INTERNACIONAL
Gran Angular

Europa fija su rumbo entre miedo, violencia y tentaciones nacionalistas

El Parlamento Europeo girará a la derecha, como ya han hecho los gobiernos del continente en los últimos años

Una gran bandera de la UE en los actos del 80 aniversario del Día D.
Una gran bandera de la UE en los actos del 80 aniversario del Día D.DarIo Pignatelli
PREMIUM
Actualizado

Las encuestas indican que las fuerzas de ultraderecha, derecha dura, radical, las escépticas y eurófobas van a ganar peso en estas elecciones europeas. Pero la lectura no debería ser que el continente se va a derechizar, en futuro, porque hace tiempo que eso ya ha ocurrido. Se ve en los gobiernos, de la Italia de una Giorgia Meloni posfacista a los Países Bajos de Geert Wilders, que hace dos décadas no podía entrar en algunos estados miembro por su discurso de odio y era una anomalía arrinconada, y ahora gana. Se ve igualmente en los pasillos de la Eurocámara. Y en algunas de las políticas de los 27, especialmente en las migratorias, que se han vuelto mucho más restrictivas, severas, incluso deshumanizadoras en su dimensión exterior. Europa ya se ha movido y lo que se verá en la noche del 9 de junio, y en los próximos cinco años, es hasta qué punto el auge de las fuerzas extremistas condiciona el encaje institucional y cómo la Unión reconfigura sus aspiraciones, prioridades y líneas rojas.

Desde los años 70, socialdemócratas y democristianos han controlado el continente con una gran coalición permanente. Nada en Europa se podía hacer sin ellos, nada contra ellos. En 2019, los escépticos no lograron una minoría de bloqueo, pero el bipartidismo murió y entraron en las ecuaciones liberales y Verdes, y ahora los números dicen que habrá muchos más actores en juego.

Las posibilidades de que se rompan las alianzas tradicionales, los equilibrios básicos, son escasas. Por ahora. El Parlamento Europeo necesita a los dos grandes bloques, que con todas sus discrepancias y choques saben cómo trabajar juntos. Bruselas y Estrasburgo no son ciudades de suma cero, de todo o nada. Simbolizan a la perfección el ideal del compromis à la belge, de las soluciones subóptimas. Nada sexis, insoportablemente lentas, pero pragmáticas. Se pelea, se discute hasta la sociedad y se acaba con una regresión al punto medio.

"Si bien el ascenso de la derecha radical es una señal preocupante para la democracia europea 79 años después de la derrota del fascismo, estas fuerzas se han convertido en un actor que no puede ignorarse en la formulación de políticas de la UE. Sin embargo, según las cifras, las posibilidades de que la extrema derecha forme parte de la nueva mayoría de la UE después de las elecciones europeas son escasas", coincide Filipe Henriques en un análisis para la Heinrich Boll Stiftung.

La gran diferencia es que por primera vez el Partido Popular Europeo y todo lo que está a su derecha pueden acercarse a una mayoría. No van a ir de la mano, pero las relaciones van a cambiar y la fricción que de detecta estos días no sólo tiene que ver con las campañas. En julio de 2019, Ursula von der Leyen logró el apoyo de la Eurocámara por apenas ocho votos, y ahora lo tiene complicado en un voto secreto de ratificación. Muchos en su propio partido la odian, la envidian o están enfadados con ella. Consciente de la presión de los suyos para una agenda menos verde, más conservadora, ha tendido la mano a las fuerzas a su derecha, no a Marine Le Pen pero sí a Giorgia Meloni. Y eso ha enervado a los liberales (empezando por Macron, que teme que una normalización de Meloni lleve a la de su gran rival en Francia), a los Verdes y la izquierda.

"En muchos sentidos, el resultado de las elecciones será un veredicto sobre el estado actual del sentimiento europeo. Pero los que busquen una respuesta clara podrían llevarse una decepción. Probablemente veremos una mezcla de buenas y malas noticias, lo que dará lugar a interpretaciones contrapuestas sobre el mandato de la UE", apunta Pawel Zerka, del European Council of Foreign Relations.

Meloni no lo oculta: el plan es llevar su modelo al continente, una unión de las derechas populares, conservadoras y soberanistas. Para eso hace falta tiempo, cinco ó 10 años más, pero ella y un porcentaje creciente de la sociedad europea cree que tiene más sentido algo así que una alianza "antinatural" con la izquierda.

Por si fuera poco, todo a las puertas de las elecciones estadounidenses y de un giro proteccionista, en todas las acepciones el término. Económico, hablando de autonomía estratégica, ayudas de Estado para compensar lo que hacen EEUU o China, campeones europeos. Protección del modo de vida europeo (Von der Leyen creó esa cartera en 2019 y la tuvo que retocar a promoción en vez de protección), De las fronteras exteriores. De los orígenes cristianos. De los derechos básicos. De la naturaleza. Toda la campaña, todos los grandes debates del continente giran en torno a la protección, al miedo. Al exterior y a perder lo que hay dentro, porque para sostenerse, la Unión necesita crecimiento económico y prosperidad. En un debate que se articula sobre esos pilares de miedo, rabia, decepción, es complicado mantener el principio sobre el que se articula la integración europea: la confianza y la cesión.

