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Erri De Luca: "Ninguna revolución es ya posible, es algo del pasado"

El autor italiano regresa como acostumbra, con una novela que regala cierta paz al terminarla. En 'Las reglas del Mikado' una gitana adolescente y un viejo relojero protagonizan el encuentro

Erri De Luca: "Ninguna revolución es ya posible, es algo del pasado"
Roberto SerraIguana Press
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Da la sensación de que Erri De Luca (Nápoles, 1950) haya construido un mundo a su imagen y semejanza. Vive en una casa que construyó con sus propias manos y un par de amigos, sigue escribiendo también a mano, en contacto directo con el papel, y no escribe sus novelas una vez sino al menos tres. Con camisa blanca y el bigote de siempre, su sonrisa nos recibe desde una videollamada de Zoom, pero con él nada es virtual sino muy tangible.

Detrás se atisba un collage que parece cubrir todas las paredes. El escritor, que fue albañil, lo ha usado de lienzo para una creación que la distancia no permite percibir. Sigue sonriendo como primera respuesta a la primera pregunta. En su mirada, cierta picardía. Hasta que finalmente responde: «Estarás acostumbrada a entrevistar escritores que tienen a su espalda una espectacular biblioteca. Lo que ves, y mucho más que no puedes ver del resto de esta estancia son las etiquetas de las botellas de vino que he bebido».

Primera cosa clara, allora: sigue siendo un escritor atípico, el que empezó a publicar con 40 años y ahora está considerado como uno de los grandes escritores italianos de su época. Antes de todo eso fue camionero, operario y dirigente del movimiento de extrema izquierda Lotta Continua. Cuando sugiere que los novelistas tienen tras de sí siempre una biblioteca está adelantando lo que dirá más tarde con todas las letras: que él sigue siendo un albañil, que sigue viendo las cosas desde abajo, y que el intelectual es aquel que «da voz a los mudos». Lo que omite es que él consigue tal hazaña en sus novelas desde hace mucho.

Y que sus historias, gradualmente publicadas en más de 30 idiomas, son las de un hombre movido por el sentido de la justicia en la vida y en la obra. Particular y hasta pintoresco, alpinista y transportista de ayuda humanitaria no ya a la Guerra de Ucrania -siempre acompañado de un amigo- sino también a la de Bosnia de hace tres décadas, publica ahora en España Las reglas del Mikado, en su editorial de siempre, Seix Barral. Una novela para narrar un encuentro, que es el espacio donde De Luca sitúa la existencia y también la literatura.

«Es algo solemne, en nada se parece a una reunión o una cita. Tiene un estatuto especial como palabra porque indica un punto concreto en la vida de las personas. Valorarlo como coincidencia dependerá de la fe que cada uno tenga en el destino. Yo soy un devoto de la coincidencia» ahonda. El encuentro que sucede en su última novela envuelve a una gitana adolescente que escapa de un matrimonio concertado y a un viejo relojero que acampa en la montaña. Una zíngara, como se dice en italiano, que velozmente alcanzará un ágil diálogo con el hombre hasta entonces solitario. Con su alianza, brillan por sí mismos frente a un cómplice antagónico. Él habla de lógica y ella de magia, pero se entienden. Él lee mucho y ella nada, más allá del futuro en las palmas de las manos. «Su relación no tiene nada que ver con el amor, y ninguno quiere adoptar al otro. Se desarrolla en circunstancias incómodas, en un lugar difícil, ambos tienen dificultades, ella por supuesto más. Pero viene del campo, es nómada, vive en contacto con los animales y es muy capaz», resume De Luca sobre sus personajes.

LAS REGLAS DEL MIKADO

Traducción de Carlos Gumpert. Seix Barral. 144 páginas. 17 euros. Ebook: 9,99.

Puede adquirirlo aquí.

Si atendemos a esas tres veces que según este «napolitano al que han retirado el carnet» escribe cada novela, la cosa iría así: «Cuando reescribo, voluntariamente me reescribo. En primer lugar, me complace contarme la historia porque, aunque conozca los detalles, el desarrollo de la trama se vuelve más preciso, se añaden recuerdos o digresiones, se sacan a relucir otros asuntos... Y me gusta, es un juego conmigo mismo del que disfruto. Después vuelvo a leer y reescribir, siempre a mano en el cuaderno, porque trato de asegurarme de si puedo compartirlo. La cabeza va al mismo ritmo que la mano y ese ritual me agrada. Finalmente vuelvo a leerla y la copio de nuevo, para saber si todavía me gusta. Si estoy satisfecho, si creo que no puedo hacerlo mejor, lo comparto. Así con todo: libros, artículos...».

