INTERNACIONAL
Guerra en Ucrania

Viaje a la frontera de Kursk, la última pesadilla de Putin: "Siento la adrenalina pero trato de comportarme como un robot"

EL MUNDO visita las posiciones de la Brigada 47, que defiende el territorio ruso conquistado por Ucrania mientras Kiev lanza un contraataque que retoma varias poblaciones

Petro y Anton, con su Bradley en la frontera con Kursk.
Petro y Anton, con su Bradley en la frontera con Kursk.ALBERTO ROJAS
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Olexander se para en mitad del camino, se gira y se lleva la mano a los labios para pedirnos silencio. Se queda quieto, como congelado ante el lienzo en blanco del campo nevado. Un zumbido lejano hace que abra los ojos como un gato ante los faros de un camión. Los tres (militar, traductor y reportero) miramos al cielo con cara de frío y miedo, también paralizados en mitad de la senda. A la izquierda tenemos una línea de árboles pelados de hojas. Todos estamos pensando en ir a escondernos, pero ninguno lo hace, como si nuestro depredador pudiera notar el movimiento y nuestro terror. El sonido de las hélices se nos echa encima. No conseguimos ver al dron entre las nubes, pero el dron nos está viendo a nosotros. Pregunto a Olexander bajando la voz por el miedo, como si el dron pudiera escucharnos.

- ¿Qué coño hacemos?

Olexander sigue quieto, sin pestañear. El dron se mueve hacia nuestra izquierda y, por el sonido, parece alejarse. Los tres dejamos escapar un suspiro de alivio. "Creo que era un dron ruso tipo Lancet buscando algún objetivo. Para ese tipo de dron somos un blanco demasiado barato. Está rastreando blindados que destruir".

Unos minutos después escucharemos otro aún más potente que el anterior pasando a nuestra izquierda, más allá de la línea de árboles. Los ucranianos lanzan ráfagas de ametralladora al cielo cuando lo detectan. Estamos en la frontera entre Sumy (Ucrania) y Kursk (Rusia), en uno de los frentes más activos y lo visitamos durante la batalla que puede decidir cómo se termina esta guerra.

El día que se cumplen seis meses desde que las tropas ucranianas invadieron por sorpresa a su invasor parecía una jornada tranquila para visitar a la Brigada 47, posiblemente la mejor entrenada y armada de toda Ucrania. Putin, humillado en agosto, prometió reconquistar la zona hace meses, pero los ucranianos siguen bien asentados en este territorio ruso.

El viaje hasta este lugar no tendrá nada de tranquilo. Las instrucciones son claras: no podremos pisar territorio ruso, aunque llegaremos a la frontera, y no podremos fotografiar nada que pueda ser geolocalizable.
Desde que salimos de Sumy, la capital de la región ucraniana, hasta este lugar tenemos que atravesar caminos congelados donde el coche patina. En las primeras aldeas aún quedan ancianos viviendo, pero conforme nos acercamos a la guerra nos encontramos un desierto civilizatorio cubierto de nieve con cero habitantes y todas las casas bombardeadas.

En un bosque vemos dos blindados reventados y muchos desminadores alrededor tratando de descubrir dónde están las minas que colocaron ellos mismos hace casi tres años, cuando la invasión comenzó. Lo hacen clavando viejas bayonetas en la tierra helada. Ya han sacado varias, del tamaño de una pizza familiar. Es un aviso a los imprudentes conductores que sigan por la carretera. Cualquier salida de pista por culpa del hielo puede conllevar la muerte.

Vehículo blindado ucraniano destruido por una mina.
Vehículo blindado ucraniano destruido por una mina.ALBERTO ROJAS

La última parte del viaje es la peor. La carretera ya no es digna de tal nombre y los vehículos deben ralentizar su paso si no quieren romper todos los ejes sobre el barro congelado. Varios coches quemados atestiguan que los drones también cazan turismos particulares aquí. Una lanzadera de cohetes Grad de era soviética aparece de la nada y lanza una andanada de 40 misiles sobre los rusos que suenan como 40 truenos.
La última etapa se hace a pie bordeando posiciones artilleras de la Brigada 47 bajo la protección de los árboles. Los servidores de estas piezas han salido de sus refugios y los vemos moverse alrededor de sus cañones.

Tras unas vueltas dubitativas y varias preguntas a militares escondidos en las trincheras (la nieve confunde el paisaje) encontramos nuestro objetivo: tres tripulantes de un Bradley llamados Petro (comandante del vehículo), Anton (artillero) y Yuri (mecánico y conductor). Conviven en un refugio junto a su monstruo de acero, que reposa bajo la arboleda y oculto de los drones bajo redes de camuflaje. "Siento que lo veas lleno de barro", comenta Yuri, "pero es la consecuencia de semanas usándolo en el frente".

