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Segunda República

Noventa años de la revolución del PSOE contra la República: ¿movilización contra el fascismo o detonante de la Guerra Civil?

Hace ahora 90 años, en octubre de 1934, el PSOE encabezó una revolución que pretendía acabar con la legalidad republicana. Desde entonces, la historiografía no se ha puesto de acuerdo sobre la interpretación de lo ocurrido. Varios libros revisan aquellos hechos evitando caer en el presentismo histórico.

Xilografía de Helios Gómez para su libro  '¡Viva Octubre!', editado en Bruselas en 1935.
Xilografía de Helios Gómez para su libro '¡Viva Octubre!', editado en Bruselas en 1935.ASSOCIACIÓ CULTURAL HELIOS GÓMEZ
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En su último libro sobre Azaña, (El mito sin máscaras, ed. Encuentro), José María Marco dibujó un retrato del que llegaría a ser presidente de la República en 1936, muy alejado de determinados convencionalismos establecidos. Ante todo, que su ambición no fue asentar un sistema democrático en España, sino construir la república como un régimen con una fuerte carga ideológica. Y quizá sean los sucesos de Octubre de 1934 (el levantamiento obrero en Asturias para derrocar la república burguesa) los que demostraron que sus aliados en la izquierda, especialmente el PSOE, compartían esa visión. Por eso, la victoria en las elecciones de noviembre de 1933 de las candidaturas de centro y de derecha (que inaugura lo que se conoce como el segundo bienio republicano) desató todas las alarmas en unos partidos que consideraban a la república no como un fin en sí mismo, sino como un instrumento de transformación social.

"Desde esa concepción instrumental de la democracia", escribe Eduardo González Calleja en 1934. Revolución en la República española, de inminente aparición en Akal, "la derrota electoral de noviembre de 1933 no fue vista por la izquierda obrera y republicana como el preludio necesario para organizar un proceso de alternancia política similar a los muchos que se habían dado durante la Restauración, sino como un paso atrás decisivo en lo que Azaña denominó la 'pérdida de la República'. Esto es, un asalto de las fuerzas reaccionarias contra la esencia misma del régimen, que no era la democracia por sí misma, sino su capacidad transformadora de la realidad económica y social".

Conceptos como "pluralismo político, consenso o alternancia, claves en la definición de la actual democracia representativa, no existían entonces como virtudes de la democracia", continúa el catedrático de la Universidad Carlos III. "En las culturas obreras existía la convicción generalizada de que las democracias burguesas eran incubadoras del fascismo, al que había que afrontar por otros medios diferentes del sufragio".

Desde su origen, las movilizaciones tuvieron mucho de reacción frente a una amenaza fascista, de perfil aún nebuloso

Es cierto, no obstante, que esa visión la compartían las derechas, donde se concebía también a la república como una estación de tránsito hacia un modelo autoritario o conservador. Por eso, cuando el 4 de octubre de 1934 el presidente del Gobierno Alejandro Lerroux incluyó en su Gabinete a cuatro ministros de la Confederación de Derechas Autónomas (CEDA), y sobre todo, en la cartera de Guerra, a su líder, José María Gil Robles, que había logrado el mayor número de escaños en las elecciones, el PSOE puso en marcha un proceso subversivo que tuvo su epicentro en Asturias, pero que se extendió también a Madrid, el País Vasco y, sobre todo, Cataluña, para intentar la toma del poder. "Desde su origen", explica González Calleja, "esta movilización tuvo mucho de reacción frente a una amenaza fascista de perfil aún nebuloso, pero para buena parte de la izquierda no se diferenciaba en exceso de una involución política clásica, que buscaba destruir los fundamentos del pacto revolucionario que había hecho nacer la República".

No era España, no obstante, un caso aislado en Europa, donde, en un entorno marcado por el crack de 1929, los incipientes sistemas democráticos surgidos de la Primera Guerra Mundial tenían un grave problema de legitimidad. Jesús Jiménez Zahera, editor y coordinador de Octubre. 1934, la monumental y exhaustiva obra colectiva que acaba de publicar Desperta Ferro, sitúa al menos tres acontecimientos que compartieron año con los sucesos españoles: "Los disturbios del 6 de febrero en París promovidos por distintas organizaciones de extrema derecha contra el Gobierno de Édouard Daladier; la guerra civil austriaca, también de mediados de febrero en la que las milicias socialdemócratas se midieron con el Gobierno de Engelbert Dollfuss y los paramilitares nacionalistas de la Heimwehr; y por último, en Alemania, no tanto la llegada de Hitler al poder, sino la noche de los cuchillos largos del 30 de junio al 1 de julio, la purga sangrienta de las SA de Ernst Röhm". Tres acontecimientos, concluye, que "se explican dentro de un proceso de aparición de una miríada de organizaciones de signo contrarrevolucionario y de un proceso de paramilitarización de la política de entreguerras en Europa".

