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Las 'petromonarquías' del Golfo Pérsico esperan a Donald Trump con los brazos abiertos

Ola de satisfacción en la región ante la llegada del republicano el próximo 20 de enero y alivio por la marcha de Joe Biden, "un presidente a quien odian todos en esta parte del mundo, y eso incluye a Israel, a pesar de todo lo que ha hecho por ese país"

Trump y el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, en 2019, llegando a una reunión en la Cumbre del G-7 de Osaka.
Trump y el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, en 2019, llegando a una reunión en la Cumbre del G-7 de Osaka.Eliot BlondetABACAPRESS.COM
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El 5 de noviembre, no sólo Estados Unidos votó por un líder fuerte, que no quiere tener las limitaciones de un Legislativo potente, y que cree en el capitalismo pero controlado por el Estado. A 10.450 kilómetros de Washington, los 300.000 habitantes de Qatar, en el Golfo Pérsico, aprobaron por abrumadora mayoría reforzar los poderes del emir, Tamir bin Hamad al-Thani, y eliminar las elecciones para designar dos tercios de los miembros de la Asamblea Consultiva del país.

Podría verse como un signo de los tiempos, en un mundo en el que la ciudadanía parece que cada día cree más que la democracia es "un abuso de la estadística", como escribió Jorge Luis Borges, que entre sus virtudes no contaba con la de la cercanía hacia el pueblo ignorante. Pero también es un reflejo de la sintonía entre el futuro Gobierno de Trump y las 'petromonarquías' del Golfo Pérsico, en las que el resultado de las elecciones de Estados Unidos ha generado una ola de satisfacción y, sobre todo, de alivio, ante la marcha de Joe Biden, "un presidente a quien odian todos en esta parte del mundo, y eso incluye a Israel, a pesar de todo lo que ha hecho por ese país". Quien así se expresa es Trita Parsi, vicepresidente del think tank de Washington Quincy Institute, situado a la izquierda del Partido Demócrata y fundador del Consejo Nacional Iraní Estadounidense (NIAC, por sus siglas en inglés), una organización que ha defendido la negociación entre Washington y Teherán.

Parsi hizo esas declaraciones a EL MUNDO en el Doha Forum, una iniciativa organizada todos los diciembres por el Gobierno de Qatar y que es una suerte de mini Davos a orillas del Golfo Pérsico. La audiencia tiene la oportunidad de ver cómo se contempla el mundo desde una región que tiene una tremenda influencia en la geopolítica y en la economía mundial, que es una encrucijada entre Occidente, China, India, África y Rusia y que, además, tiene sus propias características culturales e históricas que hacen que su discurso político sea muy diferente del de Occidente.

"El carácter transaccional de Trump les encanta a todos en el Golfo Pérsico", explicaba en el Forum un estadounidense que simpatiza con el Partido Demócrata y que, pese a sus más de tres décadas de experiencia en el mundo de los think tanks de Washington, no quiere que su nombre se divulgue "para no señalarme políticamente", en un nuevo signo del terror demócrata a caer en el bando de los enemigos de Trump. Su argumento era que los líderes de la región son autocracias, sin ningún interés en los derechos humanos y que "además, gobiernan países cuya población no quiere democracia ni liberalismo".

La llegada de Donald Trump no es sólo bienvenida en Oriente Próximo. También lo es en gran parte del sur de Asia y de África, donde las políticas sociales -que algunos llaman despectivamente woke- que el Gobierno de Biden ha transformado en bandera de su política exterior han sentado muy mal en determinados países. Como explica Dalibor Rohac, director para Europa del think tank republicano (pero contrario a Donald Trump) American Enterprise Institute, "poner en primera línea de acción política la lucha contra la homofobia o la igualdad de género es algo que tiene sentido en Occidente, pero que en muchos países -incluyendo algunos de Europa del Este- genera un rechazo político y social porque esas ideas, que yo personalmente apoyo, todavía no tienen raigambre social en ellos".

Trump no va a tocar esos temas. Como él mismo dijo el 20 de mayo de 2017 en la capital saudí, Riad, en su primera visita a Oriente Próximo, y repitió el 24 de septiembre de 2019 en su discurso a la Asamblea General de Naciones Unidas, bajo su mandato Estados Unidos no va a interferir en la política interna de ningún país, siempre y cuando ningún país afecte a sus intereses nacionales. Es una manera sutil de aceptar la soberanía de las naciones y el principio de no interferencia que China siempre defiende y que en general cuenta con el respaldo de los países que no son democráticos, como los del Golfo. Así que, en ese terreno, va a haber una coincidencia mucho mayor entre Washington y las capitales de la región a partir del 20 de enero.