El Bradley es un vehículo blindado estadounidense de combate de infantería. En esta invasión de Ucrania se ha consagrado como el mejor posible en el campo de batalla para el tipo de guerra que aquí se disputa. "Somos privilegiados por poder usarlo. Este trasto ha salvado la vida de muchos buenos soldados por su diseño. El vehículo puede ser atacado y destruido por drones, minas, misiles... pero su tripulación seguirá protegida. Los de fabricación soviética arden al primer disparo. Aquí podemos abrir las escotillas y salir corriendo cuando el vehículo es alcanzado", dice su comandante, Petro.

Los tres se encienden un cigarrillo, una de las actividades más comunes de la guerra, mientras hablan de sus experiencias con el Bradley: "Son muy sencillos de manejar, incluso para personas que no sabían nada de este tipo de vehículos antes. En dos semanas ya sabíamos lo imprescindible incluso sin mirar el libro de instrucciones. Sólo nos quedaba trabajar la coordinación en equipo, que es fundamental", comenta Petro. Yuri sube a su puesto y nos invita a entrar por la escotilla del conductor: "Mira esto. Debajo de nuestra pintura verde está el color arena original. Eso es porque este vehículo combatió en Irak contra Sadam Husein con las tropas de EEUU. Aunque se diseñara en la Guerra Fría aún no ha sido superado".

Uno de estos Bradley de la Brigada 47 se encontró de cara con un carro de combate ruso T90, el más moderno del arsenal ruso y orgullo de Vladimir Putin, en teoría mucho más poderoso en el enfrentamiento contra otros blindados. En vez de retirarse, el Bradley le disparó varias ráfagas con su cañón de 20 milímetros hasta que una explosión desarmó al tanque ruso. "Primero lo cegaron atacando sus miras láser y después ya fue sencillo acabar con él", relata el artillero Anton. "Nosotros nos limitamos a cumplir nuestra misión y apuntar donde nos dicen. Siempre siento subir la adrenalina pero trato de comportarme como un robot". Hoy el Bradley es el arma principal de varias brigadas ucranianas. "Si tuviéramos más ya hubiéramos frenado a los rusos en el Donbás, pero el armamento occidental nos llega con cuentagotas", comenta Petro.

Una orden crepita en la radio portátil del comandante. "No os asustéis ahora, pero vamos a disparar".

La tripulación, en su refugio cavado en la tierra.
La tripulación, en su refugio cavado en la tierra.ALBERTO ROJAS


La conversación acaba pronto, porque una boca de cañón de la batería que tenemos sobre el talud abre fuego. Luego otra. Y otra más... En pocos segundos, como su fueran trompetas de acero, el estruendo es tan metálico y tan doloroso que hay que taparse los oídos con las dos manos y bajar al refugio. De camino, el cielo parece iluminarse con un flash amarillo y una explosión tres veces más poderosa nos zarandea y parece robar el oxígeno de nuestros pulmones. Petro ve nuestra reacción de susto y explica: "Acaba de disparar el Paladín. Es artillería pesada".

Petro se refiere al enorme cañón M109 Paladín de 155 milímetros, entregado también por Estados Unidos, oculto a pocos metros de nosotros. Ya dentro del refugio nos llega la respuesta rusa: un proyectil cae cerca de su escalera de tierra y la onda expansiva mueve la cortina negra para que no entre el frío. "Eso no es nada. La otra noche nos cayó cerca del refugio una bomba guiada. Tendríais que ver cómo se estremece el suelo". Al volver nos enteraremos de que esta preparación artillera ha sido el primer paso de un ataque ucraniano para retomar tres aldeas perdidas.

Pero el café caliente y la conversación disipan nuestros miedos al menos de forma temporal. Cuando el cañoneo cesa salimos al exterior. Recorremos la senda de vuelta afinando el oído y mirando compulsivamente al cielo. Aún quedará un último susto: arrancamos el coche y un cable fino nos cruza delante del cristal con un sonido de látigo. "Nos ha pasado por encima un dron ruso con cable óptico", dice Olexander. No recorremos un kilómetro cuando vemos un blindado ucranianos en llamas al lado del camino. "Quizá haya sido el dron que nos pasó por encima justo antes. Menos mal que eligió a otros en vez de a nosotros", dice Olexander. La guerra de verdad era esto.