En la llanura de Nínive, en las inmediaciones de la ciudad iraquí de Mosul, el padre Daniel alterna los rituales de la Navidad con la reconstrucción de la tierra que, según el Antiguo Testamento, holló el profeta Jonás. "Estamos trabajando en la reconstrucción y el regreso de quienes emigraron. Hemos completado ya una importante fase en la rehabilitación de las viviendas y las iglesias", relata a EL MUNDO.es el joven sacerdote, empeñado en curar las profundas heridas que abrió la ocupación del autodenominado Estado Islámico en su confines.
En Mosul, otrora capital del califato en suelo iraquí, los templos -seriamente dañados por los yihadistas- resurgen lentamente bajo las manos de una legión de voluntarios. La incógnita es el número de feligreses que volverán a rezar entre sus muros. Hace cuatro décadas los cristianos representaban el 4% de la población iraquí. Hoy a duras penas llegan al 0,9%.
"En 2003 había alrededor de 1,3 millones de cristianos en Irak. La cifra actual ha caído por debajo de los 250.000. Para sobrevivir necesitamos la ayuda internacional. Hay que abordar la seguridad, el trabajo y la reconciliación", predica Bashir Warda, arzobispo de la Iglesia Católica Caldea, la principal rama que profesa la castigada comunidad cristiana local.
Irak, que el Papa Francisco visitará el próximo marzo en un periplo histórico para proporcionar esperanza a una minoría en retirada, es el escenario más avanzado de un declive general en Oriente Próximo, una tierra de evidentes resonancias cristianas. "Tras la invasión estadounidense, los cristianos sufrimos actos de persecución y violencia. Al principio fue parte del caos y la ausencia de ley y orden general pero pronto se volvió sistemático con la quema de iglesias, el secuestro y asesinato de clérigos y el ataque contra cristianos. 'Convertíos al islam o marchaos', decían. Sucedió a gran escala en el barrio cristiano de Bagdad en 2006 y condujo a la huida de unos 30.000 cristianos. Una vez que alguien tomaba un vuelo, el resto le seguía", recuerda Warda.
El seísmo, provocado por una combinación de factores diferentes, ha conocido réplicas en toda la región, desde El Cairo hasta Damasco. Hace más de un siglo los cristianos representaban el 14% de la población total. Hoy se hallan por debajo del 5%.
Egipto alberga aún la más numerosa de las minorías cristianas de Oriente. Los coptos son unos seis millones de almas en un país de 100 millones de habitantes. Su convivencia con el restante 94% de musulmanes suníes está repleta de desafíos.
"Hay tres actores que contribuyen a la situación actual de los coptos: el Gobierno, los islamistas y la sociedad en general", señala a este diario Samuel Tadros, investigador del centro para la libertad religiosa del estadounidense Instituto Hudson. "La ley actual para la construcción y renovación de templos sólo ha aceptado un tercio de las solicitudes presentadas. El régimen ve a los coptos como sujetos de los que no puede fiarse. No hay ni un cristiano en el aparato de Inteligencia y su presencia en la policía y el ejército no supera el 1%. El porcentaje en la judicatura y la diplomacia es del 1,9%. Los coptos están excluidos de toda la estructura del Estado y también están ausentes de los manuales de Historia. Se enseña que primero fueron los faraones, luego Alejandro Magno y los romanos y, antes de que llegaran los árabes, existe un vacío de tres siglos en el que nada ocurrió. Se obvia además que, incluso bajo dominio árabe, se necesitaron otros tres siglos para que la mayoría de la población fuera musulmana. Esta ausencia no sólo se produce en el sistema educativo sino también en el mediático", arguye.
A la extendida discriminación gubernamental se suma desde la década de 1990 el fuego de los grupos islamistas. "Los hay violentos y no violentos que también contribuyen a una cultura de incitación general contra los coptos", desliza Tadros. Atrapados entre la pared de las autoridades y la espada de los extremistas, los cristianos egipcios deben lidiar con una sociedad que les mira con recelo.
En los últimos años se han multiplicado los brotes de violencia sectaria, alimentados en las zonas rurales por los rumores de la construcción de una iglesia, un acto de blasfemia o una relación de amor entre un cristiano y una musulmana. Esporádicamente -la última vez hace tan solo unas semanas- turbas de vecinos han atacado propiedades y templos cristianos.