Los ferroviarios se manifiestan en Madrid durante la huelga general. El servicio de ferrocarriles fue militarizado.
Los ferroviarios se manifiestan en Madrid durante la huelga general. El servicio de ferrocarriles fue militarizado.DIAZ CASARIEGOEFE

Como detalla Enric Ucelay-Da Cal, en La Cataluña populista, reeditado ahora por Taurus, en un contexto global de depresión económica, "parecía, para muchos, que entre los avances en la industrialización de la Rusia soviética y la degeneración política en los países capitalistas, la democracia liberal decimonónica y el parlamentarismo estaban muertos. El corporativismo -la idea de que la organización social orgánica por el contexto de trabajo, en lugar de la concepción inorgánica de un hombre un voto- hacía estragos entre la opinión de derechas, pero podía ser una idea seductora no sólo para la pequeña burguesía, sino también para sectores del movimiento obrero organizado".

POLÉMICA HISTORIOGRÁFICA

Se cumplen ahora 90 años de aquellos sucesos que marcaron un antes y un después en el devenir de la II República, un episodio que ha concitado siempre mucha controversia entre los historiadores. Los hechos están fijados, pero no su significación: he ahí que tanto la obra editada por Akal como la de Desperta Ferro tengan el propósito de analizar lo ocurrido como un acontecimiento independiente, esto es, sin proyección hacia el futuro, ya que cuando se producen los levantamientos en Asturias, País Vasco, Madrid y Cataluña, nadie sabía qué iba a ocurrir en 1936. Y sin presentismo, porque la proclamación del Estado catalán dentro de la República Federal española que protagoniza Lluís Companys poco tiene que ver con lo que sucede hoy en Cataluña, por más que los partidos políticos sigan siendo los mismos: PSOE y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).

Pablo Gil Vico, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid, y colaborador de Octubre. 1934, donde publica el testimonio inédito de su participación en los hechos del líder socialista Luis Oliveira, fusilado posteriormente en 1937, se muestra radicalmente opuesto a la idea de que octubre del 34 fue el comienzo de la Guerra Civil. "Este pretendido argumento trasciende lo historiográfico y nace con una finalidad claramente política de legitimación del golpe de Estado que, tras su relegación temporal se retoma con fuerza con el último cambio de siglo para hacer frente al auge memoralista. Se trata de ir llevando atrás en el tiempo el origen del conflicto bélico para evitar que la Guerra y su violencia extrema se enlacen con el golpe de Estado de julio del 36, las tramas conspirativas previas y la derrota electoral. En su versión más radical, situar el comienzo de la guerra de 1936 en los incendios de mayo de 1931 podría convertirse, para aquellos que reeditan la propaganda franquista, en una conclusión plausible".

"Los historiadores que reeditan la propaganda franquista ven en 1934 el origen de la Guerra Civil que comenzaría en 1936"

Sin citarlo, es obvio que Gil Vico se está refiriendo al historiador Pío Moa y a una obra, Los orígenes de la Guerra Civil española (ed. Encuentro, 1999) que irrumpió sin pedir permiso en un mundo académico dominado por las visiones de una izquierda que sentía los sucesos del 34 como una herida abierta que deslegitimaba la acción del PSOE durante la II República. "Dicha insurrección", afirmaba entonces Moa, "constituye, literal y rigurosamente, el comienzo de la guerra civil española, y no un episodio distinto o un simple precedente de ella. Por tanto en julio de 1936 sólo se habría reanudado la lucha emprendida 21 meses atrás (...) El movimiento de octubre fue diseñado explícitamente como una guerra civil, y no sólo resultó el más sangriento de cuantos la izquierda revolucionaria emprendió en Europa desde 1917, sino también el mejor organizado y armado en Europa y en el resto del mundo".

