PREMIOS OSCAR 2025
Premios Oscar 2025

Adrien Brody: "El arte tiene que pelear por conseguir un mundo más inclusivo"

El actor reflexiona sobre su carrera y su familia ahora que vuelve a ser favorito para los Oscar, 20 años después de ser el más joven en conseguirlo. Y todo gracias a su brutal trabajo en, precisamente, 'The Brutalist'

Adrien Brody The Brutalist
El actor Adrien Brody en la presentación en Madrid de The Brutalist.EUROPA PRESS
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Adrien Brody (Nueva York, 1973) es lo que Ramón Gómez de la Serna llamaba, sin ánimo de ofender sino más bien de describir lingüísticamente, un hombre tífico. Y no tanto por la enfermedad del tifus a la que alude directamente el adjetivo de acuerdo con la RAE, sino por su condición de hombre permanentemente de perfil. No hay forma de mirarle de frente al más cubista de los intérpretes. «Se vuelve uno delgado, estrangulado, escurrido y retorcido al ser un tífico», dejó escrito el autor de los antecesores de los tuits que fueron las greguerías y se diría que la frase -ella misma delgada, estrangulada, escurrida y retorcida- encaja como un guante en la tífica descripción del actor de moda. Porque, ahora mismo, eso es exactamente lo que es Brody en su más esquinada y punzante amplitud. Cuenta las crónicas que con apenas 29 años se convirtió en el más joven en hacerse con un Oscar a un papel principal. Lo fue gracias a El pianista, de Roman Polanski. De entonces a ahora, por su vida han pasado más de dos décadas, un montón de películas, una nómina de directores que incluye a Terrence Malick, Spike Lee, Ken Loach o, y sobre todo, Wes Anderson... y vuelta al principio. Su personaje de Laszlo Toth en The Brutalist, de Brady Corbet, hace suyos buena parte de los sufrimientos de Wladyslaw Szpilman en la cinta que le coronó en 2002 y, con el Holocausto como amenaza, insiste en sobrevivir.

«Soy consciente», dice a modo de presentación, «que un personaje está relacionado con el otro. El hecho de que en mis años de juventud haya dedicado el tiempo que empleé durante aquella película a intentar comprender ese momento de la historia con tantas pérdidas de vidas humanas consecuencia del odio desenfrenado me preparó el camino para llegar hasta aquí. Ahora, al volver a aquel periodo, lo hago desde una perspectiva renovada y más profunda. Si algo aprendes de todo este periplo es que hay que esforzarse en vivir menos pendiente de juzgar a los demás. La empatía es un valor que hay que recuperar, sobre todo ahora».

Para saber más

En la última ceremonia de los Globos de Oro, donde obtuvo el correspondiente trofeo, el presentador le dio la entrada como «el único superviviente de dos holocaustos». Chiste más o menos afortunado a un lado, lo cierto es que el Holocausto, y más allá del cine, no le es ajeno la familia de Brody. Algunos de sus antepasados, judíos polacos, murieron en campos de concentración. Su madre, la reputada fotógrafa Sylvia Plachy, y sus abuelos, uno judío y el otro católico, huyeron de Hungría y se mudaron a Estados Unidos después de la particular y fallida primavera húngara de 1956. De hecho, como él mismo reconoce, en The Brutalist, donde da vida a un arquitecto modernista y genial que huye a Estados Unidos del horror nazi, imita el acento de su abuelo.

¿Cuánto de personal hay en este trabajo en concreto?
Mi trabajo es muy personal para mí. Todo él. No importa lo que haga. He dedicado mi vida a buscar oportunidades como ésta, oportunidades que conviertan lo que haces en un asunto irrenunciable. Se trata de habitar un personaje con una gran complejidad y con muchos defectos; de vivir dentro de él y de compartir con el público todo ese sufrimiento. Se trata de dar voz. Mi trabajo solo tiene sentido en la medida que pueda convertir cada uno de mis papeles en una cuestión personal. Esa es la única manera de arrojar algo de luz y comprensión a un momento de la humanidad tan complicado.

Brody habla y en sus declaraciones no queda claro si evita la pregunta o si, en su empeño de dotar de transcendencia a cada respuesta, simplemente se pierde. Lo que está claro es que pocas veces antes se esforzó tanto en resultar, o parecer el menos, convincente. Y sigue: «El hecho de que la película refleje en parte las dificultades de mi madre y mis abuelos obviamente también es muy significativo para mí. Pero sin perder de vista que soy de un entorno completamente diferente. Aunque quizá no tanto. Al fin y al cabo, crecí en Queens, que es básicamente una comunidad de inmigrantes. Pero aunque mis raíces estuvieran en otro lado, la historia de toda esa gente que escapó de la opresión y su anhelos de hacer suyo el sueño americano es tan potente que la única manera de contar con propiedad es hacerla tuya. Sí, definitivamente, todo tiene que ser personal. Es más, cualquier cosa que me veas hacer es personal... O no la hago». Queda claro.

Tiempo atrás, Brody, además de cualquier otra cosa, fue Manolete. Y eso marca. No es lo que se dice un grato recuerdo, pero, quizá por ello precisamente, no hay forma de olvidarlo. «No creo que haya paralelismo entre Lazlo y Manolete más allá de que los dos anhelan estar a la altura de sus propios sentimientos de grandeza. Por lo demás, mi personaje en The Brutalist fue víctima del mayor horror y Manolete lo fue de las expectativas que proyectaron sobre él todos sus fans y una nación entera».

Para Brody su profesión es su vida. Y su vida, como para cualquiera, todo lo que tiene. Y por ello, y tal vez por el Oscar también, su insistencia en que quede claro. «Lo realmente bello es contar historias que nos representen a todos independientemente de la época en la que transcurran. Un anhelo humano es liberarse de ser marginado y perseguido; vivir una vida en la que no se tema por la seguridad de la familia; dejar de ser tratado como alguien menor... El cine y el arte tienen que pelear por hacer que este planeta sea más habitable e inclusivo». Palabra de Brody, palabra de un hombre, en el mejor y más gregueriano sentido de la palabra, tífico.