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Geopolítica

Europa busca desesperadamente un nuevo paraguas nuclear que reemplace al de Estados Unidos

El Viejo Continente quiere un sistema de disuasión militar que sustituya al de Washington, y Francia parece ser el único candidato capaz de hacerlo, aunque con limitaciones

Vladimir Putin observa un ejercicio militar a las afueras de Vladivostok, en septiembre de 2022.
Vladimir Putin observa un ejercicio militar a las afueras de Vladivostok, en septiembre de 2022.AP
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"En 10 años, tendremos los medios para matar a 80 millones de rusos. Creo de verdad que nadie va a atacar a la ligera a un pueblo que tiene la capacidad de matar a 80 millones de rusos, incluso aunque tenga la capacidad de matar a 800 millones de franceses, en el caso de que hubiera 800 millones de franceses".

Cuando el 14 de diciembre de 1961 Charles de Gaulle pronunció esas palabras, la posibilidad de una guerra atómica era parte de la realidad diaria en el mundo y, especialmente, en Europa. Cuatro meses y un día antes, la Unión Soviética había iniciado la construcción del Muro de Berlín para evitar que los ciudadanos de Alemania Oriental votaran con los pies -la única manera en que podían hacerlo- y escaparan en masa a Occidente. Diez meses y dos días más tarde, el mundo iba a estar al borde de un Holocausto atómico por la crisis de los misiles de Cuba, cuando la URSS colocó misiles atómicos a solo 160 kilómetros de Estados Unidos.

Hoy, 52 años, dos meses y 22 días después del comienzo de la crisis de los misiles, las armas nucleares vuelven a la primera página -o, más bien, las homes de las webs de noticias y los trending de las redes sociales- de Europa. Ahora no es la posibilidad de una guerra atómica en Europa -el frente decisivo de la Guerra Fría- entre el Pacto de Varsovia y la OTAN, sino la construcción de un sistema de disuasión europeo creíble, en un momento en el que Donald Trump ha puesto en cuestión la vigencia del paraguas nuclear estadounidense que ha protegido a los países de este lado del Atlántico prácticamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hace, justo ahora, 80 años. En el Concepto Estratégico de la OTAN aprobado en la reinvención de la Alianza en la cumbre de Madrid, en 2022, las armas nucleares son el elemento de "disuasión supremo". Ahora, el proveedor de esa disuasión en régimen de cuasi monopolio, Washington, es más cercano a Moscú que a Bruselas. Y, desde luego, que a Kiev.

El único candidato a reemplazar a Estados Unidos es Francia. Pero con muchas limitaciones. El hecho de que el presidente galo, Emmanuel Macron, esté estudiando cómo extender el paraguas nuclear del país a otras naciones europeas que han mostrado interés en la idea, como Alemania, Dinamarca y Polonia (estas dos últimas, significativamente, aliadas muy estrechas de Estados Unidos) plantea más interrogantes de los que resuelve.

En realidad, el paraguas nuclear europeo no es más que un proyecto. Un eurooptimista responderá a eso diciendo que así es como se construyó la Europa unida que conocemos. Un europesimista, que en este momento la disuasión nuclear francesa -la único que verdaderamente cuenta en este debate- es tan pequeña y tiene tantos problemas que, si fuera un paraguas, no sería más que el mango y las varillas, con acaso unos pocos trozos de tela ondeando al viento, incapaz de proteger al Viejo Continente de una lluvia de misiles de Rusia. Crear ese paraguas llevará, como poco, una década, y costará, por lo menos, cientos de miles de millones de euros que podrán a prueba la voluntad de los Gobiernos y de los electorados europeos, acostumbrados a décadas en las que las guerras eran cosa de otros. La fiesta se ha acabado. El excepcionalismo pacifista europeo descansaba sobre cimientos de plutonio. Y ese plutonio es de Estados Unidos, no de Europa.

Moscú tiene la anticuada y poco efectiva -pero, a cambio, masiva- herencia nuclear soviética: 1.710 bombas atómicas listas para ser empleadas en este mismo instante más otras 3.870 en diversos estados de almacenamiento. Frente a eso, Francia solo tiene 290 bombas, de las que unas 240 están en en submarinos en misiles M-51 con un alcance de unos 10.000 kilómetros, y otras 50 en misiles crucero ASMP de unos 300 kilómetros de radio de acción, que son lanzados desde cazabombarderos Rafale, el competidor galo del Eurofighter que tienen España y otros países europeos.

Además, es una fuerza poco flexible porque, con solo dos tipos de bombas, Francia no puede jugar a la amenaza de escalada. A eso se añade un C3 (control, comunicaciones y comando) tecnológicamente atrasado. Probablemente Rusia no esté mejor. Pero cuenta con la ventaja de los números: un territorio inmenso, con unas pocas ciudades -al menos en comparación con Europa- y una cantidad formidable de armas.

