Sacarle los asuntos a Olvido Gara (México, 1963) viene a ser como destripar los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós. Por lo inabarcable, por lo ubicuo, por lo cambiante, por lo universal. Es Alaska una entre un millón en esta hoguera de las vanidades que no deja de quemar mitologías, en este business del espectáculo que ha dejado en la cuneta tantos juguetes rotos, destripados por las modas que lo arrasaron todo con sus decibelios. Pero ahí está ella, a sus 61 años, estudiada en las universidades como fenómeno inclasificable, a la manera de los objetos volantes no identificados del Área 51, allá en sus adorados United States of America, cuna de tantas cosas. Chica punk desde los preliminares de su adolescencia en los arrabales del Rastro los domingos -«al Rastro se iba para demostrar que habías sobrevivido a la noche del sábado», ha dicho Almodóvar de aquel aquelarre de gentes raras cosidas por la resaca y las tachuelas en Cascorro y aledaños-. Símbolo de La Movida, chica Almodóvar antes incluso de que a Almodóvar le salieran musas como esporas de Vallecas a Brooklyn, icono underground con taconazos, animal pop arrepeinada con una cresta teñida de púrpura cardenalicio, traviesa chica pin up en las exuberancias frivolonas de Interviú, tertuliana de todo lo tertuliable. Dicho lo cual, ¿quién demonios es Alaska a estas alturas del partido?
«El otro día le preguntaban a unos chiquillos por Bárbara Rey, y ninguno sabía quién era», trata de responder Olvido. «Me quedé muerta. Yo cuando era pequeña sabía perfectamente quién era Carole Lombard, aunque quizá no es algo que las niñas de mi edad conocieran. Un cantante muy famoso me dijo una vez: 'No sabes qué ilusión me hace conocerte. Eres la de Lluvia de Estrellas'. Y es que unos me conocerán por ser precisamente eso, jurado en un concurso, otros por La bola de cristal, otros por los Pegamoides, otros por las portadas de Interviú...".
Y de esa coctelera de portadas sexys y de números uno, de aquella glam tv bendedida por la bruja Avería o las colillas a medio consumir zurdiéndole las enaguas a La Transición en los debates de La Clave, de ese maremagnum de cosas, tan-tas, nos ha salido Olvido como un bocado gourmet de Patrimonio Nacional. Para poner orden a semejante sindiós de curriculum vitae -y qué vitae- se estrena con toda la fanfarria el documental Alaska Revelada, una serie producida por Movistar Plus+ en colaboración con Shine Iberia. Tres capítulos para desentrañar a la persona y al personaje, si acaso la misión más dificultosa del negocio audiovisual de nuestros días. «Como te decía, para unos soy Bom de Pepi, Lucy y Bom, para otros la que salía en Diez Minutos...».
-O la jovenzuela que se sentaba en el Un, dos, tres con El Fary, ahí es nada.
-Eso es. Y la idea de este documental es coger todos esos fragmentos y juntarlos. Alguien podría haber ido a la hemeroteca y rebuscar, pero le hemos ahorrado ese trabajo.
Para dibujar a esa Alaska de trazo fino que hasta ahora nos llegaba a borbotones y por fascículos, imposible no detenerse en la semilla de sus ancestros; de esas mujeres de rompe y rasga que le dejaron su poquito de ADN cubano, que después emigraron a México, donde nació, y que terminaron exiliándose a España cuando Olvido apenas alcanzaba los 10 años. Confiesa Alaska que crecer con semejante batallón de mujeres fuertes en las que mirarse al espejo no fue fácil. «A otros igual les sirvió de timón, pero a mí me hicieron sentirme muy pequeñita. Siempre me decían: 'Como te hagan algo, vienes y lo cuentas en casa'. Y es que mi abuela, cuando le hacían algo a mi madre, se pegaba con los curas. Y eso es un poquito apabullante».
Tuvieron que pasar algunos años para que Alaska encontrara su sitio, eso que los coach de hoy llaman «sus fortalezas». ¿Cómo? «Pues viviendo y equivocándome», dice. «Siempre he pensado que el hecho de que a Fangoria nos fuera tan mal al principio [tras el éxito ultrasónico de Los Pegamoides y Dinarama] nos ayudó muchísimo. Tienes fuerza, tienes empeño, puedes partir de cero y te das cuenta de que no pasa nada. Y no sólo no pasa nada, sino que además te lo pasas pipa pegando fotos de carnet de los 500 socios que tenía nuestro club de fans, porque no había más. Y le perdí ese miedo terrorífico a luchar, igual que habían luchado esas mujeres de mi familia que yo tenía detrás».