"Los ataques son anunciados previamente pero el Estado no interviene. Tras la agresión, siempre se actúa del mismo modo: se arresta al mismo número de cristianos y musulmanes y se fuerza una sesión de reconciliación que no solo crea una cultura de impunidad hacia los atacantes, que no resultan castigados, sino que se terminan alentando los ataques porque se les concede lo que piden. El acuerdo estipula, por ejemplo, que el lugar de culto carezca de cúpula, torre, cruz o campanas o dicta la expulsión del pueblo de la familia cristiana que supuestamente originó el altercado".
Un alto precio en Siria
A punto de cumplirse una década del inicio de la guerra civil, los cristianos sirios han pagado también un alto precio en un país cuyo tejido social y mapa sectario ha quedado completamente devastado. "Muchos han optado por abandonar sus hogares y trasladarse a otras ciudades dentro de Siria o dejar el país", admite Georges Fahmi, investigador del Middle East Directions, un programa del Robert Schuman Centre.
"La migración de los cristianos sirios no es un fenómeno nuevo. Ha tenido lugar durante las últimas cinco décadas pero se ha acelerado significativamente en los últimos años por el conflicto armado, especialmente entre los jóvenes que no ven futuro bajo la coyuntura actual. Aunque no existen estadísticas oficiales, el número de cristianos sirios cayó del 15% a principios de la década de 1980 al 4,8% en 2008. En la actualidad, se estima que no quedan más del 2%", esboza Fahmi.
La presencia cristiana se ha desvanecido por completo en Deir al Zour y Raqa, la que fuera bastión del IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés). "Alepo, Hama y Homs han sido testigo de una fuerte caída en el número de cristianos. Las comunidades de Damasco, Latakia y Wadi al Nasara [un área cristiana fronteriza con el Líbano] han permanecido estables y han recibido a menudo a los cristianos desplazados de otras ciudades", agrega.
En Siria y Egipto, al calor de la Primavera Árabe, la jerarquía cristiana optó por respaldar públicamente el statu quo representado por los regímenes autocráticos.
"Es un apoyo que ha aumentado la desconfianza entre los cristianos, percibidos como partidarios del régimen por la posición de sus iglesias, y el resto de comunidades étnicas y religiosas", alerta Fahmi. "En Siria la guerra civil ha dejado muchas heridas entre comunidades, entre cristianos, kurdos o suníes. En paralelo al proceso político se necesita trabajar a nivel de la sociedad para reconstruir la confianza y superar la experiencia del conflicto", opina el académico. "En el caso de ambos países, la decisión del liderazgo cristiano está basada en la falta de alternativas y la idea de que esos regímenes son la única y mejor opción disponible. No está en el ADN de las minorías religiosas sentirse atraídas por los sueños de liberación revolucionaria. Saben que las cosas van mal y a veces solo pueden empeorar", indica Tadros.
Sociedades menos diversas
Ni siquiera la apuesta por los caudillos y la represión ha logrado detener la sangría de la diáspora. "En Egipto hay ya alrededor un millón de cristianos que residen en el extranjero y se han establecido unas 600 iglesias coptas en Occidente", estima Tadros. "La emigración seguirá produciéndose pero su presencia continuará. Ningún país puede acoger a seis millones de coptos", aventura.
El éxodo, no obstante, se nutrirá de un ansia de igualdad no satisfecha. "Habrá olas de éxodo porque los coptos tienen más éxito fuera. En EEUU Rami Malek puede ganar un Oscar y Dina Powell puede ser consejera adjunta de Seguridad Nacional. En Egipto, en cambio, ni siquiera se permite a un cristiano acceder a la seguridad nacional", admite.
Al declive general -con la excepción del Líbano, donde los cristianos representan aún alrededor del 40%, y el Golfo Pérsico, donde los expatriados impulsan una iglesia plagada de restricciones- le acompañará la inexorable extinción de la minoría en Irak. "Al final manda la demografía. Llega un punto en el que los números no salen y no tiene sentido continuar. Es el ejemplo de los cristianos palestinos. La comunidad cristiana iraquí está llegando a ese punto cuando sus miembros no pueden encontrar cónyuges y las oportunidades laborales resultan muy limitadas", detalla Tadros.
Su lenta desaparición restará diálogo en una región del mundo necesitada de puentes. "Los cristianos han sido un actor muy activo en la Historia regional. Las sociedades menos diversas no enterrarán las tensiones sectarias, como algunos creen, sino que las incrementarán. Ya lo vimos con la salida de los judíos. La diversidad nos enseña la lección de la necesidad de aceptar las diferencias y de administrarlas de un modo pacífico. Las sociedades menos diversas aumentan el poder de quienes llaman a construir más homogeneidad con todo el odio y la violencia asociados", concluye Fahmi.
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