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En resumidas cuentas

Tostadas quemadas

Protestas de agricultores en Bilbao.
Protestas de agricultores en Bilbao.ANDER GILLENEAAFP
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A veces con la economía pasa como con el sexo: si es planeado, es aburrido. Hacer un plan no es lo mismo que tener una estrategia. Para gobernar un país hace falta visión, responsabilidad y dinero. Si haces un plan, pero no sabes dónde quieres llegar, no hay estrategia. La agricultura, como casi cualquier sector, está afectada por el cambio productivo y tecnológico, pero también por las exigencias de la protección del medioambiente. Lo que resulta chocante es esa honrosa obsesión por mejorar nuestro planeta, se haga al margen de la agricultura o la ganadería e, incluso, en ocasiones, contra ellas. Muchos no quieren comer carne ni nada que proceda de animales, pero les encanta tomar tostadas de aguacates traídos en un avión, quemando combustible a lo bestia.

El campo se ha rebelado en toda Europa. La relación más directa estos días entre las asonadas agrarias y las políticas de cambio climático es que la UE ha dado marcha atrás a la propuesta para la reducción del uso de pesticidas químicos en el campo. Suena a un fracaso para los objetivos verdes, pero el análisis requiere muchos más matices. En el trasfondo está, por enésima vez, la cuestión de si la transición hacia una economía más limpia se está haciendo en plazos razonables y si, de serlo, se está asumiendo el coste que ello supone. En el caso de la agricultura, para conducir este cambio de forma equilibrada hay que tener en cuenta tres pilares. Puede que ninguno de ellos tenga la firmeza suficiente.

El primer pilar se refiere a la dimensión política y el uso de la información. En este año superelectoral, el mundo rural tendrá mucho que decir en algunas elecciones. En España ya tuvo su papel para evitar el colapso total de algún partido de extrema derecha. Son este tipo de formaciones las que, con escasa información y formación, han ido introduciendo desinformación que, en suma, niegan el cambio climático y pretenden aparecer como amigos del campo. En los casos más hilarantes, haciendo correr bulos como que aviones militares nocturnos riegan los campos con pesticidas para envenenarnos. Como señala Mariana Mazzucato en su entrada en Project Syndicate del 19 de enero, la respuesta de los partidos más moderados no puede ser sólo lanzar dinero o comprometerse a ciegas a determinados objetivos climáticos, sino contar con verdaderas estrategias que involucren al sector privado en una correcta inversión productiva más limpia.

En este sentido, un segundo pilar es definir qué agricultura queremos y también cuánta. No deja de ser paradójico que un mundo avanzado que intenta ser más verde lo haga con peso cada vez menor de este sector en la economía. Como en otros extremos del modelo productivo, necesitamos una producción más eficiente, pero también más limpia. Casi todos los trabajadores del campo han ido incorporando innovaciones tecnológicas, pero, a pesar de ello, la estructura de costes les es muy adversa y los esfuerzos por hacerles más partícipes de las ganancias finales del producto se están quedando cortos. Casi la mitad de los trabajadores agrícolas en los países europeos con mayor tradición, como España o Francia, se jubilarán en la próxima década, pero nadie quiere seguirles. No es sexy.

En tercer lugar, las estrategias y el dinero. No bastan la inversión pública ni las subvenciones de la UE. Hacen falta nuevas formas de inversión y nuevo sentido para la agricultura ecológica. Los beneficios empresariales están creciendo y es una buena noticia. Más que preocuparnos por si son grandes o pequeños (como se hace todos los días en alguna radio comparando PIB de países o regiones con ingresos corporativos) lo que hay que hacer es preguntarse por qué incluso en los países más avanzados sólo el 20% de la inversión empresarial va a economía productiva (incluida agricultura) y el resto se dirige exclusivamente al sector inmobiliario y a inversiones financieras. Si seguimos así, comeremos ladrillos porque una tostada de aguacate nos sabrá peor si está quemada por nuestra mala conciencia agrícola.

* Francisco Rodríguez Fernández es catedrático de Economía de la Universidad de Granada y economista sénior de Funcas.