Son estas mujeres las que le pertrecharon con su primera mochila de creencias: el Cristianismo de toda la vida de Dios aderezado con su poquito de santería cubana. «Yo a estas cosas de las madres y de las abuelas les he añadido una vertiente más filosófica. Tuve una época en la que me interesé por otras religiones, pero con los años he vuelto al redil», dice.
-¿Qué es eso de «volver al redil»?
-Básicamente, a darme cuenta de que rezar el Padre Nuestro, que es el único dogma que había en mi casa, a mí me sirve. Soy creyente y pienso que hay algo más. No sé si será el Paraíso, el Dharma, la Rueda Reencarnaciones, una energía que va y que viene... Me da igual. Pero creo que esto no se acaba aquí.
El documental divide las andanzas y la psicología de Alaska en tres capítulos monográficos, a la manera de una canción de las de antes: Salud -donde analiza la construcción del personaje, su filosofía vital y su estética-, Dinero -centrado en la trayectoria profesional- y Amor -una oda a todas sus relaciones personales-. Arranca el apartado de la salud con Alaska entrando en un quirófano para someterse a una operación de cirugía estética, de la que siempre se ha mostrado una ferviente defensora. Sirve ese corte y confección del bisturí como símbolo de todas las transformaciones de un personaje que no ha dejado de evolucionar. «Hay una frase del personaje de Antonia San Juan, La Agrado, en Todo sobre mi madre, que hago mía: 'Cuanto más me hago [refiriéndose a las cirugías], más me parezco a la idea de mí misma que tengo'. Y eso se resume en el físico, en los libros que leo, en la gente que conozco... Todo eso ha ido perfilando quién y cómo soy».
-¿No es agotador eso de ir rompiendo con lo establecido cada dos por tres?
-Es que yo no he hecho nada por ir rompiendo. Cuando escribí el libro Transgresoras, que hablaba de mujeres revolucionarias, ya dejaba muy claro que la transgresión está en el que te mira, no en el que lo hace. Siempre me ha parecido muy tonto eso de ir a transgredir. Tú vas a lo que vas.
¿Y a qué va, entonces? «A mí me fascinaba todo lo que rodeaba a los artistas, y yo quería pertenecer a ese mundo, pero jamás pensé que como cantante», reconoce Olvido, que en un principio no tuvo más aspiraciones que convertirse en groupie de alguna banda. «Lo primero que hice al llegar de México a Madrid fue escribir en fanzines, en prensa marginal. Podría haber acabado siendo periodista, pero dio la casualidad de que sabía tocar tres acordes con la guitarra...». Sobre aquella España de los 70 que se encontró al bajar del avión, dice Alaska que era un país teñido «con los colores del uniforme, azul marino, granate oscuro... todo aburridísimo». Pero no tardó en lanzarse a los brazos de la estética punk, consagrada en las entrañas de su primer grupo, Kaka de Luxe.
-Menudos bichos raros, dirían algunos.
-¿Pero alguna vez hemos dejado de serlo? Esa sensación de bichos raros nos ha acompañado siempre. Y no porque hubiera unos poderes políticos que te podían encarcelar, sino por nuestros propios comunes. Esos que por edad o por pensamiento tendrían que haber sido nuestros colegas, amigos y partícipes, pero que de pronto eran lo contrario. Nunca sentimos que perteneciéramos a nadie, o que nadie perteneciera a nosotros. Veníamos del punk, éramos muy individualistas. No éramos herederos de mayo del 68 ni de Woodstock, que era todo amor y comuna. Insisto: veníamos, venimos, del punk.
-Con 14 años escribió su primera canción, La tentación, un tema con unos tintes sados que ya aventuraban esa precocidad suya, esa capacidad de ir dos pasos por delante.
-Era por pura estética. Todos leíamos a Gwendoline, que era un comic bondage, o digamos SM, que queda más fino, que se publicaba en la escena underground de la época. Y esa estética, que además estaba siendo tomada por el punk, me fascinaba: las medias de látex, los tacones de aguja, que entonces eran una aberración porque lo que se llevaban eran las plataformas... Yo, como una niña que era, no sentía ningún tipo de filia que me llevase a lo erótico.
