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Se pasea por la Promenade de New Brighton Beach con sombrero blanco, camisa de lunares retro que no desentonaría en una película de Almodóvar, sandalias tipo pescador y cámara al cuello. Sonríe mientras empuja su andador, en el que se sienta cuando se cansa. Parece un simpático jubilado que saca fotos a esa playa de estética industrial al norte de Inglaterra, con las grúas rojas del puerto al fondo, apenas a 10 kilómetros de Liverpool, a 70 de Mánchester. Pero es uno de los mejores fotógrafos del mundo y en esa misma playa, en plena era Thatcher, empezó a forjar su icono: el de Martin Parr, tan británico como la hora del té en tacitas de porcelana de la abuela, el críquet o el mal tiempo. Todo lo ha fotografiado -vende tacitas en forma de pin como parte de su merchandising- pero ha ampliado el imaginario inglés con colores brillantes, muchas dosis de kitsch y clase media.
Casi cuatro décadas después de su laureado reportaje fotográfico The Last Resort (1986), Martin Parr vuelve a esa playa donde pasaban el día las familias de trabajadores, que se tumbaban unas horas de sol, aunque fuese junto a excavadoras oxidadas, en un breve soplo de vacaciones en el mar. Así empieza el documental I am Martin Parr, que se estrena en España el próximo 27 de noviembre, en la sala Phenomena de Barcelona, inaugurando el festival D'ART (y disponible en Filmin a partir de febrero).
«Yo soy muy de clase media, probablemente tú también lo seas», dice Martin Parr casi a modo de presentación en su estudio de Bristol. «En los años 70 y 80 a los fotógrafos serios solo les interesaban los más ricos o los más pobres. La franja del medio simplemente no existía», cuenta en el sofá de su biblioteca, junto a un cojín de terciopelo carmesí en forma de corazón con una foto de sí mismo en el centro, de joven. Viste un discreto jersey azul marino con una camisa debajo, el sobrio look del día a día, tan distinto del turista de verano al que nos tiene acostumbrados, sea en Brighton o en Benidorm, dos de sus ciudades fetiche. Mañana le toca Barcelona, donde inaugura el festival de fotografía europea FUJIKINA, organizado por FUJIFILM, con una charla en el Teatro Nacional de Cataluña. Y pregunta:
-He visto que últimamente hay muchas protestas antiturísticas en Barcelona.
-Sí. También está pasando en Mallorca.
-Ya... Lo entiendo, realmente tanto turismo crea problemas con la vivienda. ¿Y aún tienes que hacer cola para entrar en la Sagrada Familia?
-Siempre hay cola en la Sagrada Familia...
-Tengo fotos en el Park Güell, donde está el famoso dragón, hay tanta gente que difícilmente puedes verlo.
-¿Sabe cuál es el nuevo fenómeno en Barcelona?
-¿Cuál?
-Las colas en las tiendas de lujo de Paseo de Gracia, para entrar en Gucci, Chanel o Loewe. Ocurre cuando llegan los macrocruceros.
-¡Oh! [se entusiasma] ¡Iré a fotografiarlo! Es algo que solo he visto en Hong Kong: cuando los chinos continentales vienen y hacen largas colas frente a Louis Vuitton.
-Pero lo de hacer media hora de cola para luego gastarse miles de euros... ¿Cree que la clase media ha irrumpido en el sector del lujo? ¿O es que cierto lujo ya es de clase media?
-No sé si es que el lujo se está convirtiendo en clase media o que la clase media ya tiene acceso al lujo. Es una aspiración, como la experiencia turística. Lo que ahora vemos son turistas en el lujo.
Una manta de filigranas antiguas, algo barroca, cubre el sofá donde se sienta Parr. Podría parecer heredada, pero tiene las iniciales M. P. bordadas en dorado y asoma una etiqueta de Gucci: es una de las muchas colaboraciones que ha hecho con marcas de moda.
