La inmigración lleva décadas nutriendo al mercado de trabajo español, pero en los últimos años se ha convertido en puntal necesario no sólo para cubrir las vacantes en los puestos menos cualificados sino también para garantizar el relevo generacional en determinadas profesiones y, más importante si cabe, para sostener el sistema de las pensiones públicas. Frente al sentir general que ha reflejado el CIS esta misma semana, revelando que la inmigración se ha convertido ya en el principal problema para los españoles, por delante del paro, la crisis económica, el contexto político o incluso la vivienda, los expertos defienden que la mano de obra extranjera es fundamental para la viabilidad del mercado laboral español.
Tanto es así que la inmigración explica nada menos que el 90% del incremento de la población activa desde el año 2021 y el empleo entre los extranjeros está creciendo ya a un mayor ritmo que el experimentado durante los últimos años de la burbuja inmobiliaria, entre 2000 y 2008. Así lo pone de manifiesto el último observatorio del mercado de trabajo elaborado por Fedea en colaboración con BBVA Research y Sagardoy Abogados, presentado ayer por el responsable de análisis económico del servicio de estudios del banco, Rafael Doménech, y el investigador asociado de Fedea Florentino Felgueroso.
"El crecimiento reciente de la población activa en España se explica por la nueva incorporación masiva de inmigrantes al mercado de trabajo", afirma el informe, que incide en que "el aumento anual promedio de la ocupación de personas con nacionalidad extranjera desde 2021 supera al que tuvo lugar entre 2000 y 2008, durante la expansión inmobiliaria". Y aunque recoge datos que corroboran que la mitad de los 4,2 millones de ocupados con nacionalidad extranjera se agrupan en quince ocupaciones encabezadas por algunas de las menos cualificadas como los empleados domésticos, camareros y personal de limpieza, puntualiza que "el nuevo proceso de incorporación de inmigrantes al mercado de trabajo español se está produciendo con menores tasas de segregación ocupacional que las registradas antes de la Gran Recesión" y "este hecho se debe a que se está produciendo un aumento de la participación de los inmigrantes en prácticamente todas las ocupaciones".
En pleno debate por la llegada de inmigrantes irregulares en el que el Gobierno está impulsando la formación en los países de origen para la cobertura de hasta 250.000 empleos en España, tal y como anunció el presidente Pedro Sánchez hace unas semanas, reputados expertos en el ámbito laboral arrojan luz a la discusión. Y son tajantes: la mano de obra extranjera es necesaria y no existe ninguna evidencia empírica acerca de un eventual impacto negativo para el empleo nativo. Por ello, durante el debate posterior a la presentación del informe la economista de Fedea Raquel Carrasco calificó de "excesiva" la preocupación que manifiesta la población española por la inmigración y se apoyó en varias investigaciones para defender que ni los inmigrantes cobran más ayudas [en las prestaciones de paro, por ejemplo, tienen duraciones más cortas que los trabajadores nativos], ni presentan diferencias estadísticas significativas en la utilización de los servicios del Sistema Nacional de Salud, ni merman las oportunidades de empleo y salariales de los locales.
Entonces, ¿por qué una parte importante de la población española percibe la inmigración como un problema? Doménech aportó que "las percepciones individuales están contaminadas por el sesgo de la autocomplacencia". Y desarrolló: "Cuando las cosas van bien, pensamos que es fruto de nuestro esfuerzo, y cuando van mal, tendemos a pensar que es culpa del entorno". En este sentido, recordó que en los años 2000 la inmigración fue enorme -en 2006 estalló la conocida como "crisis de los cayucos"- y no había un problema porque la sociedad experimentaba un gran crecimiento de la renta per cápita y tendía a primar el éxito y el mérito personal, pero ahora la situación es distinta, tras la crisis de inflación y la pérdida de poder adquisitivo, por eso es más fácil caer en el "sesgo de la autocomplacencia".