Cuando Pedro Sánchez aterrice el martes por la tarde en la bulliciosa Hanoi, capital de Vietnam, se encontrará con un régimen comunista en plena expansión, con una de las economías de más rápido crecimiento del mundo que busca amortiguar el impacto del golpe arancelario de Donald Trump, quien impuso a este país del Sudeste Asiático una de las tasas más altas, del 46%.
Poco después de la declaración global de guerra comercial por parte de Washington, el secretario general del Partido Comunista de Vietnam (PCV), To Lam, la figura política con más poder en este país, fue uno de los primeros líderes mundiales en llamar directamente a Trump para pedirle que retrasara la implementación de los aranceles -el 9 de abril-, y así tener más tiempo para poder negociar.
Vietnam, donde Estados Unidos perdió una larga guerra que duró casi 20 años, fue terreno vetado para las empresas estadounidenses hasta la década de 1990, cuando se levantó el bloqueo económico y muchos fabricantes fueron poco a poco trasladando parte de su producción a este país. En los últimos años, la economía vietnamita está en plena explosión (el año pasado creció un 7%) gracias a que se ha beneficiado de la diversificación de las cadenas de suministro en medio de la pelea en muchos frentes entre los dos titanes del tablero geopolítico.
El pulso entre EEUU y China ha empujado hacia Vietnam a muchas empresas que antes estaban asentadas en el gigante asiático, donde la mano de obra ya no es tan barata como antes y las inspecciones laborales son mucho más rigurosas que en el país vecino en desarrollo. Pero la gran atracción vietnamita se disparó por culpa de los extremos y duraderos cierres de Pekín durante la pandemia. Entonces, muchas compañías internacionales se dieron cuenta de los riesgos de apostar todas sus cartas a la engrasada maquinaria de fabricación china.
Hay muchos ejemplos, como Apple, que desplazó parte de su producción de iPad y AirPod a Vietnam, lo mismo que Nike (cuenta actualmente con 130 fábricas proveedoras que producen calzado, ropa y equipamiento) o Adidas (fabrica en este país el 39% de su calzado). Hay fabricantes que, durante la primera etapa de Trump en la Casa Blanca, se mudaron a Vietnam para eludir la guerra comercial entre EEUU y China. Pero estos no contaban con verse ahora golpeados de frente por los nuevos aranceles.
"Reduciremos los aranceles a cero si logramos llegar a un acuerdo", aseguró Trump el pasado viernes después de una llamada con el líder vietnamita. Estados Unidos es el mayor mercado de exportación de Vietnam, con un valor de 142.000 millones de dólares, equivalente a casi el 30% del PIB de la nación asiática, que arrastra un gran superávit comercial con Washington. En Hanoi han dicho que reducirán aranceles sobre productos estadounidenses como gas natural licuado o automóviles, mientras que otros los eliminarán directamente.
"Vietnam se perfila como el país con el mayor incremento de riqueza para la próxima década", señalaba un informe reciente de la firma de inversiones sudafricana New World Wealth. "Este notable crecimiento se atribuye a la transformación de la nación en un centro manufacturero global, destacando un pronóstico de aumento del 125% en la riqueza en los próximos diez años. Vietnam no sólo experimentará la expansión más significativa en términos de PIB per cápita y número de millonarios, sino que también consolidaría su posición como destino principal para la inversión internacional".
Durante los últimos dos años, son muchos los análisis que se publican en la región sobre el potencial que tiene Vietnam de convertirse, en un futuro, en la nueva China, con aspiraciones a ser protagonista como potencia manufacturera mundial y un atractivo destino de inversión. Ambos actores comparten que son regímenes comunistas de partido único que pueden elaborar planes económicos a largo plazo (los famosos planes quinquenales que tan buenos resultados han dado en Pekín).
"Un posible traslado de producción mundial al Sudeste Asiático, a países como Vietnam, es algo natural, pero inviable a corto plazo", asegura el agente comercial de Jaime Horvilleur, que lleva más de 15 años viviendo en la ciudad china de Yiwu, uno de los grandes centros de producción del sur del país asiático. "No solamente se trata de tener una fábrica, maquinaria y mano de obra muy barata; es un tema de eficiencia, de optimación, de carreteras, de preguntarse cuánto va a tardar el camión con el contenedor en llegar al puerto, y si ese puerto está preparado para satisfacer la demanda que hay. ¿Qué país está preparado para ser lo suficientemente industrial como China? Ninguno. Muchos están en ello, pero el proceso es muy lento".
La estructura de poder vietnamita es bastante más compleja que la china. Quien manda en Vietnam es el secretario general del PCV, por delante del presidente de la nación, el primer ministro y el presidente de la Asamblea Nacional. Estos son los cuatro pilares de liderazgo. A diferencia de la vecina China, los hombres que se sientan al lado del jefe del partido tienen algo más peso en la agenda política, económica y militar. Cada cinco años, Vietnam celebra el Congreso del PCV con la participación de 1.600 delegados de todo el país, que son los que eligen a los 200 miembros del Comité Central. De este grupo después salen los 20 políticos que forman el Politburó, el máximo órgano de toma de decisiones, que concentra aún más el poder en los cuatro mandamases citados.
En medio de la lluvia de aranceles de Trump, Hanoi se va a convertir en las próximas semanas en una de las capitales diplomáticas de Asia con el desfile de líderes europeos y chinos. Después de Sánchez, será el presidente de China, Xi Jinping, quien hará su segunda parada en este país en menos de 18 meses. Desde Bruselas también se ha publicado que la jefa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente francés, Emmanuel Macron, también planean visitar Hanoi para estrechar lazos económicos.