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En las pantallas apareció un mensaje: "Esta es una noche que recordaréis toda vuestra vida". Y en el momento justo en que llegó la medianoche Jarvis Cocker apareció bajando una escalera como una gran estrella del pasado, de un mundo remoto, y volvió a cantar como si su vida dependiera de ello I Spy, Disco 2000 y Mis-Shapes. Son tres canciones gloriosas de 1995, de la gran obra maestra de PulpDifferent Class, pero ahora Jarvis (y sus compañeros) tiene 60 años y hace 23 que el grupo se separó, su voz ya no es la misma y les acompaña un precioso pero elegantón conjunto de cuerdas. ¿Ver otra vez a Pulp no era más que una borrachera de nostalgia? Desde luego que lo era, pero eso no parecía preocupar nada a la sonriente muchedumbre que saltaba y bailaba frente a su escenario del Primavera Sound, donde se celebraba no una fiesta, sino un fiestón, y el drama, y la emoción, y la tragicomedia, y la magia y todas las cosas que perdimos de Pulp y que por una noche recuperamos y nos fueron concedidas como un efímero deseo.
El festival barcelonés celebra durante esta semana su vigésimo segunda edición, primero en salas de la ciudad y desde ayer y hasta el sábado en 15 escenarios repartidos por el Parc del Fòrum. El miércoles el recinto se estrenó con una pequeña jornada inaugural con las actuaciones gratuitas de Phoenix y Stella Maris, entre otros grupos, y la organización calcula que más de 65.000 personas asistieron este jueves al enorme recinto de 30 hectáreas. Junto a Pulp, la espina dorsal del cartel fue la nostalgia por los años 90, con Deftones, la cantante de Portishead Beth Gibbons, Arab Strap, Lampbchop y Blonde Redhead.
Los 90 fue la década del pasotismo, las camisas de leñador, el ensimismamiento, el cinismo y el odio por el éxito. Pulp nunca fueron pasotas, ni llevaron camisas de leñador, ni estuvieron ensimismados, aunque les gustaba bastante la psicodelia (y anoche lo recordaron), pero fueron reyes del cinismo y mantuvieron una tormentosa relación con el éxito. Lo desearon con la ansiedad de un don nadie, lo disfrutaron en el apogeo del Britpop y luego el éxito los arrolló hasta que en 2002 se separaron o, mejor dicho, tuvieron que separarse.
El de este jueves fue el sexto concierto de Pulp en Barcelona y el tercero en el Primavera, "uno de los mejores festivales del mundo", repitió Cocker varias veces durante su actuación. Y como esta segunda reunión desde su despedida es una alegre concesión a la nostalgia y no camuflan sus intenciones, anoche estaban tocando muchas de las canciones que ya interpretaron en su arrebatado regreso de 2011.
Dedicaron Something Changed a quien fuera bajista del grupo Steve Mackey, fallecido el año pasado, y al también malogrado Steve Albini, y ya cuando sonaba Pink Glove estaba claro que reencontrarse con Pulp estaba siendo mejor que la mejor fiesta de antiguos alumnos.
Weeds y Weeds II (The Origin of the Species), dos largos medios tiempos de intenciones oblicuas de su disco We Love Life, formaron una especie de intermedio hasta que el concierto volvió a convertirse rápidamente en un desmadre. Jarvis Cocker, tan carismático y divertido como lo recordaremos siempre, envuelto en terciopelo, disparó F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E. al espacio exterior. Tocaron con mucho cariño Sorted for E's & Wizz, que es una de sus mejores canciones, Do You Remember the First Time? sonó tan simpática como debe y Sunrise, con un bestial desarrollo de rock eléctrico, culminó en una catarsis.
El bis tuvo sorpresa: Like a Friend , con el logo clásico de Pulp en la pantalla, fue muy emocionante; Underwear, cachonda y con aspecto de balada sardónica, desembocó en el inevitable apoteosis de Common People, en una versión bastante larga. Y cuando parecía que el concierto había terminado y la gente ya iba en busca de otro escenario, reaparecieron para cantar Razzmatazz en homenaje a la sala barcelonesa.
Acababa un maravilloso atracón de nostalgia.
