- Escandinavia La reina de Dinamarca abdica para que la corona no se resquebraje
- Europa El gran duque de Luxemburgo cede poderes a su hijo y abre así su proceso de abdicación
- Monarquía El gran duque de Luxemburgo sienta a su heredero en el trono como primer paso hacia su abdicación
Si el año pasado fue la reina Margarita II de Dinamarca quien dio el campanazo en su Mensaje de Año Nuevo, aprovechando una ocasión tan solemne y tradicional para lanzar el notición de que había decidido abdicar la corona, esta vez le ha emulado otro de sus primos europeos, el gran duque Enrique de Luxemburgo. Y es que el soberano del rico país centroeuropeo centró su Discurso en anunciar a la nación que dejará el trono definitivamente el próximo 3 de octubre de 2025, abdicando en su primogénito, el gran duque heredero Guillermo. "Será un momento clave para nuestras instituciones y todos los ciudadanos del país", subrayó en su alocución televisada.
Enrique comenzó su Mensaje de Nochebuena sin poder evitar emocionarse desde sus primeras palabras: "Queridos conciudadanos, el año 2024 está llegando a su fin y la Navidad es el momento perfecto para reflexionar sobre el año que acaba. Esta vez lo hago con mucha emoción, ya que es la última vez que pronunciaré el discurso de Navidad como Jefe de Estado", expresó sin dar tiempo al suspense para lanzar la importante noticia.
En realidad, la incógnita era cuánto tiempo más iba a permanecer como jefe de Estado, porque el proceso de abdicación, como ya es tradición en Luxemburgo, comenzó el pasado verano. Y es que, el pasado junio, coincidiendo con el Día Nacional de la nación de poco más de 650.000 habitantes, sorprendió con el anunció de que iba a ceder la mayor parte de sus funciones a su sucesor. Y ello se confirmó en octubre, cuando Guillermo (42 años), se convirtió en lugarteniente representante del soberano, lo que significa que en la actualidad ya asume como una especie de monarca bis. Un hecho de enorme trascendencia institucional que, además, anticipaba la abdicación de Enrique con todas las de la ley y sin vuelta atrás. En otoño, los expertos en esta Monarquía vaticinaban que el relevo al frente de la Corona se produciría en uno o dos años. En este tiempo, el futuro gran duque hará todo un máster acelerado de carácter práctico en el oficio de reinar.
La fecha escogida sí tiene algo de extraordinario. Porque precisamente el próximo octubre se cumplirán 25 años de Enrique como gran duque, ya que es jefe de Estado desde la abdicación de su padre, el gran duque Juan, el 7 de octubre de 2000. De modo que cabe pensar que se ha decidido evitar una gran celebración de bodas de plata de reinado y centrar toda la atención en el gran acontecimiento que representará el relevo en el trono.
Las abdicaciones son la norma en la dinastía Nassau-Weilburg, al frente de Luxemburgo desde 1890. Adolfo, primer gran duque de esta Casa, designó a su heredero teniente representante en 1902, tres años antes de su asunción del trono como Guillermo IV. Fue aquella una estrategia política en un momento histórico en el que todavía era muy necesario afianzar el vínculo entre la dinastía y la nación. Años más tarde, la gran duquesa Carlota sucedió, en 1919, a su hermana mayor, María Adelaida, quien se vio obligada a abdicar por el fuerte rechazo político y social que generaron sus simpatías proalemanas durante la Primera Guerra Mundial. Entonces, el 77,8% de los ciudadanos respaldaron, pese a todo, el mantenimiento de la Monarquía y la continuidad dinástica en un decisivo referéndum.
La mencionada Carlota abdicó en su día en su sucesor, el gran duque Juan, considerado como uno de los héroes nacionales por su combate frente al nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Y ya el actual jefe de Estado, primogénito del anterior, ejerció primero como su lugarteniente en 1998, antes de sucederle en el año 2000, también como consecuencia de una abdicación que se vivió con absoluta normalidad y estabilidad.
