montón de flamencos y ya nos liábamos, nos conocíamos todos. Lo que ganábamos nos lo gastábamos de juerga, por afición, íbamos a ver a unos y a otros. Es que era otra vida. Ahora se hace muy deprisa todo. Parece que les pagan por dar más patás. Se baila de cintura para arriba, con la cabeza. Yo estudiaba muchísimo para que todo saliera perfecto, con los tiempos justos. En eso me parecía a mi amigo Gades. Pero él era otra cosa, era distinto, más bailarín que bailaor, para mí el mayor fenómeno que ha habido. Me inspiraba en los cantaores, les dejaba su espacio, no los pisaba. Me gustaba mucho Chano Lobato, que para cantes de fiesta no tenía comparación. Y eso que no era gitano. Enrique Morente me encantaba, qué personalidad tenía. Tampoco era gitano. Es que el flamenco es de los gitanos, y el baile es de los gitanos. Han salido cuatro o cinco payos, pero esto es nuestro. Tenemos un sentimiento distinto. Como los negros con el blues. Es lo único que tenemos los gitanos. Y ya está, ¿no? Seguí dando clases hasta hace unos años, pero ya no puedo. Se ha acabado. Qué pena. Al fotógrafo dile que vaya rápido, ¿vale?".