La historia de la UE es la de un choque permanente entre épocas de mayor y menor cesión de soberanía, entre el método comunitario y el intergubernamental. Está recogido en los Tratados que la Unión debe de ser cada vez más estrecha, pero no se dice nada del ritmo. "Las elecciones pueden romper con esta lógica integradora. No por efectos de una crisis (votar, en democracia, nunca lo es), sino porque las fuerzas que se percibirán como ganadoras son reacias a seguir optando por la cesión de competencias, y porque no comparten la lógica de cooperación supranacional como ideal que guía a la Unión", apunta Héctor Sánchez Margalef, investigador del Cidob, en una reciente monografía.

La situación no puede ser más paradójica porque coinciden en el tiempo varios fenómenos contradictorios e inusuales. Por un lado, las fuerzas soberanistas han ido renunciando a su discurso rupturista. Hoy ningún partido grande, con opciones o en el Gobierno de cualquier forma aboga por salir de la Unión o el euro, como era lo normal hace una década, antes del Brexit. Pero de la misma forma, el discurso federalista está en sus horas más bajas. No tiene representantes claros y casi nadie afirma que la respuesta a todo, sin matices, tenga que ser más Europa y que se deba pisar el acelerador. Sólo se pide unidad, unidad, unidad.

Al mismo tiempo, el discurso de la Europa de las naciones, de volver atrás, de ralentizar la integración o las políticas más importantes, como las climáticas, ha calado. Ya no es sólo el grupo ECR, ya no es sólo el ID de los ultras. Hay una parte del Partido Popular Europeo y una creciente de la sociedad civil, de empresas, de agricultores, que coincide. Quieren quizás mercado único, pero en lo demás tienen reservas. Y eso ocurre tras la legislatura en la que se han dado algunos de los pasos más increíbles en materia de cooperación y cesión, como la compra conjunta de vacunas, la creación de un fondo de 800.000 millones de euros de deuda mancomunada o el apoyo total a un país vecino invadido.

La tercera ironía es que mientas se rechaza lo diferente y la tentación es recogerse hacia dentro, con auge nacionalista que reclama una arcadia que nunca fue, la UE ha reabierto, por unanimidad, la puerta a la ampliación, algo que estaba completamente descartado cuando los desafíos eran menores.

El cuarto elemento es que la amenaza que está debilitando los lazos es diferente a las del pasado. Europa se apoya demasiado y demasiadas veces en esa máxima de Monnet de que la Unión "se formaría en las crisis, y que sería la suma de las soluciones que aportáramos". Haciendo demasiado poco cuando no hay presión asfixiante e infravalorando el efecto tóxico de la concatenación de dramas para la confianza entre socios y de los ciudadanos en medio de una ola de fervor identitario y guerras culturales. Pero si la mayoría de las recesiones y apuros anteriores golpearon sobre todo a la periferia (deuda, rescates, países receptores de migración y refugiados) y la solución tradicional fue una profundización del mercado y las reglas a cambio de transferencias y fondos para los menos ricos, ahora la crisis está golpeando de lleno al centro, al núcleo. Y es donde hay más voces y votos escépticos, soberanistas, rupturistas.

"Si los resultados son parecidos a lo que apuntan las encuestas, el nuevo Parlamento será más beligerante con la cesión de competencias y por tanto la integración puede sufrir un frenazo y, potencialmente, pararse. La polarización va a aumentar y es probable que esto conlleve una mayor politización de los asuntos europeos y fuerce a los partidos a exponer de manera más confrontacional su visión sobre la UE. Si el bloque central desapareciese o se viera claramente debilitado, también podría emerger un nuevo escenario político de bloques, a izquierda (Socialistas, Verdes y La Izquierda) y derecha (PPE, ECR e ID), con los liberales basculando. Eso podría llevar a nuevas dinámicas políticas tanto dentro del Parlamento como en las disputas interinstitucionales", advierte Sánchez Margalef.

Lo que ocurre desde hace una década no es una crisis, o permacrisis, es una transformación. De las que no ocurren a menudo, a las que la UE no está acostumbrada. Ni se da cuenta a pesar de los síntomas, las señales. Es normal, hasta inevitable, según la profundización toca los órganos vitales. Pero también conlleva tensión, fricciones, sacudidas y sustos. La lección tras el recuento esta noche estará ahí, en la gestión posterior. Todo empieza en la Eurocámara y no va a ser agradable.

Atentados y ataques sin ningún precedente en la UE

Las europeas llegan en medio de una ola de violencia sin precedentes, tras el intento de asesinato del primer ministro eslovaco, Robert Fico. Del ataque a la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen. De la violencia contra candidatos en Alemania y Francia. Hay descontrol, ira, un descontento en ebullición de quienes no temen el fin del mundo, sino el final de mes, que choca con lo que ha sido la UE desde los años 50: la mejor forma para coexistir y crecer dejando atrás la sangre. El mundo de los próximos cinco años va a ser más agresivo, hostil, menos cooperador. Qué decir si vuelve Donald Trump, con China más asertiva, Rusia esperando para dar la estocada a Ucrania. Con los líderes en la diana física y miedo permanente a un magnicidio.