Vampire Weekend, chispa y frescura
Entre más de 60 grupos y artistas, el segundo cabeza de cartel de la jornada de anoche era el conjunto neoyorquino Vampire Weekend. Componer una canción de pop es ir eligiendo caminos que se bifurcan y lograr que el viaje fluya con gracia. Vampire Weekend es el grupo de pop que siempre toma la decisión correcta, nunca sigue la ruta esperada y llega al final mejor que cuando salió, cuatro minutos antes. Qué grupo, por favor, y qué diversión estar en su compañía, dejarte llevar por su ingenio, su frescura, su chispa: su alegría. Escucharles y ser feliz es lo mismo.
Ellos entienden el pop como una expresión artística y, por si no quedaba claro, en las primeras canciones en la pantalla del fondo se reproducían vídeos de obras de arte contemporáneo e imágenes que combinaban a Miró con Mondrian.
El trío, ampliado a septeto con tres guitarras y (ojo) dos baterías, saxofón o violín, cayó hace tiempo rendido a los encantos del barroco y con alegre desenfado combinaba baterías de inspiración afropop con pianos mozartianos en Connect. Pero además de ser un compositor y arreglista muy ambicioso, Ezra Koenig es un intérprete estupendo que transmite muy bien como cantante la simpática ligereza de sus canciones. Parte del encanto del grupo reside sutilmente en el ritmo molón de su fraseo, por ejemplo en la sinuosa Sympathy o en Oxford Comma y su falsete.
Las canciones radiantes aparecían como si hicieran florecer trucos de magia. White Sky, Holiday, Classical, Unbelievers... cada una con un sinfín de detalles y matices, la canción de pop elevada a una dimensión superior.
La programación del festival es como siempre inmensa, muy variada tanto en géneros musicales como en ambiciones artísticas o tipos de público, pere este jueves ha habido numerosos guiños a la nostalgia de los 90.
Vean a estos cuatro señores vestidos de negro que empiezan a tocar sin saludar un rock repetitivo, ambiguo y desapasionado, de tono grave y aroma siniestro, heredero del post-punk. En cualquier ambiente y ante cualquier público actuales, la propuesta de Arab Strap es anacrónica. La caja de ritmos, la letanía cáustica y las guitarras eléctricas planeadoras eran 'lingua franca' en los 90; el dúo escocés se separó con el cambio de siglo y tras 16 años sin grabar, en 2021 retomaron su música angulosa. Su octavo álbum se titula con un lema definitivo: Me parece absolutamente genial ya no me importa una mierda (I'm Totally Fine with It Don't Give a Fuck Anymore).
¿Y qué me dicen de Blonde Redhead, tocando este rock entrecortado y roto con disonancias y melodías de voz vueltas del revés? No puede ser más noventero porque de hecho el trío instalado en Nueva York participó en forjar aquella estética alternativa que encontró en la diferencia la mejor forma de articular las inquietudes artísticas.
Además, este jueves estaba prevista la actuación de uno de los artistas fetiche de los 90 y del propio festival, Steve Albini, que falleció el pasado 7 de mayo y que durante 15 años consecutivos actuó en Primavera Sound con Shellac. En su recuerdo, uno de los escenarios lleva su nombre en esta edición y este jueves, durante la hora en la que estaba previsto su concierto, se reprodujo el reciente último álbum del trío, To All Trains, una escucha a la que asistió un centenar de fans que aplaudía al término de cada canción.
Son algunas de las 215 actuaciones previstas durante estos tres días en el recinto del macrofestival (algunos de los conciertos serán retransmitidos por medio de Prime Video) y que forman de nuevo un cartel paritario, en el que hay tantos artistas masculinos como femeninas. Según datos de la organización, el público del festival procede de 134 países y más de la mitad, entre el 55 y el 60%, son de fuera de Barcelona, lo que impulsa el impacto económico de la cita musical para la ciudad (es un festival urbano sin camping).
El festival catalán no se dobla este año en Madrid. Con una expansión internacional que ha llevado a la empresa catalana a consolidarse como productora internacional de festivales, con un modelo replicado en diferentes formatos en Portugal, Uruguay, Argentina, Colombia, Chile, Paraguay y Brasil, el año pasado dio el salto a la Comunidad de Madrid. La experiencia en la Ciudad del Rock de Arganda fue un fiasco: una jornada fue suspendida por las malas condiciones climáticas y las otras dos quedaron lastradas por graves problemas en el acceso al recinto y las comunicaciones con Madrid.