A Tania se le sale la fuerza por los ojos. Aquí sentados, en esta terraza en el centro de Albacete, la mujer, de 29 años, tres hijos y verbo punzante, te resume en 20 minutos sus desdichas -casi dedica una somera frase a cada una-, y en tres segundos su fortaleza: «Yo sé que puedo conseguirlo».
A su lado José Antonio, su ángel de la guarda en Cáritas, el trabajador social que lleva años ayudándola a sostenerse, desliza: «No siempre ha estado tan fuerte, pero es su momento, tiene que despegar».
Tania no sólo pelea contra una infancia muy dura, itinerando por Castilla La Mancha con su madre, víctima de violencia de género «pero a la vez muy hecha a ese papel, casi necesitando ese maltrato».
Tania, aquí sentadita, sigue cuerpeando también ahora, tanto tiempo después, con los años que vinieron luego de huir del infierno en casa: los que pasó en centros de menores, juntándose con «lo mejor de cada casa», algunos de ellos «liándola bastante gorda».
Y pelea también con sus tres embarazos posteriores, el primero con 18 años, el segundo con 19.
Y con las enfermedades respiratorias de su primer hijo, que le hace tener su piso, un alquiler de protección oficial logrado «tras ocho años de espera», repleto de respiradores, nebulizadores «y todo tipo de medicinas».
Tania sabe lo que es pasar frío -"cuando vivíamos en Las Seiscientas [en Albacete], cuando nació mi primer hijo»-, y por el hambre no le preguntamos por pudor -José Antonio y Pilar, los trabajadores de Cáritas que la arropan, tuercen el morro ante las preguntas más sensibles-.
Pero Tania, y entremos en el meollo, enfrenta un enemigo mucho mayor que todos esos, ahora que intenta dar un paso adelante, ya con sus dos hijos mayores creciditos (9 y diez años), con casa propia «y no compartiendo con otras 12 personas, como antes», y con su pareja trabajando e ingresando «lo que puede».
Un enemigo invisible que sitúa a España a la cola de Europa en un tipo muy preciso de desigualdad: la pobreza heredada. El círculo que traslada la vulnerabilidad económica de padres a hijos, como si Sísifo le pasara la piedra a un vástago suyo que, de nuevo, tuviera que cargarla, inútilmente, montaña arriba.
Tania pelea para no legar a sus hijos su propia pobreza, como de alguna manera lidiaron sus mayores para no pasársela a ella. Con la diferencia de que aquellos batallaron en una España pobre, y no en la cuarta economía de la UE.
Sin embargo esa pobreza heredada, en gran medida pobreza infantil, es el triste recuento en que España es campeona a nivel europeo.
Un 10,8% de niños y adolescentes españoles sufría falta de recursos básicos en 2024, según la Plataforma de la Infancia (ojo, un 4,8% más que en 2019). Un 34,5% de los menores españoles está en riesgo de exclusión social según Unicef, casi 10 puntos por encima de la media europea, y sólo superados en este lamentable ranking europeo por Rumanía.
Para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), España se sitúa, en cuanto a pobreza infantil, en el puesto 36 de sus 39 miembros. Save The Children publicaba en diciembre que mientras en el lapso 2023-2024 la tasa general de pobreza relativa española descendió hasta el 20,2%, la referida a la población infantil y juvenil trepó del 27,8% al 28,9%.
«Y lo cierto es que en el último año ha aumentado la pobreza severa, aunque los ingresos medios de las familias también se incrementaron», explica a EL MUNDO Lucía Losoviz, responsable de Políticas de Infancia de Unicef, apuntando a la paradoja más lacerante: España no sólo crece, es que será la economía occidental que más crezca este 2025 según la OCDE (también fue de las que más tardó en arrancar tras la pandemia)... Pero a la vez tiene cifras de pobreza infantil casi de segundo mundo.
En realidad, la española es una riqueza pobre, según los indicadores. El índice Arope medido por Eurostat situó a España como país con más población en riesgo de pobreza de la UE, hasta un 26,5%, y lo hizo en la primavera pasada, cuando el país batía su récord de empleo: 21 millones de ocupados. Un país en que un alto porcentaje de ocupados tiene problemas económicos: un 16% de la ciudadanía, muy por encima del 11% de media de la UE (por no hablar del 63% de parados en riesgo de pobreza).
Un informe de 2022 encargado por el Ministerio de Derechos Sociales a la Universidad de Girona evidencia cómo se hereda la pobreza en España. «Seis de cada diez niños con abuelos que criaron a sus hijos en una situación económica complicada son hoy en día pobres», reza el informe. «Este riesgo se encuentra un 32,9% por encima del riesgo medio del conjunto de la población infantil».
