MACROECONOMÍA
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La revolución radical de Trump: aranceles y un shock autoinfligido para devaluar el dólar sin que pierda su rol de reserva global

El equipo del presidente busca resetear el sistema global y esboza unos Acuerdos de Mar-a-lago para que las grandes economías le ayuden a reducir el déficit comercial por las buenas o por las malas

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El pasado 4 de noviembre, un día antes de las elecciones en Estados Unidos, el hoy secretario del Tesoro, Scott Bessent, delfín de George Soros y por entonces todavía consejero delegado de Key Square Group, participó en el pódcast de Capital Allocators para exponer su visión del entorno macroeconómico. Habló de muchas cosas, pero hay dos ideas fundamentales para entender lo que está haciendo ahora la Administración norteamericana. La primera, que está convencido, como el presidente, de que se puede mantener el dólar como moneda de reserva mundial y al mismo tiempo devaluarlo sensiblemente frente a otras divisas: "Ambos objetivos no son mutuamente excluyentes", afirmó.

La segunda, no menos importante para alguien que está seguro de que caminamos hacia un reajuste monetario global, es que el caos que parece caracterizar al nuevo Gobierno, que un día impone aranceles, el siguiente los suspende y el tercero los duplica, no tiene por qué significar descontrol. "A lo largo de mi carrera, algunas de mis mejores inversiones han sido cuando una política, un gobierno o una gerencia se dirige a toda velocidad hacia un muro, y uno asume que van a frenar", explicó.

EEUU está en medio de una revolución completa. En política nacional, exterior y económica. Trump lleva convencido desde los años 80 de que Estados Unidos es el pagafantas global, una potencia que inexplicablemente no usa todo su poder en beneficio propio, de la que abusan por tanto sus socios, vecinos y amigos. Una economía abierta que es castigada injustamente por aranceles, impuestos y regulaciones. Está decidido a acabar con ello, usando no sólo su gran mercado, sino todos los medios que sean necesarios, incluyendo presiones, chantajes o amenazas militares.

La gran obsesión de fondo es el déficit comercial. La visión tradicional de por qué Estados Unidos mantiene desequilibrios comerciales crónicos es que gasta demasiado. Pero los gurús del actual presidente creen que la razón es otra: la avidez del resto del mundo por activos financieros estadounidenses, especialmente bonos del Tesoro. Ante la creciente demanda del resto del planeta para colocar sus reservas de divisas o para simplemente operar en los mercados, Estados Unidos habría tenido que incurrir en grandes déficits fiscales. Y como las entradas de capital mantienen el dólar demasiado fuerte como para que los exportadores estadounidenses puedan competir, eso genera déficits comerciales persistentes.

La tesis no es muy convincente, o sólo refleja una parte de la historia, ya que esa situación se produce con bienes, pero para nada con servicios, como bien saben las grandes tecnológicas. Además, Trump en realidad no cree que todo sea producto principalmente de la fortaleza del dólar, de la deuda o el déficit, de la vigorosidad de su demanda interna, de la riqueza del país. Sino de la maldad del resto del mundo, que recuerda cada día, y las consecuencias de haber cedido, supuestamente, su soberanía económica tras la Segunda Guerra Mundial al reducir los aranceles y permitir la salida sin control de capitales. Para Trump, a diferencia de todos sus predecesores, el orden económico liberal, surgido de las cenizas de las guerras mundiales, no ha sido "la base de la prosperidad estadounidense, sino su ruina", según Ian Bremmer, fundador de Eurasia.

Y para hacer frente a eso, sanear las cuentas, ingresar billones de dólares y con eso bajar los impuestos está intentado cuadrar el círculo de la forma más radical y extrema que se pueda concebir, con un shock y reseteando completamente el sistema. Entre los analistas e inversores hay serias dudas de que no esté autoinfligiendo un daño a su economía de forma deliberada, con los aranceles, los despidos de decenas de miles de trabajadores públicos, el cierre de agencias y los intentos de congelar fondos ya asignados por el Congreso, que según los modelos de la Reserva Federal de Atlanta podrían desembocar en una contracción del PIB este trimestre. No es que él quiera una recesión per se, algo políticamente difícil de mascar para alguien de ego tan frágil que se presenta como el mejor de la historia a todas horas y en cualquier tema. Pero sí un shock a través de la reducción del gasto público para lograr un debilitamiento controlado del dólar, especialmente si se logra combinar con una colaboración con la Reserva Federal en fase de relajación monetaria.

Algunas señales son indiscutibles. El Gobierno Trump está metamorfoseando la economía estadounidense, para que pase del gigante del consumo que es hoy a una potencia manufacturera. Los mensajes son diarios y el sistema, el palo y la zanahoria: incentivos fiscales, regulatorios y de todo tipo para quien fabrique en casa, impedimentos y castigos para quien lo haga fuera. Quiere crear empleos, quiere "made in America" y la muerte del "globalismo". En palabras de la Casa Blanca, "el presidente se mantiene firme en su compromiso de restaurar la industria manufacturera estadounidense y el dominio global". E igual que en su primer mandato, piensan que si China se debilita, por poco que sea, ya habrá merecido la pena.