De esa dictadura de pinceladas mortecinas con la que se dio de bruces, dice Alaska sin embargo no haber sido demasiado consciente. «Cuando tienes 12 años, lo único que te extraña es que cuando iban a venir los Rolling Stones a actuar, resulta que estos dicen que mientras haya dictadura no van a pisar España», explica. «O que la censura se cargue la portada de su disco Sticky Fingers, diseñada por Warhol, donde salía un paquete masculino con una cremallera. Esa es la conciencia que tienes con 12 años. Y yo, al estar en contacto con gente más mayor, simplemente hacía las cosas, independientemente de si estaban prohibidas o no».
-El underground de toda la vida.
-Exacto. Porque el underground ha existido siempre, con dictadura o sin ella. Yo lo llamo tener calle, o una expresión que utiliza mucho Federico Jiménez Losantos [con quien colabora en su tertulia radiofónica del corazón]: tener cabaret. Y eso es lo que le pasó a Fangoria cuando empezaba. Si tienes cabaret, aunque hayas vendido 10 millones de discos y de repente te arruines, siempre puedes volver al cabaret, a maquillarte con las cuatro travestis en el espejo compartido y a robarte las pinturas. Esa es tu base, y es una base buenísima. Da igual lo que haya fuera, lo que te permitan y lo que no. Tú lo haces y ya está.
Ese «tú lo haces y ya está» es lo que ha marcado a Alaska desde que rumiaba los domingos en el Rastro buscando gente de su mismo pelaje para montar su banda. Como dice su amiga Bibiana Fernández, Alaska «pasó enseguida de la niñez a los asuntos». Y así, en el 77 fundó Kaka de Luxe (donde compartiría tablas por primera vez con Carlos Berlanga y su eterno partenaire Nacho Canut). Un año después se disolverían, pero la semilla de la nueva ola que vendría después ya estaba sembrada: Paraíso, Radio Futura... Y la propia Alaska y los Pegamoides, el segundo round musical de Olvido. Entre medias, protagonizó con 17 años la primera película comercial de Almodóvar, Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón, (1980) clásico entre los clásicos del manchego más universal. «La escogí para el papel porque tenía todos los vestuarios del personaje», reconoce el cineasta. Fuera por lo que fuese, el destino siguió larvando sus planes para con Olvido. Tras la disolución de los Pegamoides llegaba el tercer round: Alaska y Dinarama. Y aquellos himnos del glam rock (A quién le importa, Ni tú ni nadie, Mi novio es un zombie) fueron su auténtico espaldarazo musical. Sin embargo, y a pesar de un éxito apabullante que cruzó fronteras y océanos, dice Alaska que «aquella fue una época muy pesada, porque estaban todos muy involucrados en sus vicios y en sus adicciones».
-¿No tuvo también su época loca?
-He tenido momentitos locos -responde Alaska con el énfasis en el diminutivo-. Es que a mí los desbarres de mi generación, o los de la tuya, nunca me han atraído. Así que en mi caso no tiene ningún mérito.
-A ver si va a resultar que era una empollona...
-No soy la típica persona que si no estudia, tan sólo con mirárselo rápido la noche antes, aprueba. Como no he tenido la suerte de poseer una voz prodigiosa, tengo muy interiorizado el esfuerzo.
Para entender esta filosofía del trabajo duro, sin remiendos y sin atajos, Alaska reconoce que empezó siendo secretaria con 14 años -su madre le obligó a tener un trabajo a la antigua usanza si quería seguir coqueteando con la música-: «Y era una secretaria excelente. Pero eso no es lo que se espera para la vida artística. Yo, cuando tengo que escribir la letra de una canción, lo hago como si fuera el CEO de una compañía. O como si tuviera que rellenar la declaración de la renta».
Ese grado de autoexigencia es, tal vez, su principal defecto. «Soy demasiado controladora», confiesa. «No en el grado de Madonna, que en unos ensayos protestó porque un escalón medía un centímetro menos y dijo: 'Ese escalón está mal'. Yo no llego a tanto, porque ese grado de perfección me aburre. No soy pesada en exigir que el escalón esté perfecto, vale, te lo compro. Pero sí para saber que no está perfecto».
Casada con Mario Vaquerizo desde 1999 (en una ceremonia en Las Vegas con todo el oropel de la ciudad del vicio y los neones, ella vestida de Dolly Parton y él, de Elvis), Olvido nunca ha ocultado su bisexualidad. Bisexualidad, sí, pero con algunas particularidades.
-Dice en la serie que con las mujeres es algo más físico y con los hombres más emocional. Yo creía que era al revés....