España sufre, así, «una cronificación muy importante de la vulnerabilidad económica en muchas familias, pasando de generación en generación de forma acumulativa». De hecho, alertan los investigadores, «el riesgo de pobreza es más alto para los nietos que para los hijos de estos abuelos que sufrieron problemas económicos en la etapa de crianza».
La (deficiente) formación es una de las principales formas de contagio de la pobreza de padres a hijos. Según el informe, el 37,4% de adultos con padres que tuvieron un trabajo poco cualificado ostenta hoy un trabajo de igual perfil. El 45% de los adultos criados por padres con bajo nivel educativo sólo llegó al final de la educación obligatoria, por un 5% del resto de la población. El ascensor social no funciona para los pobres: no baja al sótano.
Lucía Losoviz menciona varios grupos especialmente vulnerables: «El colectivo gitano, las familias monomarentales, y aquellas en que algún menor tiene un problema severo de salud o de desarrollo: alguien deja de trabajar para cuidarlo, faltan esos ingresos y la familia se empobrece aún más».
Justo lo que le pasó a Tania. Su hijo mayor nació con malformación bronquial y asma crónica. «Creció como un chico aparte, con seis años no había socializado... Me volví loca, me esclavicé a él». Su segundo, también prematuro y nacido cuando ella tenía 20 años, requirió un casco ortopédico, «se le desplazaba el cráneo». Ahí llegó a sus vidas Cáritas, «hace nueve años... Y aún hoy, cuando hablo con aquella asistente social de la primera vez, lloro».
Problemas de salud aparte, Tania traía una mochila complicada. Su hogar materno fue una de esas familias monomarentales, y además peregrinando por centros para mujeres maltratadas, «en Hellín y en Cuenca», pero «enlazando maltratadores».Ella empezó a escaparse de casa con 11 años: «Mi hermana mayor tenía cinco más que yo y no se levantaba de la cama. Yo no quería terminar así».
Con 13 ya estaba en pisos de menores protegidos, y con 15 penada, en uno de «medidas judiciales» como el que se ha puesto de triste actualidad ahora en Badajoz. «Me escapaba todo el rato para poder ver a mi madre, para llamar su atención». Pero Tania es mucha Tania y no sólo sobrevive: termina la ESO y es madre con 18 y 19 años, «aunque esa segunda vez fue porque la pastilla falló, pero le eché cojones y p'alante».
Laboralmente ha hecho de todo: «Estuve cerca de acabar Auxiliar de Enfermería, pero no pude... He hecho hostelería, cuidado de mayores, dependienta, mozo de almacén... Todo lo que me mandan de Cáritas lo hago, incluso estuve en la brigada de pintura del Ayuntamiento». Pero ahora necesita amarrar algo más sólido.Su pareja «limpia cristales y es pulidor de suelos, formado para ello». Hay que conseguir ingresos, como sea.
Los retrasos de desarrollo de su hijo mayor fueron un lastre aún mayor, en una época en que «éramos 16 viviendo en casa de mi suegra, si te movías en la cama se caía alguien por el otro lado, y no nos daban ayudas porque contaban a todos como unidad familiar... Menos mal que estaba Cáritas, y yo llegaba con los 'tupper' que nos daban como si fuera papá Noel. Ahora Cáritas y Cruz Roja no nos pueden dar más, tenemos que volar solos», acaba.
«Y lo peor», interviene Olga Cantó, catedrática de Economía en la Universidad de Alcalá y experta en el tema, «no es sólo que la pobreza cronificada crezca con respecto a hace cinco años e incluso con respecto a los años 90, es que ahora va a llegar a la adultez la generación que pasó su infancia en la crisis de 2008, y vamos a ver qué produce una infancia de pobreza: una sociedad menos cohesionada al final es más violenta».
Cantó participó en un estudio que en 2022 estimó en 63.000 millones de euros anuales el lucro cesante provocado por la pobreza infantil: lo que la economía pierde al no formar a esos niños, que de adultos aportarán menos al PIB. «Y eso sólo en costes de pérdidas salariales, obesidad y depresión», apunta.
Tania, como millones de españoles y españolas, lucha para salir de ahí. «Tengo que darle todo a mis hijos... Tengo seis dioptrías de miopía y estuve años con unas gafas pegadas con celo... Sabía que si pedía la ayuda me la darían, pero prefería dejarla para ellos. Al final compré dos pares, de oferta... ¡Y ya he roto uno!», se ríe.
La prestación de crianza que propone el ministro Bustinduy
La prestación universal por crianza que propone el ministro de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy, contribuiría, según el Ministerio, a reducir la pobreza infantil entre un 25% y un 50%, implicaría una disminución en la intensidad de la pobreza de un 40% en los menores que todavía siguieran en riesgo de pobreza, e incluso reduciría el indicador de pobreza general de la población hasta el 17,5%, «sólo un punto por encima de la media europea», según fuentes ministeriales.