-En su último libro, Fashion Faux Parr, muestra esa mezcla de moda, lujo y aspiraciones en Cannes. ¿Le interesa más el glamour de la Costa Azul?
-Todo va de la mano. Mi tema principal es fotografiar a los occidentales ricos y lo que hacen, en qué gastan su dinero. Las clases medias han tomando el mundo y se ha expandido, sobre todo en lugares como China e India. Ahí es donde ha surgido la nueva riqueza y poder adquisitivo. Después del petróleo, el turismo es la industria más lucrativa, la que mueve más millones. Todos somos turistas.
-En su obra cuestiona el mito del turismo. Vamos al Taj Mahal o al Machu Pichu buscando un paraíso pero lo que encontramos es un lugar ultramasificado.
-Esa es una de las claves de mi trabajo: mostrar la diferencia entre la mitología de un lugar y la realidad. Cómo nuestra idea de paraíso puede ser a veces una pesadilla. No invento nada, la realidad es tal cual: hay demasiada gente. Es una melée y todos tienen su smartphone en la mano.
-Sus fotos de gente haciéndose selfies ya son icónicas.
-El turismo ha cambiado mucho desde que llegó el smartphone. La gente pasa aún menos tiempo mirando el objeto o el monumento que tiene delante, están haciendo fotos. Es un rito, como una peregrinación moderna. Pero nadie mira lo que está fotografiando.
-¿Nos hemos olvidado de cómo mirar?
-Eso creo... La gente está tan obsesionada con los selfies y grabarse que se olvida de lo que tiene delante, lo que venía a visitar. Creo que encuentra una gran seguridad al visitar un lugar que saben que es famoso. Porque les demuestra que existen, que son parte del mundo.
Martin Parr tiene 72 años, se ha pasado la vida viajando y está terminando su biografía, que verá la luz en 2025. Ha publicado más de 100 fotolibros, ha expuesto en todo el mundo, ha dirigido bienales y festivales, su obra forma parte de las colecciones de los mejores museos (en subastas hasta supera los 10.000 euros, un precio muy alto para una fotografía) y es miembro de la prestigiosa Agencia Magnum, aunque al principio le costara entrar por el rechazo de algunos fotógrafos, que votaron en contra de su ingreso. Pero con el tiempo acabaría siendo su presidente.
Parr lo ha hecho todo. Y a pesar de ciertos achaques físicos (hoy le duelen las lumbares y cuando se sienta en una silla usa su propio cojín-cara) no tiene intención de parar: «Creo que si ves el documental de Lee Shulman te das cuenta de que sigo trabajando muy duro. Ahora estoy centrado en mi archivo».
Su archivo es su legado: una historia visual del Reino Unido, del blanco y negro de los 70 a la explosión de color de los 80 que ya anuncia el fin de la clase obrera, que se convierte en media. «O trabajadora», matiza. Y su ingente archivo («nunca he contado las fotos, son millones...») lo custodia en una de las salas la Fundación Martin Parr, que abrió a finales de 2017 en Bristol, la ciudad en la que vive con su esposa Suzie desde hace décadas. Su base de operaciones no podía estar en una zona más Martin Parr: a las afueras, a orillas del río Avon, en un antiguo recinto industrial que se remonta a la época victoriana.
Lo que fueran cinco hectáreas de naves de la compañía de pinturas Phoenix Wharf, con edificios fabriles abandonados durante lustros -«escombros verticales» los llamaban- se ha transformado en un moderno distrito, Paintworks, lleno de estudios de diseño, despachos de arquitectos y cafeterías hipster. Entre el laberinto de ladrillos marrón-rojizos una esquina sobresale por sus paredes esmaltadas en amarillo y verde pastel: la Fundación Martin Parr.
Dentro, todo es una oda a la fotografía, hasta los baños. En paredes y espejos se leen frases de reconocidos fotógrafos, entre ellos, Parr: Evitar fotografiar iglesias o puestas de sol - nunca cambian. «Como fotógrafo documental tienes la responsabilidad de fotografiar ciertas cosas», defiende.
