TOROS

Feria de San Isidro

El milagro de Talavante el verdadero y Rebeco, un toro de casi 700 kilos, en Las Ventas

Una faena de cante grande que la espada dejó en una oreja con un juampedro de categórica bravura en medio de un experimento cárnico; destellos de Pablo Aguado y bronca para Morante

Talavante se dobla con Rebeco
Talavante se dobla con RebecoEfe
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Volvió Alejandro Talavante el verdadero, ahora sí, a la cumbre de su ser para redimirse y redimirnos de una tarde pesadísima, literalmente. Y lo hizo con un toro inimaginable, un animal de casi 700 kilos, planeando con una bravura categórica. Se llamaba Rebeco y fue la excepción en el experimento cárnico que envió Juan Pedro.

La corrida, enteramente cinqueña, venía un pesaje excesivo, un báscula desproporcionada, un tonelaje de 3.669 kilos, un promedio de 611. Una hipérbole de carnes. Para mover aquello hubiera hecho falta la calderas del Titanic, una mina de carbón de bravura insondable. Y no fue el caso, sino todo lo contrario. Los juampedros se desfondaban con una velocidad espeluznante.

El cenit del sexteto lo constituía el quinto, un tal Rebeco, de 672 kilos -no hay errata, 672-, un milagro de la genética, por su modo de emplearse, con una categoría superior, una flexibilidad impensable. Pero para milagro también, ya digo, el de Alejandro Talavante, el verdadero, desaparecido en 2018, resucitado y proverbial. Talavante, pronto y en la izquierda, toreó con aquel viejo son de toreo caro, lentamente trazado y, más que reunido, fundido con el toro. No había un brizna aire entre el voluminoso lomo que barnizaba con su sangre los muslos del torero. Que volcaba naturales como de un caldero.

AT ligaba con su muñeca deshuesada, que posaba la ingrávida despaciosidad con su cintura, allí detrás de la cadera. Lo bordó también con la derecha, que improvisó una arrucina contra la física: ¿cómo podía Rebeco pasar por aquel hueco? Increíble. La faena siguió con ese ritmo fabuloso de la bravura cara y el toreo se quilates. Hasta el epílogo genuflexo y un remate de pecho, y uno antes, mirando al tendido, que a mí no me va. Sonaban los goznes de la Puerta Grande, el griterío de la gente en pie. Pero la estocada se fue baja. Y restó en el premio gordo. La oreja cayó con fuerza para el auténtico Talavante, y el toro se arrastró entre ovaciones.

Antes no hubo nada en la carnicería de Juan Pedro, ese experimento. Las broncas a Morante entre algunas luces parpadeantes de vida en el lado oscuro de la luna, los destellos de Pablo Aguado especialmente con el capote y en un principio de faena de puro deleite.

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El toro que abrió plaza era un bloque compacto de 586 kilos (luego habría otros tipos). Como si el prominente morrillo se hubiera comido el cuello. Y sin cuello, no hay humillación. Luego los habría con otras hechuras, pero éste se hacía un saco de box. Un trapío bruto, muy serio. Salió distraído, a su bola. Morante de la Puebla le esbozó un lance por el izquierdo, y lo dejó irse. Curro Javier se encargó de bregar, haciendo parecer al toro lo que no era. Esto es un peligro. Igual Morante le pegó un toque, porque cuando se escupió del caballo ya el proceloso peón disminuyó la intensidad. Iturralde cargó la mano en la segunda vara. No había bravura, ni empuje, ni flexibilidad, ni ganas de darse. En MdlP, las justas también visto el percal. Un prólogo a faena a la altura de la bestia, dibujado, un airoso molinete de salida. Y tras comprobar los cabezazos y la falta de celo abrevió ante el escándalo generalizado, un cabreo volcánico, el monte ardiendo con los pinchazos precavidos. Tardó el morir el buey. Quiso hacer un esfuerzo sordo con un cuarto de medios viajes de finales desabridos, y sólo quedaron cuadros inacabados con el personal ya a la contra, más predispuesto al rechazo que a jalear lo bueno presentido.

Más entipado fue aquel toro que Alejandro Talavante lanceó tan decididamente en su primer turno. A pies juntos, sin pensárselo. Una mezcla de delantales a lo Mario Cabré y chicuelinas ágiles hasta el remate. Descolgó el juampedro con preclaras intenciones y esperanzas. Pero cambió pronto, no duró nada. Ya en el peto formó un jaleo en el estribo. Y entre puyazo y puyazo amagó con fugarse al 6 y luego ya soltó la cara, enganchando a Pablo Aguado en su quite esbozado. Talavante le echó coraje para plantear un inicio de faena de rodillas en los medios, con el toro quedándose en la suerte. La faena fue un choque de intenciones opuestas, queriendo el torero por la izquierda, sin querer el toro ni por su mejor mano. Una mierda. Otra vez la fortuna trabada con la espada.

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Despertaría algo la tarde con un buen saludo a la verónica de Pablo Aguado al mansito tercero, que traía otro aire, una cierta humillación en el embroque. Fino Aguado, y preciso Juan Sierra para meterle el capote al picador derribado (Salvador Núñez). Mientras se marchaba el caballo, Morante sacudió un quite de perezas, de verónicas con empaque, sueltas las muñecas, cuatro y la media con una torería no limpia, de imperfecta perfección. Pablo replicó por aladas chicuelinas, una bella danza sincronizada, hasta desembocar en una media verónica superior. Ese sentido del toreo en movimiento, de baile clásico, se desprendió también del prólogo de faena al paso. Un prodigio de trincherazos, un cambio de mano, una cosa exquisita. El toro, con su bondad, empezó a desentenderse pasado el embroque, y la labor el sevillano se fue disolviendo a la par sin hallar la tecla de la retención. Hasta que uno se rajó definitivamente (el toro) y otro se encasquilló con el acero (el matador).

A la última mole (643 kilos), de pobre poder, Pablo Aguado le voló otra vez la verónica con cadencia, sumando un detalle más a su tarde de destellos. Apuntaba buen estilo el juampedro sin aliento, sin el motor, ni mucho menos la caldera del Titanic, que es lo que hubiera necesitado el buque de la juampedrada. O el milagro de Rebeco.

Ficha

MONUMENTAL DE LAS VENTAS. Miércoles, 29 de mayo de 2024. Decimoséptima de feria. Lleno de «no hay billetes».Toros de Juan Pedro Domecq, cinqueños; muy pesadores, serios en diferentes tipos y desfondados; extraordinario el 5º.

MORANTE DE LA PUEBLA, DE TABACO Y ORO. Dos pinchazos y otro hondo y descabello (pitos). En el cuarto, pinchazo y media (silencio).

ALEJANDRO TALAVANTE, DE BLANCO Y ORO. Dos pinchazos y estocada atravesada y suelta y descabello (silencio). En quinto, estocada caída (oreja).

PABLO AGUADO, DE VERDE ESMERALDA Y ORO. Dos pinchazos y estocada atravesada y corta. Aviso (silencio); en el sexto,pinchazo bajo, pinchazo hondo y descabello (silencio).