-No se puede generalizar. De las chicas me gusta su físico. Pero jamás en mi vida he tenido una relación amorosa con una mujer, ni mínimamente. Ha sido algo absolutamente carnal. Hasta hoy, y espero que siga siendo así. Porque lo contrario significaría que ya no estoy con Mario.
-Se la ha definido como «una feminista sin serlo».
-Estoy de acuerdo, pero también defiendo el 'hazlo y no lo airees tanto'. Si vamos a ir con una ideología de libro, a mí no me vas a encontrar. Pero si me hablas de mujeres libres que hacen lo que quieren y eso le abre los ojos a otras, pues genial. Esto no va de dogma.
-Pues andan dándole una de vueltas al término las nuevas hornadas...
-Es que yo soy muy vieja. Los 60 eran feminismo. Los 70 eran feminismo. Yo he visto quemar sujetadores en Ciudad de México. Y yo pensaba: 'Pero si a mí los sujetadores me encantan'. Pero era una prenda denostada como símbolo de opresión. No creo que Madonna estuviera pensando en una revolución cuando se ponía un sujetador al aire como parte de su vestuario. Pero se lo puso y cambió muchas cosas.
-Le tengo que preguntar por Errejón.
-Cada uno que cargue con su vela.
-Pero como Errejón promulgaba lo que promulgaba...
-Ya, no es como si lo hubiera hecho Espartaco Santoni, que era un playboy. Insisto: yo soy de las personas que actúan, que demuestran lo que son en su vida diaria. No soy de las amigas que van con la pancarta por delante y luego... También te digo: siempre he sido muy de las teorías de la conspiración, así que voy siete pueblos más allá. Me divierte pensar que esto ha sido pagado por Soros, que si no se qué...
-¿Errejón y Soros? Menudo combo.
-Tengo que verlo así, como una diversión. Porque si no... Mi madre siempre dice: 'A esta niña nunca la decepcionan porque nunca espera nada de nadie'. Y qué razón tiene.
En sus 50 años de carrera, una de las preguntas más recurrentes tiene que ver con sus simpatías políticas. Un auténtico misterio que nadie, de momento, ha logrado descifrar. Durante años fue habitual verla en La Clave, mítico debate de TVE, hasta que alguien le dijo en los 90 que no valía para el pim, pam, pum de la televisión moderna porque era «demasiado pactista». «Y años después me preguntaban: 'Y tú, ¿en qué bando estás?'. Mire, es que eso no va así...'». Quizá ese espíritu «pactista» es el que le lleva a no ver los informativos. «Intento evitarlos porque todo me enfada, todo me altera. Y no tanto la noticia en sí, sino todo lo que genera detrás. El análisis, las interpretaciones, el debate... Cuéntame la noticia y no me des tu opinión, porque no me interesa».
-Pues con Twitter lo lleva crudo...
-Desde luego, lo llevo crudo. Ahora nos dicen: 'Han linchado a Errejón en Twitter'. A mí me da igual lo que le hagan a Errejón en Twitter. A mí me importa lo que diga la ley.
-Voy a hacerle la pregunta prohibida: ¿esa falta de afección política en público es desinterés o es que hace suyo lo de 'a quién le importa lo que yo haga'?
-Me encantaría significarme con un partido, porque eso querría decir que tengo una convicción clara hacia algo. Pero no la tengo con ninguna formación. Yo puedo votar desde hace relativamente poco, porque soy española desde 2011. Y en mis primeras elecciones hice algo que nadie hace: cogí todos los programas e iba marcando lo que me gustaba: 'Mira, esto de Podemos, que no si si existía entonces, está muy bien. Y estos cuatro puntos de UPyD también. Al PACMA le compro esto. Lo que dice el PP sobre este asunto está genial. Y el PSOE tiene razón aquí'. Y pensé: '¿Qué hago?'. En todos los partidos encuentro algo que me convence y en todos hay algo que aborrezco.
De regreso al documental, la vocalista de Fangoria -desde 1989, su proyecto junto a Nacho Canut-, tiene por costumbre escribir un par de cartas cada vez que entra un quirófano por si algo saliese mal, a modo de testamento y despedida. Una para Mario, su marido, y otra con trasuntos más legales para quien corresponda. ¿Y qué escribiría si tuvieran que operarla esta misma tarde? «No os preocupéis porque me voy de este mundo muy feliz. He vivido siete vidas comparadas con las de otras personas. No me quedan asignaturas pendientes».
-¿Ninguna?
-Hombre, me habría encantado terminar la carrera de Historia, que abandoné en la pandemia. Y ojalá hubiese sido campeona de culturismo...