MÚSICA
Música

Travis Scott en Madrid: cuando el trap provoca terremotos

El controvertido artista ha convertido su primer concierto en Madrid en una gran celebración junto a 17.000 fans

Travis Scott, en concierto
Travis Scott, en concierto.SAMIR HUSSEINGETTY
Actualizado

Después de una hora de saltos y gritos, después de varios cientos de llamaradas, de fuegos artificiales, de rayos láser y de ráfagas de luz parpadeante suficientes para provocar una crisis epiléptica colectiva a las 17.000 personas reunidas en el WiZink Center de Madrid, Travis Scott cantaba una y otra y otra vez Fe!n. No el estribillo, sino la propia canción. Cinco veces. Cuando la terminaba, el rapero dejaba que la chavalería sudorosa aullase durante unos segundos y de pronto la comenzaba otra vez, recibida con un estruendo.

Fe!n tiene una estructura simple y repetitiva, así que es fácil que se pueda transformar en un himno pagano para inducir al trance: la misma palabra cantada sin parar, fiend, significa demonio, aunque en el argot callejero de algunas ciudades de EEUU también puede servir para identificar a un adicto a las drogas, algo que no debe ser tomado a la ligera porque el propio artista texano ha cantado y hablado a menudo sobre su afición al consumo de opioides.

Pero el concierto ha carecido por completo de los efectos que identificamos con los opioides. En disco, las canciones de Travis Scott contienen numerosos elementos psicodélicos y podrían comprenderse como un analgésico frente a los dolores de la vida. En directo, son piñatas que explotan sobre la cabeza de los fans, una sacudida de energía de una pureza del 100% que provoca una sucesión constante de subidones de adrenalina como una ducha en bebida energética.

Para saber más

Como nada en esta música salvaje es sutil o ambiguo, Travis Scott ha traído a Madrid el concierto más caliente del año cuando hacían 37 grados de temperatura en el exterior. Calor sobre calor. La escenografía era como el decorado de una Disneylandia enferma o un videojuego apocalíptico. El escenario se desplegaba a lo largo de la pista con una pasarela central más inhóspita que el Monte del destino de El señor de los anillos. De ese pasillo de rocas derruidas como un paraíso perdido no paraban de salir columnas de fuego y humo; al fondo, una pantalla panorámica retransmitía la actuación con una realización nerviosa y en constante movimiento, con imágenes parpadeantes que se repetían (todo se repite, todo palpita, todo aturde como un truco de hechicería).

El concierto no ha comenzado: el concierto ha estallado, pero la explosión, en vez de tumbar a los asistentes, los atraía con un efecto absorbente. Literalmente todo el público se ha puesto a botar, la pista entera convertida en un enorme pogo, y era imposible no recordar que en el primer concierto de esta gira, hace un año en el circo máximo de Roma, los saltos de 60.000 asistentes provocaron un terremoto de 1,3 en la escala Richter.

Las tres primeras canciones han sido las mismas con las que arranca Utopia, el último disco de la megaestrella del trap. Hyaena, Thank God y Modern Jam se han sucedido en 10 minutos vertiginosos. Scott estaba estupendo de voz: con un flow cómodo y regulando bien los estallidos de intensidad.

Se comprende la devoción de sus fans. El controvertido artista ha convertido la actuación en una gran celebración junto a ellos, no por encima de ellos, algo que evidenció cuando subió a cuatro chavales a cantar con él tres canciones. Todo el concierto ha sido un fabuloso simulacro de rebeldía y autodestrucción, una liberación de energía que solo se puede medir en megatones: un pasaporte a 90 minutos de escapada para luego volver a aterrizar de vuelta en la vida corriente. El verdadero show de la noche era esa masa de muchachitos obscenamente seducidos por el descontrol, deseos de pasar un rato haciendo el cabra sin camiseta y comportándose como lerdos embrutecidos, una debilidad perfectamente comprensible a esa edad y a tantas otras.

El cuarto álbum de Travis Scott es el protagonista de la gira Circus Maximus, que ha llegado a Madrid ya muy rodada, tras 58 actuaciones en América y Europa. Ha sido su primer concierto en la capital en una década de carrera meteórica (el segundo en España, tras el que ofreció en el festival FIB en 2018); este miércoles repetirá en el WiZink, por lo que va a reunir en total a casi 35.000 asistentes en este intenso debut en directo.

Las canciones se devoraban unas a otras en interpretaciones muy cortas, a veces apenas medio minuto reconcentrado. El volumen del sonido era tan alto que hubiera matado del susto a todos los vecinos del Bernabéu en 500 metros a la redonda: acompañado únicamente por un DJ, el héroe del trap rapeaba sobre graves saturados y crepitantes, una tensión que calentaba el esternón y lo hacía vibrar como el cuero de un tambor.

Hasta una docena de canciones de Utopia han sonado (retumbado), mientras que de sus otros tres álbumes solo ha interpretado (gritado) seis. En un show que es todo clímax y ante un público entregadísimo, han destacado singles de sus inicios como Nightcrawler, Mamacita y Upper Echelon y otras canciones como I Know?, con el público desatado, 90210 y especialmente Antidote y Goosebumps, himnos generacionales borboteando en el palacio de deportes, todo iluminado de rojo, como una discoteca en el infierno.