La noticia de gran impacto ha hecho que el último Mensaje de Navidad del gran duque Enrique se convirtiera, casi inevitablemente, en una especie de balance de estos últimos 25 años, con él al frente de la nación. "Ha sido un cuarto de siglo de desafíos, oportunidades y esperanzas de un mundo mejor", de progreso tecnológico y económico, de desarrollos sociales y también de muchos conflictos", subrayó. "Todos los momentos nos acercaron como nación. Y nos mantuvimos unidos para hacer que Luxemburgo fuera más habitable y sostenible", añadió en su alocución. En este sentido, el pasado junio el primer ministro luxemburgués, Luc Frieden, destacó que la Corona es "el símbolo de nuestra independencia, de nuestra identidad, de la continuidad del Estado y el símbolo de nuestra nación". Y lo cierto es que la institución goza de una enorme popularidad en el país, según las encuestas.
Enrique señaló el cambio climático como el mayor desafío para el futuro. Pero también hizo hincapié en las tensiones geopolíticas, las guerras y los retos económicos. "La liberación de Auschwitz hace 80 años nos muestra la crueldad de la que somos capaces cuando descuidamos nuestros derechos humanos fundamentales", afirmó el gran duque. "Nunca debemos olvidar eso".
El respaldo ciudadano al actual gran duque no se vio resentido ni por escándalos como el que afectó a su mujer, la gran duquesa María Teresa, acusada en la Corte de actuar como una "tirana" -lo que provocó la salida de 51 trabajadores de Palacio entre los años 2014 y 2019, un asunto que incluso fue investigado por el Gobierno- ni por la propia crisis institucional provocada por el mismo Enrique en 2008 cuando advirtió de su negativa a firmar la ley para despenalizar la eutanasia que entonces tramitaba el Parlamento, invocando razones de conciencia, ya que el gran duque es un ferviente católico practicante. El episodio recordó mucho al que tiempo antes había protagonizado su tío el rey Balduino de los belgas, quien fue incapacitado durante 36 horas como estratagema legal para sortear la crisis que supuso su negativa a firmar una ley del aborto. En Luxemburgo, el entonces primer ministro, el socialcristiano Jean-Claude Juncker, tuvo que ponerse manos a la obra para sacar adelante en tiempo récord una reforma constitucional por la cual desde ese momento el gran duque dejó de sancionar las leyes, limitándose su función a refrendarlas. De ese modo, Enrique pudo sortear el problema de conciencia que le suponía dar su visto bueno a una ley que regulaba la eutanasia.
Luxemburgo es una de las 10 Monarquías parlamentarias hoy vigentes en Europa -sin contar el caso singular de Andorra-. Y en los últimos años el país ha acometido profundas reformas institucionales, que también han afectado de lleno a la modernización de la Corona. Así, en 2023, entró en vigor la Constitución revisada luxemburguesa, tras un largo periodo de debates parlamentarios, que supuso, sin ir más lejos, una actualización de aspectos tan fundamentales como el de la sucesión de la Casa Gran Ducal. Hasta ahora, ésta se regía por el llamado Pacto de Nassau, un reglamento interno de la familia. Pero, como es propio del siglo XXI, ha sido sustituido por una clara regulación constitucional de las normas, que contemplan incluso la posible falta de sucesores o hasta la posible exclusión de pretendientes al trono cuando las circunstancias excepcionales así lo exijan. Dicho de otro modo, en Luxemburgo el Parlamento tiene ya los instrumentos a su alcance para excluir a miembros de la dinastía del orden sucesorio, algo que no sucede en prácticamente ninguna otra familia real del continente -la española, sin ir más lejos, basta recordar cómo se habló en su día de que la Infanta Cristina renunciara a sus derechos por el escándalo Nóos, algo a lo que ella se negó en redondo, a pesar del daño reputacional para la Monarquía española-.