ESPAÑA
Sesión de control

Este país se les queda pequeño

Teresa Ribera, este miércoles, en la sesión de control al Gobierno en el Congreso.Teresa Ribera, este miércoles, en la sesión de control al Gobierno en el Congreso.
Teresa Ribera, este miércoles, en la sesión de control al Gobierno en el Congreso.Óscar del PozoAFP
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Otra sesión de control al Gobierno sin el presidente del Gobierno. No es que a Pedro no le guste que le controlen, es que no le gusta su país. Un terruño inhóspito, indigno de su liderazgo global, poblado por indígenas ceñudos que le arrojan palos de escoba. ¿Cómo no vamos a entender que el presidente quiera pactar con todos los partidos que odian a un país así? Cuando cede a Otegi, cuando suplica a Puigdemont, este madrileño desarraigado no ve separatistas fanáticos sino camaradas de exilio interior.

Pero a pesar de todo Pedro sigue sin ser alemán. Ha perdido la mayoría pero tampoco le da la gana de disolver las Cortes y convocar elecciones, porque entonces podría irse del único lugar de España donde le gusta estar: cierto palacio ubicado peligrosamente cerca de la Complutense, como bien sabe su rector. De modo que ha escogido una vía intermedia, consistente en viajar del mundo a Moncloa y de Moncloa al mundo sin pasar por el Parlamento, como una ardilla espídica que salta de cumbre en cumbre sin tocar jamás el suelo. La última vez que lo tocó, forzado por el deseo del Rey de escuchar a los españoles de a pie, tuvo que salir escoltado.

En ausencia de Pedro les toca sostener el tinglado argumental a Montero y Bolaños, mártires del relato, escudos humanos de su señor. De la vicepresidenta primera me dijo una vez la maquilladora más talentosa de Telecinco que su pelo parecía "una gallina matada a escobazos". Es imposible mejorar ese análisis y la evidente metáfora parlamentaria que encierra, así que no voy a intentarlo. En cuanto a la pálida faz de don Félix, últimamente desmiente la etimología latina de su nombre. Cayetana Álvarez de Toledo localizó el flanco débil del ministro de Justicia -que es precisamente la Justicia- y apretó hasta que salió lo más profundo: el miedo. "¿Curioso, señor Bolaños: hoy no ha defendido a Begoña Gómez. ¿Qué le pasa? ¿Y por qué sigue defendiendo al fiscal general? ¿Teme lo que puedan encontrar en el móvil de García Ortiz?". El ministro no halló otra salida que la reincidencia en el bulo del presunto papel de Álvarez de Toledo en la garrafal reacción de Aznar al 11-M, cuando ella llegó al PP dos años después de los atentados. Definitivamente hay nervios ante el volcado de los dispositivos confiscados a Alvarone, y ante la declaración judicial de Aldama, y ante la posibilidad de que se destapen más cosas feas que solo Pedro, Begoña y Félix conocen. Una democracia deja de serlo cuando sus jueces le tienen miedo al poder ejecutivo. Por desgracia para nuestro Maquiavelo comprado en los chinos, eso aquí no ha pasado ni va a pasar.

Pero la estrella invitada del pleno no era otra que Teresa Ribera. La todavía ministra de asuntos verdes y cauces inadvertidos comparte con su jefe la distancia emocional respecto de ese país llamado España. Hace muchos meses que se siente ajena a la ingrata actualidad doméstica. Su talento de rango continental no está para limpiar barrancos ni para rendir cuentas ante sus castizas señorías de Pirineos abajo. Lo malo para ella es que de Pirineos arriba tampoco cae ya tan bien como antes. Ni ella ni sus ecologísimas ideas. Así que la han forzado a comparecer aquí si quiere conservar su puesto allí. Nótese la aberración que supone que la "responsable hidrográfica" -así la bautizó Tellado- del país que ha sufrido la peor inundación de su historia moderna tenga que acceder ¡obligada! a dar explicaciones en el Parlamento que representa a los ciudadanos de los que cobra y a los que se debe.

Pero el problema de doña Teresa sigue siendo de enajenación: habla como una etnógrafa belga entre tribus ibéricas. Dice que no ha ido a Valencia porque pasa de hacerse fotos (¿un reproche a Pedro Sánchez o a Felipe y Letizia?) y porque lo suyo es el rigor y porque estaba trabajando muy fuerte en su despacho (se entiende que salvo durante el intervalo crítico de la crecida, entre las 16.13 y las 18.43 de la tarde de la riada, que cogió a la Confederación Hidrográfica mirando a la presa de Forata). Su tono pretendidamente mesurado grita el eurodesprecio que siente por este Congreso. Incluso llegó a hablar de sí misma en tercera persona para endosarle a Rajoy la negativa a hacer las obras de adecuación y drenaje en el barranco. Obras que no hizo la ministra Teresa Ribera, a quien ahora se ve visiblemente preocupada por la comisaria Teresa Ribera.

Es probable que al final vea cumplida su ambición. Pero el precio que pagará Sánchez a Feijóo es el blanqueamiento de todos los pactos del PP con Vox. Porque Ribera solo será comisaria si el PSOE convalida a Orban y a Meloni. Es decir, si renuncia al cordón sanitario a la ultraderecha del que vive el relato sanchista. Que la alerta antisfascista de la izquierda española siempre fue una argucia retórica en la que ni ellos creían ya lo sabíamos; que lo proclamen ahora por toda Europa con tal de colocar a una de las suyas en un puesto de poder no es más que la brusca retirada del velo que cubría el ciclópeo monumento al cinismo que el socialismo español lleva levantando los últimos seis años, para indeleble memoria de la posteridad.