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Oriente Próximo

Un refugio cristiano para musulmanes que huyen de los bombardeos en el Líbano

La región de Deir Al Ahmar, en el valle de la Bekaa del Líbano, se convierte en un 'oasis' mientras los asaltos aéreos israelíes se suceden en las aldeas chiíes de alrededor

Ruinas de la sede del equipo de rescate civil de Baalbek (Líbano).
Ruinas de la sede del equipo de rescate civil de Baalbek (Líbano).JAVIER ESPINOSA
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El Líbano es un país marcado por las fronteras invisibles. En Deir Al Ahmar, los visitantes entienden que han sobrepasado una de esas demarcaciones cuando se topan con un enorme cartel de la Virgen María junto a una estatua de San Jorge matando al dragón.

Hasta ese instante, las carreteras del Valle de la Bekaa discurren entre aldeas decoradas con retratos de los militantes de Hizbulá abatidos en la presente guerra y edificios arrasados por los bombardeos. En uno de ellos, se pueden apreciar dos camiones equipados con lanzaderas de misiles y los restos de uno de estos proyectiles, reducidos a despojos por los ataques israelíes.

El tráfico casi ausente en los poblados chiíes musulmanes -especialmente en la cercana ciudad de Baalbek, capital simbólica de la formación paramilitar que se creó en ese lugar en los 80- se torna en atasco en cuanto se supera el control de las fuerzas de seguridad de Deir Al Ahmar, que filtra la llegada de visitantes.

Pese a que esta es una ciudad habitada por cristianos, la presencia de desplazados es obvia. Son incontables las familias de féminas cubiertas con un hijab (el pañuelo musulmán) que deambulan por el mercado central. Otras muchas se arremolinan en las escuelas habilitadas como centros de acogida.

"Aquí todos bebemos del mismo agua. Somos de la misma cultura", precisa Hassan Msheig, de 49 años, al aludir a la coexistencia que se ha establecido en la villa entre los huidos y los habitantes locales, pese a la diferencia de credo.

Tras la intensificación de la ofensiva israelí a finales de septiembre, y especialmente tras la orden de evacuación que dictó Tel Aviv el 30 de octubre contra Baalbek -donde habitan 80.000 residentes-, miles de personas huyeron en cuestión de horas hacia Deir Al Ahmar en un convoy que integraron cientos de vehículos. La población habitual, que no supera las 4.500 personas, se vio desbordada por más de 15.000 recién llegados.

Las amenazas israelíes no persiguen la intimidación. El 28 de octubre, los aeroplanos del país vecino atacaron el área de Baalbek en 35 ocasiones, matando dejando al menos 67 muertos y cientos de heridos.

Las autoridades de Deir Al Ahmar acogieron a la multitud en escuelas y hasta en iglesias, como la que usa el citado Hassan como residencia improvisada. Aquí, los colchones donde dormitan los huéspedes musulmanes se alinean debajo de todo tipo de iconografía cristiana, incluido un enorme cuadro que reproduce La última cena de Jesucristo. "Somos 115 personas", indica el libanés, que tuvo que huir de su aldea natal, Bodai, hace dos meses.

Este villorrio, ubicado a sólo 10 kilómetros, es uno de los lugares más castigados por la aviación israelí en las últimas semanas. "Han arrasado el 50% de la aldea y han asesinado a más de 70 personas", agrega Hassan.

Camila Shammas se encuentra sentada en una silla y apoyada en un bastón. El rostro agrietado y un enorme anillo de metal blanco en una de sus manos. La profusión de alianzas prominentes es una tradición común entre los chiíes.

El rostro de la señora no oculta su profunda turbación. Su familia fue exterminada hace pocas jornadas. "Mataron a 11", dice. Le cuesta soltar las palabras.

Hassan explica que resulta muy difícil describir lo acaecido. "En esa masacre recuperamos tres cadáveres. El resto sólo eran pedazos".

Además de refugio, Deir Al Ahmar -encaramada ya en la ladera que conduce a las montañas adyacentes- se ha convertido en un promontorio excepcional para asistir a los bombardeos repetidos que sacuden el valle de la Bekaa. Los aviones golpean casi a diario la vecina Baalbek y aldeas como la citada Bodai, Flawiye o Douris.