En la galería central, se expone Monument del australiano Trent Parke, una bella serie en blanco y negro sobre el fin del mundo. La zona pública, con una pequeña tienda de fotolibros y merchandising variado, es diáfana y espaciosa, pero tras la puerta que da paso al estudio de Parr se despliega un auténtico gabinete de curiosidades entre estanterías repletas de libros de fotografía, sin un solo centímetro de pared libre. Sus propias imágenes de un Partenón masificado o la camarera de un bar en Brighton conviven con postales de la boda de Carlos y Camila, extravagantes cachivaches, latas de conservas con la foto de Bin Laden, un teléfono rojo con la cara de Mao o una vitrina con parte de su colección de relojes de Saddam Hussein, que ha expuesto en varios museos y de la que hizo un fotolibro. Cuando se le pregunta el porqué de los relojes de Saddam simplemente sonríe y se encoge de hombros.
-¿Alguna otra excentricidad como coleccionista?
-Estoy de acuerdo en que es algo un poco raro de coleccionar. Tengo memorabilia de Bin Laden o Martin Luther King... ¡Y la colección de perros espaciales!
-¿Perros espaciales? ¿Como Laika?
-¡Sí! Pero hubo más. La Unión Soviética envió casi una decena al espacio. Está en la cocina, ¿quieres verla?
Mientras se dirige hacia el office-cocina con las manos a la espalda explica que la mayoría de objetos estrafalarios vienen de eBay. Entre Laikas y puzzles de las misiones Apolo y Sputnik asoma otra vitrina con porcelana de la China comunista, campesinos llevando tractores, en la que ha colado tacitas británicas con motivos antiBrexit. Pero si de algo ha sido coleccionista Parr es de libros de fotografía. Llegó a atesorar más de 12.000 ejemplares, que ya forman parte de la colección de la Tate Britain, tras una donación-compra.
-Para mí era importante que la biblioteca estuviera en una institución pública. La Tate tardó mucho en adoptar la fotografía como un medio serio y le faltaba la historia de los fotolibros. Ahora tiene una de las mejores colecciones.
-¿Y todos los fotolibros que tiene aquí?
-Esta es una colección internacional, que compré a Chris Killip [un importante fotógrafo y académico norteamericano] cuando se retiró de Harvard. Tuve que volver a comprar muchos libros de Reino Unido para construir una segunda colección. Ahora quizás tenemos unos 5.000.
-¿Recuerda cuál fue el primer fotolibro que le marcó?
-¡Claro! The Americans de Robert Frank. Sigue siendo uno de los mejores libros jamás publicados. Fue el primero que compré.
-Susan Sontag decía que coleccionar fotografías es una manera de coleccionar el mundo. Aquí tiene muchos...
-Completamente de acuerdo. Para mí fotografiar es una forma de coleccionar. Soy un coleccionista de imágenes.
-¿Cuál cree que es la mejor manera de mirar una fotografía? ¿En una exposición, en un libro, en una revista?
-¡En un libro, por supuesto! Mucho más que en un museo. Los libros están ahí, la gente no los tira. Las revistas y las exposiciones van y vienen, los libros permanecen. Internet siempre está pero es maravilloso ver una buena imagen impresa. En un museo puedes ver 10 fotos de una serie de 100. En un libro se muestra toda la historia, hay una narrativa. Mira, aquí hay una sección de libros raros.
Y señala unos estantes con primeras ediciones, antiguas, protegidas tras un cristal. Además de The Americans y otros libros de Robert Frank de los años 50, destacan las ediciones japoneses y los primeros trabajos de Parr, su debut con Bad Weather (1982), una rareza descatalogada durante 30 años que se ha convertido en un objeto de culto (ni siquiera corren muchos ejemplares de la reedición de 2014) y el original de The Last Resort, otra joya.
-¿Qué sintió al volver a Brighton, a los mismos lugares que fotografió en los 80?