El problema es que hacer eso en las condiciones actuales es casi imposible. De ahí la necesidad de un plan agresivo, de una "desintoxicación", en su propio lenguaje. Stephen Miran, responsable del Consejo Económico de la Casa Blanca es quien más lo ha esbozado. En noviembre, tras la victoria electoral, publicó un largo ensayo de 40 páginas titulado Guía del usuario para la reestructuración del sistema de comercio global analizando los pasos para debilitar el valor del dólar mientras refuerza su poder global. "Existe un camino por el cual la Administración Trump puede reconfigurar los sistemas comerciales y financieros globales en beneficio de Estados Unidos, pero es estrecho y requerirá una planificación cuidadosa, una ejecución precisa y atención a las medidas para minimizar las consecuencias adversas", decía entonces.

Para esa cuadratura el equipo de Trump quiere cambiar los paradigmas dominantes desde Bretton Woods (1944), cuando se ideó un orden monetario que vinculaba las monedas al dólar estadounidense, que a su vez era convertible al oro a un tipo de cambio fijo para fomentar la estabilidad. Eso acabó en 1971 cuando el presidente Richard Nixon suspendió la convertibilidad, poniendo fin al patrón oro y marcando el comienzo de una era de tipos de cambio flotantes. Miran ha introducido en la discusión pública, que Wall Street sigue muy de cerca, la idea de unos Acuerdos de Mar-a-Lago, la nueva versión de los famosos Acuerdos del Plaza de 1985, un pacto coordinado entre grandes potencias económicas para devaluar el dólar frente al yen, el marco, la libra o el franco, cuando la Reserva Federal de Paul Volcker no aflojaba en sus políticas de mano dura.

La doctrina económica mainstream dice que para hacer eso hacen falta cómplices, aliados; amigos, no enemigos. O víctimas. Pero a diferencia de lo que hizo Ronald Reagan, Trump usa el martillo y su equipo lo plantea de forma simple: quienes no acepten dejarán de ser considerados aliados y no sólo sufrirán aranceles, sino que quedarán fuera del paraguas militar norteamericano. De ahí las amenazas recurrentes de Trump a los BRICS por contemplar la posibilidad de impulsar una divisa rival. O el odio a la UE y el euro, que cree concebidos con la única finalidad de "joder a Estados Unidos".

Miran, en el mencionado paper, esboza otra posibilidad, muy delicada y complicada en términos financieros: que esos mismos países acepten intercambiar los bonos estadounidenses que atesoran ahora (China ha dejado de ser el principal tenedor en favor de Japón), así como reservas de dólar e incluso de oro por bonos con cupón cero, sin intereses, con vencimiento a un siglo, algo que las agencias de calificación no verían con buenos ojos, a priori. "Históricamente, Estados Unidos ha adoptado enfoques multilaterales para los ajustes monetarios. Si bien muchos analistas creen que no existen herramientas para abordar unilateralmente la devaluación de la moneda, esto no es cierto", afirma el economista en su ensayo.

Tradicionalmente, un debilitamiento controlado de tu divisa, pero sin dañar su rol predominante, requiere no sólo los mencionados aliados, sino otra coyuntura, ya que normalmente la imposición de aranceles logra precisamente el efecto contrario, un dólar más fuerte. Por no hablar de la reacción que está provocando el miedo a una contracción o incluso recesión, por pequeña que sea. Un dólar más débil podría impulsar las exportaciones estadounidenses al abaratarlas en el extranjero, pero el aumento de los costos de importación asimismo impulsaría la inflación, reduciendo también el poder adquisitivo de los estadounidenses.

Pero el equipo de Trump se muestra muy confiado. Han pasado de negar efectos secundarios o indeseados en la economía a hablar de pequeñas "turbulencias", un periodo de "transición o desintoxicación" de la "adicción al gasto público" o incluso a decir que "no pain, no gain", no hay beneficios sin algo de dolor. Y en todo caso creen que el momento del dolor es ahora, al inicio, cuando es más fácil de tragar.

Además, consideran que ante un amago de recesión, que inevitablemente salpicaría al resto de economías del planeta, el resto de actores estarían más tentados de jugar bajo las nuevas reglas. Empezando por la Reserva Federal. "Mientras que la bajada de los precios de los activos contrarrestaría la excesiva financiarización que ha afectado a la economía estadounidense, sobre todo si un dólar más débil impulsa la industria", indicaba Gillian Tet en el Financial Times hace unas semanas.

"No está claro adónde se supone que conducirá la actual estrategia de conmoción y pavor de la administración Trump. La afirmación de que el atractivo del dólar es una carga exorbitante, en lugar de un privilegio exorbitante, no resulta convincente, especialmente cuando quienes la presentan se muestran tan reacios a renunciar a ella. Los mercados están inquietos por el castigo que la Administración, convencida de que Estados Unidos es una víctima, está dispuesta a infligir a sus aliados cercanos. Si tal comportamiento reduce el atractivo del dólar, quizás realmente se convierta en una carga exorbitante. Pero ese no es el futuro que ningún estadounidense debería desear", avisaba hace unos días Raghuram Rajan, ex economista jefe del FMI y ex gobernador del Banco Central de la India.