El salto que Emmanuel Macron está planteando al hablar de extender la protección nuclear francesa a sus aliados -por ahora, Alemania y probablemente Dinamarca y Polonia- es enorme en términos de doctrina -porque incluye la protección de terceros países y un enemigo directo y expansionista, Rusia- y capacidades.

Y ahí entra, inevitablemente, el dinero. Estados Unidos gasta en su arsenal nuclear alrededor de 70.000 millones de euros al año. Francia, unos 5.500 millones. Pero no puede permitirse más. De hecho, París lleva años tratando de transferir parte de su política de energía nuclear a la UE, en la esperanza de mancomunar por la puerta de atrás los costes de su programa nuclear que, eso sí, seguiría estando bajo soberanía francesa.

Al contrario que el Reino Unido, Francia ha puesto un cuidado obsesivo en el mantenimiento de su industria de Defensa. Eso le ha permitido, por ejemplo, donar cazabombarderos Mirage 2000 a Ucrania sin tener que pedir permiso a Estados Unidos, en marcado contraste con los otros miembros de la OTAN que debieron esperar meses a que el Gobierno de Biden diera luz verde para la transferencia de los F-16 a Kiev.

Pero el precio que ha pagado ha sido muy alto, y se ha concentrado en la logística y el mantenimiento. Incluso en la Guerra Fría, los sistemas de armas nucleares franceses tenían la reputación de ser técnicamente muy inferiores a los británicos, que son en la práctica una extensión de los de Estados Unidos. Ahora, la revolución tecnológica ha empeorado las cosas. Por primera vez en cuatro décadas, Estados Unidos está desarrollando un nuevo misil intercontinental basado en tierra, el LGM-39 Sentinel, que se desplegará en cuatro años con un novedoso sistema de comunicaciones digitales que será invulnerable (al menos, en teoría) a las ondas electromagnéticas que generaría una guerra atómica. China tiene misiles hipersónicos, y Estados Unidos los está probando.

Aunque Rusia no tiene nada de eso, tampoco Francia. Y, tecnológicamente, es difícil que vaya a conseguirlo. El futuro portaviones nuclear galo -el proyecto PANG, que debe entrar en servicio dentro de 14 años- llevará aviones con capacidad para lanzar bombas atómicas. Pero los sistemas de lanzamiento y aterrizaje de esos aparatos serán estadounidenses. El hecho de que París considere que en 2038 no será capaz de desarrollar una tecnología que ya está operativa en el portaviones estadounidense Gerald R. Ford desde 2017 es un ejemplo más del atraso tecnológico europeo en Defensa. Todo eso por no entrar en la cuestión de la defensa antiaérea, necesaria si un país quiere protegerse de misiles atómicos. Los europeos no tienen nada equiparable a los Patriot estadounidenses, que existen desde hace casi cuatro décadas. Por no hablar de los Thaad, capaces de abatir misiles a 150 kilómetros de altitud.

El caso de Gran Bretaña es muy distinto. Ese país posee unas 225 bombas atómicas, de las que alrededor de 120 son operativas. Pero ahí el problema es político: Washington tiene en la práctica derecho de veto en el uso de esos ingenios y sus lanzadores, que son parcialmente diseñados, fabricados y mantenidos por Estados Unidos.

La dependencia nuclear británica de Washington es total. Todas las bombas atómicas británicas son termonucleares -lo que en sí mismo elimina cualquier flexibilidad- y están en misiles Trident, con un alcance de hasta 12.000 kilómetros. Pero esos misiles Trident son estadounidenses, alquilados al Reino Unido, que paga cada año 12 millones de libras (14,3 millones de euros) por su mantenimiento en la base naval estadounidense de King's Bay, en Georgia. Los cohetes británicos son probados bajo supervisión estadounidense en Cabo Cañaveral. Los submarinos en los que están los misiles son de la clase Vanguard, una variante de la Ohio estadounidense. Las bombas de los Trident británicos han sido diseñadas en Estados Unidos y las cápsulas aerodinámicas en las que saldrían a por sus blancos son importadas de ese país.

Washington mantiene, lógicamente, derecho de veto sobre todos esos sistemas, lo que en la práctica castra la autonomía nuclear británica. De hecho, Reino Unido tendría problemas incluso para colaborar con terceros países en materia de investigación, desarrollo y producción de armas nucleares sin el visto bueno de Estados Unidos: dos de las tres empresas que gestionan la Institución para Bombas Atómicas de Aldermaston, que es el centro de producción e investigación en armas nucleares de las Fuerzas Armadas británicas, son estadounidenses (una, KBR, formó parte de Halliburton, la compañía que presidió el ex presidente con George W. Bush, Dick Cheney).

El paraguas nuclear estadounidense, así pues, se está cerrando en Europa. Y el europeo está tan lleno de agujeros que coserlo levará al menos una década y costará una verdadera fortuna.