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Los dos son hombres de unos 35 años, con una altura y peso similares, pero de un vistazo se adivina cuál de los dos ha matado ya a otros hombres y cuál ha venido para aprender a hacerlo. Barsic es un sargento de la tercera brigada de asalto de Ucrania que lleva combatiendo desde 2014 en el conflicto del Donbás. En la jerga militar, es un perro de la guerra. Su piel es dura como el cuero, le faltan varias uñas (una señal de que fue torturado), tiene una mirada felina y es el único que no se tapa los oídos cuando suena la explosión de los misiles antitanques que otros disparan a su lado.
El otro es Dmitro, un mecánico de Odesa que está acostumbrando sus dedos al tacto frío del arma y su piel a la dureza del uniforme. Cuando estalla un misil antitanque no puede evitar estremecerse y agachar la cabeza. Lo que el veterano pueda enseñar al novato estos días determinará el tiempo de supervivencia de ambos en el campo de batalla, porque a partir de ahora forman parte de una unidad militar que debe moverse como un solo organismo. Saben que los rusos sólo duran vivos entre 12 y 18 horas, y Ucrania no puede permitirse esa estadística.
Los rusos han incrementado el uso de granadas con gas venenoso y el ejercicio de hoy consiste en aprender a combatir en condiciones de guerra química, pero los novatos aún no lo saben. Alineados, comienzan a disparar a unas dianas situadas a 50 metros con la imagen de Vladimir Putin en el centro. A medio cargador, Barsic lanza unos botes de humo blanco alrededor de ellos mientras grita la palabra «gas». Los militares se ponen sus máscaras antigás y siguen disparando intentando dar en el blanco entre las nubes de humo y las granadas detonantes. Barsic y otro de los sargentos los patean en los laterales, los zarandean, se sientan encima de ellos, todo para simular las condiciones caóticas del combate, donde tendrán que improvisar.
Momento culminante
Cuando se consumen los 1.000 días de invasión de Ucrania el conflicto alcanza un momento culminante.Los dos bandos parecen acelerar hacia un final próximo, quizá los últimos días de enero, cuando tome posesión en EEUU Donald Trump e intente cumplir su promesa de «acabar con la guerra en 24 horas». Rusia está quemando reservas a un ritmo no visto durante toda la invasión, confiando en que el alto el fuego del presidente electo le favorezca. Ucrania prepara a sus nuevas brigadas de asalto con intención de moverlas a Kursk, donde se juegan estos últimos movimientos de este ajedrez sangriento.
Sin duda, los miembros de esta tercera brigada forman parte de esa élite que debe cavar y resistir en suelo ruso, igual que otras unidades equipadas con armamento occidental, como la 47 y la 82, entrenadas en Occidente. «En la guerra un soldado no vale nada. Pero un grupo bien entrenado lo es todo», dice Barsic, ciudadano ruso según dice su pasaporte pero ucraniano por su uniforme. «Estoy en busca y captura en la Federación Rusa y aquí puedo enfrentarme al régimen de Putin, al que odio con todas mis fuerzas», dice apretando los puños.
¿Por qué estos soldados ucranianos luchan en la región rusa de Kursk mientras que los rusos avanzan paso a paso en el Donbás? En su criticada llamada de la pasada semana, el canciller alemán, Olaf Scholz, aseguró que Putin pretende que cualquier acuerdo de paz respete «las nuevas realidades territoriales» nacidas de la invasión, es decir, que Occidente reconozca como rusas las zonas conquistadas de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón. Pero ese argumento tiene un problema: Kursk. Parte de esa región rusa está en manos ucranianas desde el mes de agosto y, por tanto, también es una «realidad territorial» por mucho que a Vladimir Putin le pese.
Kursk fue una operación de alto riesgo pensada por el propio Volodimir Zelenski y Ucrania ha apostado todo a esa posesión incluso a costa de desproteger el frente sur entre Donetsk y Zaporiyia, el lugar en el que el rodillo ruso suma kilómetro tras kilómetro en un avance penoso pero sostenido en un campo de batalla destruido.
Llega el momento decisivo y las tropas de la Z, sobre todo sus unidades paracaidistas, se han lanzado a echar a los ucranianos de Kursk con ataques frontales desde hace una semana sin haber avanzado un solo metro. Lo sabemos gracias a las fuentes sobre el terreno, como uno de los oficiales ucranianos desplegados en la zona, que hace a diario un informe en su cuenta de X: «La 76 división de paracaidistas ha llegado a Kursk y, desafortunadamente, ha sido desplegada en nuestro flanco. Ahora luchamos contra el 155 batallón de marines y tres divisiones aerotransportadas». Rusia están usando granadas de gas venenoso, bombas guiadas de tres toneladas, misiles balísticos y armamento de todos los calibres posibles, pero la defensa en esta guerra es mucho más ventajosa que el ataque y en los últimos días Rusia pierde el equivalente a un batallón mecanizado cada 24 horas.