González Calleja, que no comparte en absoluto la interpretación de Pío Moa, matiza, sin embargo, que la idea de que la revolución de octubre se dirigió antes contra el Gobierno recién constituido que contra el régimen no es cierta: "En el programa revolucionario socialista había puntos que notoriamente rebasaban los límites de la legalidad republicana. Las bases obreras fueron más allá del proceso de subversión inicialmente previsto, una huelga general política dirigida a precipitar un cambio de Gobierno, y la transformaron en una revolución social. Rota la alianza concertada en octubre de 1930 con los republicanos, buena parte del socialismo español no veía la necesidad de seguir apoyando la supervivencia de un régimen democrático-burgués considerado en plena decadencia, y en perfecta lógica marxista, se dispuso a superarlo por la vía de los hechos".

"En el programa revolucionario del PSOE había puntos que claramente rebasaban los límites de la legalidad republicana"

Eso explicaría, como expone Javier Rodríguez Muñoz, de la Universidad de Oviedo, en la obra colectiva de Desperta Ferro, la brutal represión que vino inmediatamente. "En total, operaron en Asturias [donde debido a una mayor organización y al acceso a dinamita de los mineros la revolución se prolongó más que en el resto de España] 27 batallones de infantería, entre los que se encontraban tres banderas de la Legión, dos batallones de cazadores de África y un tabor de Regulares, unidades todas ellas integradas por soldados profesionales. Unos 17.000 hombres a los que se sumaron fuerzas de la Guardia Civil y de Asalto y otras unidades que se desplegaron desde León, al mando del coronel de Estado Mayor Antonio Aranda para cerrar la posible huida de los revolucionarios hacia León a través de los puertos de montaña". Se practicaron, apunta Gil Vico, "métodos de conquista y ocupación en el caso de la periferia ovetense y, en otros escenarios, prácticas de escarmiento casi siempre ejecutadas por la Guardia Civil desde las coordenadas de la venganza corporativa".

¿Y CATALUÑA?

Doctor por la Pompeu Fabra y profesor en la Universidad de Lleida, Manel López Esteve reafirma la voluntad de todos los colaboradores de Octubre.1934, de no hacer extrapolaciones hacia el presente, por más tentadoras que pudieran ser. Frente a interpretaciones como las de Pío Moa, que argumenta que los gobiernos del centro derecha no liquidaron las reformas del primer bienio y que la revuelta de ERC fue "largamente preparada para subvertir violentamente la legalidad de la II República", López Esteve explica que "el octubre catalán de 1934 fue la respuesta a una contrarrevolución antirrepublicana que estaba frustrando todas las esperanzas que se habían depositado en la República de 1931 y que amenazaba con acabar con la democracia republicana, la autonomía catalana, el proyecto reformador de la Generalitat, los tímidos avances sociales y políticos conseguidos y con toda la serie de expectativas que proponían una transformación profunda en una dirección social y nacional revolucionaria". Por eso, continúa, "no podemos interpretar el octubre catalán de 1934 en función de una iniciativa del Gobierno de Companys exclusivamente" sino que, de forma paralela, pero no secundaria, se produjo una fuerte movilización que incluía "el asalto a las sedes de los partidos de derechas, las acciones anticlericales, la detención de propietarios agrícolas o de industriales, la destitución de ayuntamientos o el enfrentamiento abierto con las fuerzas de seguridad del Estado".

El fracaso del levantamiento en Cataluña, más que en el resto de España, revelaba, concluye Ucelay-Da Cal, "las violentas contradicciones entre republicanos y nacionalistas dentro de Esquerra y dejaba obviamente destapada la menguada fuerza y capacidad de los últimos", representados por el conseller de Gobernación Josep Dencás, partidario del independentismo, frente al presidente Companys, que apostaba por el federalismo republicano. "El nacionalismo radical había presumido tanto, a lo largo del periodo 1933-34, que su falta de todo en una noche lo dejó marginado como alternativa política".

Si hubiese que destacar alguna enseñanza de Octubre del 34, afirma Sandra Souto (científica titular del Instituto de Historia del CSIC) en la obra colectiva editada por Desperta Ferro, sería esta: "Hacen falta unos partidos sólidamente comprometidos con los regímenes democráticos y no sólo en las izquierdas, también en las derechas".