El objetivo no es ningún secreto: deshacerse rápido de Volodimir Zelenski. Y la estrategia está también completamente a la vista. Donald Trump y Vladimir Putin han empezado ya las negociaciones no sólo para finalizar la guerra, sino para repartirse Ucrania, el territorio, sus materias primas, su futuro, y debilitar a Europa. Todo por Ucrania, según la nueva doctrina de Washington, pero sin la voz, el voto o el veto de Kiev. Trump quiere que sea inmediato y el mayor obstáculo es el presidente, que se niega a la rendición y a aceptar acuerdos abusivos, humillantes e impuestos. Así que la maquinaria está en marcha para deshacerse de él, tildándolo de "dictador", insinuando que roba dinero de los estadounidenses, culpándolo de la guerra y afirmando que ha "hecho un trabajo terrible, su país está destrozado y MILLONES han muerto innecesariamente".
Cuando hace justo una semana Trump anunció que había hablado con Putin, rompiendo tres años de aislamiento y en la práctica renunciando a décadas de consenso transatlántico, el mundo entero prestó mucha atención a su acometida en varias fases. La llamada de teléfono, los elogios al Kremlin, sus deseos de visitarse mutuamente, el comprar la narrativa de que la guerra fue culpa de los deseos de entrar en la OTAN hace una década, el discurso de su vicepresidente J. D. Vance en Múnich, los avisos de su secretario de Defensa, Pete Hegseth, ante los aliados de la OTAN. Pero lo más importante quizás quedó en segundo plano.
El portavoz del Kremlin, en la misma comparecencia en la que confirmó los contactos y el restablecimiento de canales con Washington, explicó claramente que su país se abría a la posibilidad de una solución "a largo plazo" a la cuestión de Ucrania. Pero siempre y cuando se "aborden las razones profundas" de lo que acabó en lo que denominan una "operación especial". Y eso no supone únicamente un alto el fuego, una retirada. En la retórica de estos años, eso implica conseguir que la OTAN cierre con candado sus puertas a Ucrania, como EEUU ha aceptado ya con entusiasmo. Quedarse Crimea y otras zonas, algo que Washington dice que es "realista". Y que haya un Gobierno títere, o por lo menos no muy hostil, en Kiev.
Es muy difícil imaginar que cualquier acuerdo entre Putin y Trump permita la continuidad de Zelenski o el ala más dura anti rusa en Kiev. Y eso es lo que permite comprender la secuencia de los últimos días y anticipar los próximos pasos. Putin ha puesto el precio sobre la mesa y la Casa Blanca cree que es perfectamente asumible a cambio de anotarse el tanto de la paz.
Primero acusaron a Zelenski de no impedir la guerra. Después, de empezarla. De imponer una ley marcial. De no celebrar elecciones, algo prácticamente imposible en medio de una invasión por tierra, bombardeos continuos, interrupción en las líneas de comunicación o del suministro eléctrico. Ahora, Trump, que siempre ha tenido con él una más que fría y distante relación, lo ha puesto en la mirilla y prepara el terreno. Sugiriendo una y otra vez que tendrá que enfrentarse a las urnas. Inventándose que su popularidad es de apenas el 4%. Elogia, aplaude y admira a Putin, dictador indiscutible, y ridiculiza e insulta a un líder elegido limpiamente. Es su estilo, su cosmovisión, y nadie puede decir que no se veía venir.
El siguiente paso, viendo los precedentes, es obvio: resucitar y amplificar toda la propaganda rusa, que durante años ha querido destruir la popularidad y reputación de Zelenski y de Ucrania, diciendo que es el país más corrupto del planeta y ligándolo con el hijo de Joe Biden y las denuncias sobre un complot del Partido Demócrata y Kiev intentando amañar las elecciones de 2016 en Estados Unidos. Acusándole de hacerse millonario como varios de sus predecesores, diciendo que él y su mujer tienen millones fuera del país y están preparándose un exilio dorado, argumentado que hay un fraude galopante, y vinculándolo también a la agencia norteamericana de ayuda al desarrollo, USAID, que la administración está intentando cerrar.
Tusli Gabbard, recientemente nominada para ser la responsable de la Casa Blanca de los servicios de inteligencia, y cuyas inclinaciones pro rusas o chinas han sido denunciadas en el proceso de confirmación del Senado, es quizás quien más ha contribuido a minar la reputación de Zelenski en EEUU, acusándolo de ser precisamente un dictador por cercenar la oposición, intentar ilegalizar todos los partidos, o de tener un control "absoluto de los medios de comunicación, el Parlamento y de la Iglesia Ortodoxa".
La última fase de este plan que se va materializando sería el chantaje abierto al país, dándole a elegir entre mantener la ayuda de EEUU (reducida, condicionada a un acuerdo de paz severo y a casi regalar sus materias primas con un contrato abusivo) o Zelenski. Y jaque mate en la mesa de negociación.
Eso es exactamente lo que telegrafió ayer Trump, cuando en un mensaje en su red social, yendo a la yugular, arremetió diciendo que el líder ucraniano que ha resistido la invasión "se niega a tener elecciones, está muy bajo en las encuestas ucranianas y lo único en lo que era bueno era en manipular a Biden. Es un dictador sin elecciones, mejor que se mueva rápido o no le quedará ningún país", advirtió.
