- Testigo Directo Mirando a la devastada Birmania desde la ciudad de refugiados en una frontera sitiada por el crimen organizado
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Meri Viladecas está pendiente del móvil para confirmar que ha llegado la ayuda que han enviado a la Birmania devastada por el terremoto. "Hemos comprado bolsas para los cadáveres porque se están acumulando en las calles. Con el extremo calor que está haciendo en las zonas más afectadas, se están descomponiendo muy rápido. También hemos mandado dinero para comprar kits de emergencia con arroz, aceite, linternas solares, productos de higiene personal y de primeros auxilios", cuenta esta catalana de 48 años.
Meri, cofundadora de la Fundación Colabora Birmania, llegó hace 16 años a Mae Sot, una localidad encajada en la selva del oeste de Tailandia, justo en la frontera con Birmania, para convertirse en una especie de ángel de la guarda de los refugiados de un país ahora asolado por los alrededor de 3.000 muertos oficiales que ha dejado el seísmo.
"Aquí siempre han llegado muchos birmanos que huían de los conflictos entre los grupos armados étnicos y el ejército. Pero en 2021, tras el golpe de Estado que dieron los militares, hubo una inesperada oleada de refugiados con un perfil diferente. Antes, a Mae Sot entraban familias humildes con pocos recursos y en los últimos cuatro años escapan del régimen muchos políticos, actores y artistas. De esto se han aprovechado los tailandeses porque, al ver que llegaban nuevos refugiados con un poder adquisitivo más alto, han subido los precios de todo, empezando por triplicar los alquileres".
La ciudad de Mae Sot está a tan solo cuatro kilómetros del cruce fronterizo por el río Moei. Al otro lado, está la ciudad birmana de Myawaddy, controlada por las guerrillas locales. "Ha habido algunas personas, como un profesor birmano, que durante estos últimos años de guerra civil se ha dedicado a rescatar a los hijos huérfanos de combatientes del estado de Karen que murieron luchando contra el ejército", explica la española.
Acompañamos a Meri a visitar dos orfanatos donde se encuentran estos huérfanos y que gestiona su organización con el apoyo de cooperantes birmanos como el pastor Thant Zin, director de un centro, Heavenly Home, donde hay en estos momentos 82 menores. "Aquí brindamos a los críos un lugar seguro donde dormir, comida y educación. En algunos casos, son hijos de padres que han muerto luchando en la guerra o por los bombardeos. También hay historias de niños que se han quedado solos porque sus padres, refugiados en Mae Sot, cayeron en las drogas por los muchos traumas que arrastraban", explica Thant, que lleva dos décadas viviendo en Tailandia. "Aquí hay refugiados que vienen de zonas del centro de Birmania, las más afectadas por el terremoto, y que han perdido a familiares estos días", continúa.
Deberes en plenas vacaciones
Como cada mañana, la puerta del orfanato se abre para recibir una furgoneta solidaria cargada con verduras y frutas. Mientras, los niños hacen sus deberes en un aula que está junto a la entrada bajo la supervisión de una profesora, también refugiada birmana. Son las vacaciones de verano en Tailandia y las escuelas, como la Km 42 y Chicken School, ambas levantadas gracias también al trabajo de la organización de Mari, están cerradas.
"Ahora estamos construyendo un refugio y ayudamos en una panadería y un hotel que tienen proyectos de reinserción laboral para refugiados birmanos", cuenta esta catalana de Vic, que se dedicaba a negocios en la hostelería hasta que apareció como mochilera en Tailandia y se quedó atrapada con los proyectos humanitarios en Mae Sot que ya había iniciado otra española, Carmen Cebrián, que llegó aquí en 2008, tras un ciclón que arrasó Birmania con más de 10.000 muertos.
"Tras el terremoto, ahora se avecina una nueva oleada de refugiados, de gente que ya ha terminado de perderlo todo y que se lanzará a cruzar a Tailandia. Birmania es un país que no tiene ninguna posibilidad de recuperación y la poca ayuda que van a recibir es la que está llegando ahora. Luego el foco mediático se apagará y todo el mundo se olvidará otra vez de este país", afirma Carmen por teléfono, quien añade que también tuvieron varios proyectos de desarrollo en el centro de Birmania hasta que el golpe de Estado aisló el país, expulsando a muchas organizaciones humanitarias que estaban asentadas en la nación budista.
El viernes pasado, en Mae Sot también sintieron las fuertes sacudidas de un terremoto que tuvo su epicentro a más de 800 kilómetros de allí. "Estábamos reunidos y, cuando empezó a temblar todo, yo salté por la ventana", cuenta Saw Aung Hto, un refugiado birmano que colabora con la fundación española en la gestión de otro de los orfanatos más próximo a la frontera. Aquí, a mediodía, niños y adolescentes comen a toda prisa porque quieren ir rápido a unas clases de natación también supervisadas por Meri.
Durante el trayecto a la piscina, la catalana explica que, en los últimos meses, hasta Mae Sot han cruzado muchísimos jóvenes birmanos, tanto chicos como chicas, huyendo del reclutamiento militar que impuso el Gobierno golpista el año pasado. "Mae Sot, en general, es un lugar seguro, pero también hay muchos problemas con mafias que prostituyen a mujeres birmanas y con el tráfico de drogas. El otro día pillaron un camión lleno de metanfetaminas que venía de Birmania".
Meri también subraya que uno de los inesperados contratiempos al que los cooperantes internacionales se están enfrentando este año es la brusca suspensión por parte del presidente estadounidense Donald Trump de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que era el principal soporte financiero del Comité Internacional de Rescate (IRC), que distribuye la atención sanitaria en los campos de refugiados.
"De repente, a finales de enero, se suspendieron todas las ayudas y muchas clínicas cerraron. Luego, las autoridades tailandesas intervinieron para echar una mano y que al menos los casos más graves que se atendían no se quedaran sin su tratamiento. Pero no ha pasado lo mismo en otros proyectos que había dentro de los campos de refugiados (hay nueve repartidos a lo largo de 2.400 kilómetros de frontera entre Tailandia y Birmania). Por culpa de Trump, han cerrado programas que estaban salvando a los mutilados de la guerra".