Pero no se trata solo de cuestiones ideológicas. También hay una motivación estratégica clara: en Oriente Próximo se considera que la actuación de Estados Unidos en la guerra de Gaza ha sido el peor momento de la diplomacia estadounidense en décadas. "Estados Unidos ha dado una sensación de debilidad absoluta en relación a Israel. Debería haber sido Netanyahu quien aceptara las indicaciones de Biden. Y ha sido todo lo contrario. Washington ha ido realizando anuncios que Netanyahu incumplía una y otra vez. El resultado es que, en la región, Biden ha perdido toda la credibilidad", explicaba en Doha un alto funcionario de un país de la UE. Su corolario era devastador: "Aquí todos creen que con Trump las cosas no pueden ir a peor".

Para los países de Oriente Próximo, lo peor de Biden no era tanto la debilidad hacia Israel -todos esos Gobiernos saben que el Estado hebreo es una realidad, y su apoyo por los palestinos es mucho menor de lo que sus declaraciones públicas indican- sino por el caos que la inacción de Biden creó. En Doha, eran muchos quienes creían que la pasividad de Washington estuvo a punto de poner a toda la región en una guerra regional.

"Países como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos son aliados de Estados Unidos para que les proteja de Irán y, en cierta medida, de Israel. Pero, con Biden, Irán ha llevado a cabo ataques sistemáticos contra las vías de navegación más importantes de la región, y ha demostrado que es capaz de bombardear con misiles a Israel que, por su parte, ha cometido un genocidio en Gaza y ha extendido su esfera de influencia en la región", explica Parsi.

Eso significa que la credibilidad de la protección militar estadounidense ante los dos enemigos de esos países -en especial, el más serio, Irán- ha caído. El vicepresidente del think tank de Washington Quincy Institute concluye su análisis de manera devastadora para el actual presidente: "George W. Bush era detestado en la región, pero tenía algunos fans. Biden, ni eso".

El propio talante de hombre de negocios del futuro presidente le ayuda en la región. Trump y su equipo ven la cuestión palestina "como un asunto inmobiliario". O sea, de intercambio de parcelas de tierra. Ésa no es una solución acorde con el Derecho internacional. Pero es una solución al fin y al cabo. Lo mismo cabe aplicar a la política petrolera.

Trump ha hecho campaña sobre la promesa de aumentar la producción de crudo en Estados Unidos lo que, en teoría, debería bajar el precio del barril y golpear sobre todo a Arabia Saudí, que afronta un 2025 complicado por la caída de los hidrocarburos. Pero una cosa es prometer y otra dar trigo (o petróleo). Aunque Trump elimine las regulaciones establecidas por Biden, Estados Unidos ya es el mayor productor de petróleo, y los nuevos pozos no se pueden abrir en unos meses. Al mismo tiempo, Trump quiere reforzar el bloqueo comercial a Irán, que exporta 1,6 millones de barriles diarios. Si lo consigue, el precio subirá, lo que beneficiará tanto a los petroleros de Texas o Nuevo México como a los de Arabia Saudí o los Emiratos.

La macroeconomía no es el único aspecto dinerario que une al futuro Gobierno estadounidense y al Golfo Pérsico. También están los negocios personales. El fondo soberano de Arabia Saudí, PIF (Fondo Público de Inversiones, por sus siglas en inglés), aportó en 2021 2.000 millones de dólares (1.920 millones de euros) a Affinity, el fondo de private equity que Jared Kushner -casado con su hija Ivanka- estableció cuando dejó la Casa Blanca, de la que había sido asesor cuando su suegro era presidente.

PIF decidió invertir por orden del hombre fuerte saudí, el príncipe heredero Mohamed Bin Salman, quien impuso su criterio pese a la oposición de los técnicos que dirigen la institución, para quienes la inversión no resultaba segura. Sin embargo, el máximo responsable del PIF, Yasir Al Rumayyan, estuvo al lado de Trump, ya con las puertas abiertas de la Casa Blanca, en un combate de lucha libre en Nueva York en una velada celebrada el pasado 16 de noviembre.

Los vínculos familiares, así, se pueden engrasar con acuerdos económicos. Mientras se celebraba el Doha Forum, el hijo mayor de Trump y codirector de su equipo de transición hacia la Presidencia, Don Jr., estaba en una conferencia sobre criptodivisas en el vecino emirato de Abu Dabi. Precisamente, el fondo soberano de ese país puso en Affinity en 2021 500 millones de dólares, la misma cantidad que el de Qatar.

Es así pues, una cascada de coincidencias la que producen esta situación. La ineptitud y arrogancias del Gobierno de Biden se han unido al enfoque libre de ataduras -dejando de lado la protección a ultranza a Israel, el menos mientras Benjamin Netanyahu esté en el poder- de Trump y su estilo personal para establecer un puente entre Washington y las petromonarquías del Golfo que en los últimos cuatro años había sido en parte dinamitado por Washington. El reconocimiento de Israel y más inversión mutua parecen ser los principales frutos que generará ese cambio.

En muchas partes del mundo se ve la llegada de Trump con preocupación; pero en otras muchas lo prefieren a Biden. Tal vez en Europa eso no guste. Pero en un mundo en el que los países del llamado Sur Global cada día tienen más influencia, es mejor ir asumiendo cuanto antes la realidad.