Putin sube la apuesta
Por si era poco, Putin ha subido la apuesta con la petición a Kim Il-sung de miles de soldados norcoreanos, de los que 12.000 ya están en suelo ruso y 3.000 de ellos, desplegados en Kursk. Las primeras bajas ya han llegado en forma de cargo 200 (muertos, según la denominación soviética) y cargo 300 (heridos). Como dato anecdótico, la tropa norcoreana ha descubierto gracias al internet ruso los canales porno y las redes sociales, a las que se han vuelto adictos.
Ucrania tiene dos meses para mantener ese territorio. Si lo consigue, puede llegar a sentarse en la mesa de negociaciones con un poderoso comodín en la baraja que el Kremlin sólo podrá recuperar si lo intercambia por otra zona ocupada por Rusia. Es en ese contexto en el que llega el levantamiento del veto estadounidense para el uso del armamento occidental. Un permiso limitado geográficamente y condicionado por Washington, que elegirá los blancos que sí pueden atacarse y rechazará los que no, mientras que Rusia lanza misiles balísticos proporcionados por Corea del Norte y drones entregados por Irán a las ciudades ucranianas sin que nadie avise a los civiles que las habitan. Ucrania sigue luchando con un brazo atado a la espalda en esta guerra.
¿Pueden estos misiles cambiar el curso de la invasión? Ayudarán, claro, pero difícilmente van a cambiar el curso de la guerra en esas cantidades y habiendo avisado a Moscú de su entrega, lo que permite mover la logística del frente de Kursk a toda velocidad, además de trasladar los aviones fuera de sus bases y a los soldados fuera de sus cuarteles. Es decir, la Casa Blanca permite el uso de los misiles pero a la vez minimiza su poder de destrucción con un aviso previo a cualquier ataque.
Que EEUU levante ahora este veto es una decisión coherente con todo lo que han estado haciendo los aliados de Ucrania hasta ahora: enviar armamento viejo, muy tarde, muy escaso y con grandes limitaciones. El objetivo de estos aliados, entre los cuales está España, nunca ha sido tumbar al régimen de Vladimir Putin, cosa que en las cancillerías europeas supone un escenario que da mucho miedo, sino desgastar a Rusia por muchos años e impedir que gane la guerra.
Ese objetivo se ha cumplido, teniendo en cuenta que lo que buscaba Putin el 24 de febrero de 2022 (acabar con el estado ucraniano y colocar a un títere) es casi imposible en la actualidad. Moscú sólo puede lograr objetivos menores y a un precio inasumible sólo para poder sobrevivir como régimen, el único actor para el que esta invasión es existencial.
Un estudio de la BBC sobre el número real de muertos sugiere que Rusia acumula casi 200.000 soldados fallecidos, lo que concuerda con los datos de 700.000 bajas ofrecidos por la inteligencia británica (un total de muertos, heridos y desaparecidos). Si lo comparamos con la guerra de la URSS en Afganistán, encontramos la cifra de 25.000 soviéticos muertos en 10 años, o la de Vietnam, con 58.000 estadounidenses muertos en 12 años, da una idea de la carnicería que Vladimir Putin puso en marcha en Europa hace hoy 1.000 días.
El sargento Barsic odia a sus enemigos tanto como los respeta: «En el ejército ruso hay dos categorías, el militar profesional y el reclutado. El profesional es más fácil de combatir porque siempre aplica su doctrina y nosotros la conocemos. Si pierden una posición, es seguro que tratarán de recuperarla poco después porque esas son las órdenes. Pero los reclutados de las prisiones, por ejemplo, son muy anárquicos e imprevisibles. Abandonan a los suyos en el campo de batalla y pero en el ataque pueden ser más fieros. En líneas generales nos enfrentamos a un enemigo agresivo y valiente. En todos los combates en los que yo he participado, nunca he visto rendirse a ninguno de ellos».
Uno de los soldados más jóvenes, pero ya con experiencia en combate, nos muestra una enorme cicatriz en el brazo como si fuera un torero enseñando una cogida: «Quiero ser operador de drones porque ya no tengo fuerzas ni para sujetar mi arma por culpa de esta herida de guerra. Sólo tengo que convencer a la comisión médica», dice convencido mientras el cigarrillo que sujeta con la mano tiembla. Días después de encontrarme con Barsic y los suyos, el canal de Telegram de su brigada informa de los primeros muertos norcoreanos. Han entrado en combate.