"Además de esto, Zelenski admite que la mitad del dinero que le enviamos está perdido", dijo Trump, inventándose de nuevo hechos, pero sobre todo allanando el terreno para que vuelva la ofensiva sobre la corrupción y el robo del dinero de los contribuyentes que Elon Musk ayudará a propagar en X. En cuestión de minutos desde el mensaje de Trump, tanto Vance como el hombre más rico del mundo fueron ya a por él, diciendo que no quería la paz, sino "dinero y poder".
Lo fundamental es el contexto. Desde hace casi tres años, Donald Trump repite una y otra vez que si él hubiera sido presidente en 2022, la guerra de Ucrania nunca se hubiera producido. Porque Putin, al que admira y respeta, no se hubiera atrevido. Pero también lleva tres años asegurando que la guerra acabaría en cuanto él pusiera un pie de vuelta en la Casa Blanca. Lleva años frivolizando sobre Ucrania y mintiendo o exagerando sobre la ayuda militar proporcionada por su país, hasta el punto de que su partido ha estado cerca de bloquearla en repetidas ocasiones en el Congreso. Años atacando y menospreciando y burlándose, igual que sus hijos, que Elon Musk y que muchos de los principales voceros del universo MAGA (Make America Great Again) a Volodimir Zelenski.
Por eso lo ocurrido en las últimas semanas no es ninguna sorpresa, y sólo necesita de contexto e intención. Porque Ucrania es el medio, no el fin. Putin tiene ambiciones imperiales y Ucrania es una obsesión. Pero su mayor obsesión geopolítica es la Unión Europea. No lo oculta ni él, ni sus apologetas y propagandistas. Quiere, necesita romper la Unión, debilitar y enfrentar a sus medios, separarlos de Estados Unidos. Y poco a poco lo está consiguiendo. Vía Hungría, vía Eslovaquia. Y ahora con la Casa Blanca haciendo abiertamente el trabajo que él lleva lustros persiguiendo en la sombra. Porque comparten parte de esos intereses. Trump no quiere rivales y ve a la UE como uno, no como socio. No quiere la regulación comunitaria, no quiere la competencia del euro. A él, como a Putin, parece interesarle una Europa débil y con un papel secundario en el tablero global.
El pasado 24 de enero, en su primera entrevista desde que juró el cargo, Trump sugirió que Ucrania no debería haber luchado cuando Rusia la invadió. "Zelenski estaba luchando contra una entidad mucho más grande, mucho más poderosa", le dijo a su amigo Sean Hannity de Fox News. "No debería haberlo hecho, porque podríamos haber llegado a un acuerdo (...) Yo podría haber cerrado ese trato con mucha facilidad, y Zelenski decidió que quería pelear'", criticó, aludiendo al número de tanques que tenía entonces cada país, enfatizando que Rusia tenía más. El martes, dio el paso natural en esa evolución, diciendo que en realidad, la culpa de la guerra, la responsabilidad del inicio, era del propio Zelenski y de Ucrania.
Bastaba ver los precedentes. Hace justo un año, Tucker Carlson, ex presentador de la Fox, amigo y aliado de Trump, entrevistó a Putin en Moscú. De entre todas las cosas y mentiras que propagó, seguramente la afirmación más provocativa fue la que hizo sobre Polonia. Putin afirmó que el país, que fue invadido por la Alemania nazi y la Unión Soviética en 1939, "colaboró con Hitler". El presidente perpetuo ruso dijo sin réplica de su entrevistador que al negarse a cederle a Berlín el Corredor de Danzig, Polonia "fue demasiado lejos, empujando a Hitler a iniciar la Segunda Guerra Mundial atacándolos". La culpa fue de ellos, exactamente igual que Ucrania con el Donbás.
Es llamativo, difícil de asumir, pero en estos años y en especial en este último mes Trump ha comprado la narrativa y la cosmovisión rusa punto por punto, en todo. Dijo hace unos días que era lógico que Rusia no hubiera podido aceptar que Ucrania quisiera entrar en la OTAN. Aseguró que si Rusia no hubiera sido expulsada del G8, como ocurrió en 2014 tras la invasión de Crimea, seguramente no hubiera habido invasión total en 2022. Y aboga por quitar las sanciones igual que intentó hacerlo en 2017, solo que entonces el Senado no estaba sometido a su control ni su partido era sólo una mera extensión del movimiento MAGA. Justo ayer la UE las reforzó un paso más.
Mientras pacta con Rusia, Trump amenaza a sus socios comerciales y aliados militares. Los critica, los desprecia, los amedrenta, como a sus vecinos. Habla de quedarse su territorio (Groenlandia). Y quiere resultados inmediatos. No sólo para seguir presentándose como un gran estadista, el único en traer orden al tablero global. Sino para que no haya tiempo para reaccionar. La UE es lenta, mucho, y él lo sabe. Ucrania ha resistido gracias a dos pilares, pero tendrá muy difícil hacerlo si pierde uno.