De Luca ha escrito en periódicos como Il Corriere della Sera y La Repubblica. A veces de literatura, otras de política y hasta de alpinismo. Presente y volátil a partes iguales, tiene una cuenta de Instagram bien bonita e interesante. A veces hay paisajes pero sobre todo amigos, su voz leyendo, una carta manuscrita, una foto junto a una periodista que lo entrevista en Nápoles y otra con un joven cineasta en el Festival de Cine de Trento; en el salón del libro de Milán, con su mujer, sus proyectos y una foto de aquellos con los que en enero llegó a Ucrania desafiando el hielo.

Participa del mundo, tiene intenciones y objetivos, pero este revolucionario cree que ninguna revolución es ya posible. «La última fue la de tus vecinos, los portugueses, y la única de todo el siglo que se desarrolló sin guerra civil, sin derramamiento de sangre y sin alfombras rojas. ¡Es un caso único! La multitud se enfrentó en la calle con los soldados armados sin atacarlos, metiendo claveles en el cañón de los rifles. Es la metáfora más bella y más extraña de todo el siglo pasado», considera.

En lo que sí deposita esperanza es en la juventud actual porque «tiene una visión global del mundo y sabe que su futuro coincide con el futuro de la especie y del planeta». Hasta confía en los activismos de la era digital, «fermentos civiles positivos para la sociedad». «La militancia de mi época quizá se parezca a la lucha de los que combaten el cambio climático con acciones entre insolentes y sensacionalistas pero inofensivas. Pero para nosotros ser inofensivos era algo inconcebible porque estábamos en conflicto con los poderes establecidos», reconoce. Y también que se quedó «sólo» tras una lucha política que enfrentó junto a «miles de su generación durante muchos años en la década de los 70 en Italia».

Roberto SerraIguana Press

«Luego todo aquello se desmoronó, se disolvió, se desintegró... así que seguí haciendo lo que sabía, lo que podía, como continuar siendo un trabajador durante muchos años. Lo resumo con un verso del poeta griego Yannis Ritsos: 'La cometa se rompió, pero mantengo la cuerda'. Es como tener un frigorífico enorme para hacer un cubito de hielo...», relata, mientras trata también de sopesar y reflexionar aún más sobre las diferencias entre las luchas de entonces y las de ahora. «Nuestra causa era grande, lo abarcaba todo, fueron los movimientos revolucionarios que cambiaron la faz del planeta y dieron lugar a nuevas independencias, estados libres, imperios coloniales caídos... y, ahora, tengo la impresión de que existen muchas buenas causas separadas unas de otras, sin un contenedor ideal de gran tamaño, y esto quizá no ayude a la causa común».

«Dar voz a los mudos», insiste, sería el gran objetivo A los invisibles, a los que nadie escucha. «Aunque la voz de la revolución ya no exista o esté silenciada». O precisamente por eso... Y porque De Luca mantiene «los mismos puntos de vista que tuvo entonces, y la misma mirada sobre todo aquello que sucede alrededor». Tiene algunas pistas sobre el porqué de toda esta debacle: «La función pública de la ideología ha desaparecido».

Una sorpresa andante desde que se convirtió en figura pública, De Luca se convirtió en traductor del hebreo al italiano sin ser creyente y robándole horas a su trabajo como operario en una fábrica, porque para él escribir no es labor sino pura fiesta. «Me despertaba en hebreo, lo estudiaba temprano, antes de ir a trabajar, y sentía que ya me había ganado el día antes de venderlo como fuerza laboral».

Eran noches de lucha, de trabajo y de traducciones pero no de sueños porque dice que ellos «nunca dormían». De Luca guarda un especial recuerdo de la taberna que les acogía cada noche al salir de la fábrica, que no cerraba hasta que el último de ellos se iba a casa, y donde pasaban las horas jugando a las cartas, especialmente a la escoba, y bebiendo vino». Dice que lugares como aquellos ya no existen, pero una última pregunta le devuelve la sonrisa:

-¿Qué vino bebían? ¿Cuál es su favorito?

-Bebíamos vino Barbera, que es mi preferido también. Era muy popular entonces y, ahora, se ha convertido en uno un poco más caballeroso. A mí me gustan los vinos de una sola uva, como aquel, que se obtenía de la uva llamada barbera y ahora se usa para mezclarlo con otras.

- ¿Y su pasta predilecta?

-Ya no tomo pasta ni pizza. Para encontrarme bien, tomo sobre todo proteína. Carne, pescado, verdura... Y ceno prontísimo, no como los españoles, que a veces os dan las 10 de la noche sin haber cenado, así que si te parece, la próxima vez quedamos para comer.