Los vecinos de Deir Al Ahmar guardan vídeos en sus teléfonos móviles de la jornada en la que un misil israelí reventó un depósito de cohetes de Hizbulá en Bodai, provocando a su vez una especie de estremecedores fuegos artificiales. Las imágenes permiten ver cómo los proyectiles activados por la explosión surcan el cielo fuera de control. Tres cohetes del grupo paramilitar llegaron a caer en Deir Al Ahmar. Uno de ellos explotó junto a una iglesia.

Las reticencias que exhiben los vecinos hacia Hizbulá no impide que se hayan organizado para asistir a los que han tenido que abandonar sus hogares. Diversas ONG suministran alimentos a los centros de acogida y otras han establecido cocinas comunitarias con el mismo fin.

En la cercana villa de Bechouate -también de mayoría cristiana-, los monjes maronitas han habilitado un centro de retiro espiritual como domicilio provisional para 200 personas, comenta el sacerdote Tony Rahme.

"Nuestro objetivo es la cohabitación, la vida común entre cristianos y musulmanes", apostilla.

La especial relación de Deir Al Ahmar y la docena larga de aldeas cristianas de su entorno, con la población mayoritaria musulmana que rodea este enclave se cimentó durante el inicio de la guerra civil que sufrió el país en el siglo pasado.

Bekaa era entonces un territorio controlado por las fuerzas palestinas y sus aliados locales. Tan pronto como comenzó la confrontación en abril de 1975, Deir Al Ahmar se vio sometida al cerco de los milicianos.

"Me acuerdo de cómo mis padres me metían debajo de la escalera cuando empezaban a caer obuses", rememora Rima Berkashi, que entonces era una niña.

Ibrahim al Khoury, que ahora se desempeña como mukhtar (una especie de alguacil), combatía en las filas de los irregulares que defendían la villa cristiana.

"Los palestinos estaban instalados en Laat [otro poblado sito a 10 kilómetros]", recuerda el veterano de 73 años, acomodado en su vivienda.

Pese a su fervor militante, Al Khoury es uno de los muchos vecinos de Deir Al Ahmar que no han olvidado su admiración hacia Musa Sadr. El clérigo chií fue un personaje clave en la historia del Líbano, en el siglo pasado. Él fue quien inició la revuelta de la comunidad de su fe -la más desfavorecida del país- y sentó las bases para la formación de grupos como Hizbulá. Pero también mantuvo un espíritu de confraternización con otras religiones, singular al menos en una era en la que la tensión sectaria derivó en guerra.

Por ello, en el verano de 1975, tras varios meses de asedio, Musa Sadr desafió el acoso militar contra Deir Al Ahmar y viajó hasta la población para rezar en una de las iglesias locales.

Al Khoury recuerda aquel periplo con todo detalle. No en vano, se considera como uno de los acontecimientos más significativos en la historia de Deir Al Ahmar. "Yo estaba a su lado, disparando al aire [una tradición local para dar la bienvenida]. Era un buen hombre", asevera.

Las palabras que pronunció Sadr en defensa de Deir Al Ahmar se citan de forma habitual en el Líbano cuando se recuerda que no todos los dirigentes del país fueron sectarios. "Los hijos de Deir Al Ahmar son como mis hijos. Quien dispare una bala contra Deir Al Ahmar es como si estuviese disparándome en el pecho, como si atacara a mis hijos. No hay diferencias entre musulmanes y cristianos", declaró el religioso.

Para el gobernador de Baalbek, Bachir Khodor, la acogida de los desplazados musulmanes en Deir Al Ahmar "está relacionada con la acción de Musa Sadr". "Es una forma de devolver el gesto y un ejemplo de cómo podemos coexistir, pese a tener una fe diferente", opina.

Una circunstancia especialmente singular en esta localidad, donde la fuerza política dominante es el partido Fuerzas Libanesas de Samir Geagea, el principal adversario de Hizbulá.

Desde que la formación paramilitar que dirigía Hasan Nasrala comenzó a atacar a Israel para apoyar los combates en Gaza, los repetidos encontronazos verbales entre las Fuerzas Libanesas y Hizbulá han reactivado la tensión sectaria en todo el país, recuperando en algunos casos la dialéctica que ilustró los años de conflicto fratricida.

Sin embargo, hasta el vicealcalde de Bechouate, Yacob Kairuz, de 62 años, reconoce que en el bolsón cristiano de la Bekaa "los lazos familiares están por encima de los partidos".