-A lo largo de los años he vuelto muchas veces y he ido viendo cómo ha cambiado. Ahora la basura se acabó, todo está ordenado.
-¿Eso es malo?
-Se ha vuelto más aburguesado y tiene menos carácter. La gran piscina fue demolida. Todavía se puede ver un poco del antiguo Brighton, pero no mucho: las paradas de autobús y las marquesinas siguen ahí. Como digo, ha cambiado de manera bastante dramática.
-¿Por qué causó controversia The Last Resort cuando se publicó? Hoy nos parecen imágenes de lo más normales.
-Ofendió a algunos... Les molestaba esa basura. Las condiciones de vida eran malas y ese contraste entre el telón de fondo destartalado y la gente de clase trabajadora causó controversia en Londres. Cuando se mostró en Liverpool nadie se inmutó, no fue un problema porque la gente sabía perfectamente cómo era New Brighton.
-¿En Londres no lo sabían?
-No. Realmente no tenían ni idea. No venían al norte, nunca habían visto la pobreza que había ahí.
-Estéticamente, su obra es festiva y brillante, ¿pero también esconde una crítica social?
-Si estás fotografiando cómo la gente gasta su dinero, supongo que sí. Está ahí todo el tiempo, la crítica al consumismo desmedido, al capiatlismo... Pero la política en mis fotografías es muy sutil: está ahí si quieres encontrarla.
A Martin Parr no le gusta hablar de política. Prefiere hablar de comida. Se considera un foodie y un pionero de la fotografía gastronómica, aunque él nunca usaría esa palabra. Sus fotos son de huevos demasiado fritos, salchichas recién descongeladas, judías que flotan sobre una salsa artificialmente roja...
-Sus fotos de ciertos english beakfast quedan muy bien en imagen pero no parecen una comida muy apetecible.
-Bueno, es que la comida basura produce buenas fotos, la comida elegante no tanto.
-He de confesarle que me gustan más sus fotos de comida grasienta que su serie sobre los platos de elBulli...
-¿Verdad que sí? [ríe] Las de elBulli son demasiado perfectas. Ahora todo el mundo fotografía comida, sobre todo si van a un buen restaurante o un Michelin. Cuando yo empecé no se podía, porque necesitabas una cámara especial que se acercaba con un flash. ¿Qué puedo decir? Ahora todo el mundo lo está haciendo.
-Ahora todo el mundo lo fotografía todo.
-Sí [suspira]. Vivimos un momento de sobresaturación de imágenes pero aun así no hay tantos buenos fotógrafos por ahí. Es muy difícil ser un buen fotógrafo. Pero es muy fácil sacar una foto de lo que sea y postearla en Instagram.
Antes de abandonar su estudio, Parr nos obsequia con dos libros de Málaga Express, su último trabajo en España, que expuso en 2023 en PhotoEspaña. Y recuerda que, al poco de aterrizar en la Costa del Sol, recibió decenas de llamadas telefónicas: la Reina Isabel había muerto. «Querían que volviera para fotografiar las colas en Buckinham. Pero tenía muchos planes en Málaga y no pude».
-Expone mucho en España y...
-¡Sí! Pronto iré a Mallorca para hacer un trabajo con Camper. Son muy cómodos [y muestra sus zapatos].
-¿Cree que hay algo en su fotografía que encaja particularmente con el carácter español?
-Mmm... Creo que en España os gustan los colores brillantes y el hecho de que sea un poco malicioso con los ingleses. Esa picardía encaja bastante bien con el carácter español. Aunque en Francia soy más popular. Pero ahí sí es por poner la pierna encima a los ingleses, les encanta. Y puedo ser un fotógrafo malvado.
Lo dice con esa ironía suya tan británica, como las tacitas de té o los Monty Python. Como Martin Fucking Parr: no es solo una expresión, es el lema de la bufanda hooligan que se pude comprar en su tienda, un souvenir de 35 libras.