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Ayer y hoy de la España del toldo verde: ¿quién vive hoy en los millones de casas que se construyeron al final del franquismo?

Es el símbolo que define nuestros barrios, tan nacional como el Seat 600. El fotoensayo 'Toldo verde' de Kike Carbajal y Pablo Arboleda reivindica el valor de unos edificios que acogen vecindarios en perpetuo cambio: "No son los centros históricos los que explican nuestras ciudades"

Un lugar de Madrid, pero podría ser cualquier parte de España.
Un lugar de Madrid, pero podría ser cualquier parte de España.KIKE CARBAJAL
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Todos los barrios de toldo verde se parecen, aunque cada uno sea distinto a su manera. En oposición a la España de las piscinas, esos suburbios a la americana, tan brillantes, homogéneos y cerrados en sí mismos -un término que acuñó Jorge Dioni López en su ensayo best seller de 2021-, la geografía del toldo verde representa la realidad más popular, la del tinto de verano en el bar de abajo. El toldo verde es un símbolo tan español como el Seat 600, un vestigio del desarrollismo franquista, de la rehabilitación democrática de los barrios en los años 80 y de los pelotazos inmobiliarios de los 90. Urbanísticamente, pinta el paisaje de miles de barrios: Carabanchel y Vallecas (Madrid), La Florida y Bellvitge (L'Hospitalet), Sant Ildefonso (Cornellà), Pino Montano (Sevilla), La Luz y La Paz (Málaga)... A pesar de su omnipresencia en la Meseta y la costa mediterránea -con excepción de la cornisa cantábrica por motivos climáticos:está nublado y hace frío-, al toldo nunca se le ha prestado atención; al contrario, a menudo se ha denostado como algo feo, cutre, kitsch, de la época de la abuela.

«Desde su aparición en los años 60, el toldo verde es el elemento más característico de la arquitectura española», reivindica Pablo Arboleda, especializado en estudios urbanos e investigador del departamento de Antropología del CSIC. «No son los centros históricos, el Madrid de los Austrias o la Barcelona del modernismo, los que explican nuestras ciudades de hoy. Todo lo que somos surge de estos barrios de toldo verde y no se le ha dado la importancia que tiene para entender nuestra sociedad actual».

Junto al fotógrafo Kike Carbajal como compañero de exploración urbana de unos barrios a los que sólo van quienes viven o trabajan en ellos, Arboleda toma el toldo como metáfora de una España y una época, un símbolo que explica cierto carácter nacional y que eleva a la categoría de patrimonio. «Asumimos que el patrimonio contiene una carga histórica, un orgullo por lo hermoso y lo monumental», explica el arquitecto. «Es un arma política que toda sociedad emplea para proyectar una imagen de sí misma. La paradoja es que se nos impone un castillo, una catedral o un palacio pero cuando alzamos la vista todo lo que vemos son edificios de toldo verde».

¿Qué habla más del español medio?¿La Almudena, la Giralda, la Sagrada Familia... o cualquier plaza de barrio con los jubilados pasando la tarde en un banco?

Toldo verde. Postales de otro patrimonio (Ediciones Asimétricas) se presenta como un fotoensayo con 102 imágenes de Carbajal y textos de Arboleda. Pero es más que eso: la antítesis de un libro de viajes o, si acaso, al estilo de Viaje alrededor de mi habitación (1794) de Xavier de Maistre. Como un gran collage de géneros incluye destellos de poesía urbana (la oda Anatomía de una farola), humor irónico-cañí, reflexiones filosófico-antropológicas, historias de lucha vecinal, interludios musicales (una banda sonora a base de sirenas de ambulancia, martillos hidráulicos de las obras y cláxones) y lo que los autores llaman píldoras informativas, apuntes históricos de cómo se erigieron ciertos distritos y un compendio de las grandes constructoras del país, recordando sus lazos con el franquismo, hoy olvidados aunque muchos apellidos siguen marcando la historia del país.

KIKE CARBAJAL

Estéticamente, Toldo verde es un precioso libro-objeto con portada de tela verde oscuro que al tacto parece lona y unas deliciosas guardas con motivos vegetales que remiten nostálgicamente al reverso de muchos toldos. La edición es una pequeña joya, con algunas páginas en delicados tonos verdes y una sobria composición visual. «Lo planteamos como las postales que mandarías desde un destino vacacional, salvo que este tipo de fotos no serían nunca postales», apunta Kike Carbajal, que en 2018 ya publicó Somos la calle (Popurrit), una crónica callejera, casi antropológica, sobre los madrileños más auténticos. En Toldo verde hace lo mismo pero al revés:fotografía los edificios para explicar a sus habitantes, apenas aparece ninguna figura humana en todo el libro. Aunque toda la serie se basa en una decena de barrios de la capital no hay pies de foto ni localización, porque esas plazas anodinas, esas fachadas algo desvencijadas, esos espacios entre bloques con algún seto solitario y que sólo sirven como parking, podrían estar en el área metropolitana de Barcelona o en la periferia del Sur.

«Es un imaginario completamente reconocible pero deslocalizado, podría ser cualquier sitio. Antes se consideraban periferias, pero muchas ya no lo son. Han quedado integradas en las ciudades y también corren el peligro de gentrificarse», señala Carbajal, que ha fotografiado lo que nunca se fotografía por banal y estéticamente irrelevante. ¿O ya no? «Estos barrios tienen un carácter autóctono, muy español», añade. «Te das cuenta cuando viajas: es lo que distingue la periferia española de la banlieue francesa, del brutalismo postindustrial británico que vemos en Glasgow o de los edificios soviéticos de hormigón prefabricado que abundan en Moscú».

¿Y por qué son mayoritariamente verdes los toldos? Los autores ríen porque no hay una respuesta clara: es un color sufrido, ni frío ni cálido, que deja pasar una luz agradable (con más frescor que si fuera naranja) y contrasta estéticamente con la fachada de ladrillo. También es un intento de trasladar el verde de los árboles a unas fachadas duras.

Un país de propietarios

El inicio de esta estética made in Spain se remonta al desarrollismo de los 60 y los Poblados Dirigidos impulsados por el franquismo, que se construyeron demasiado rápido y con materiales de mala calidad, provocando grietas antes incluso de inaugurarse. Pero muchos Poblados Dirigidos y colonias de Casas Baratas, como se las llamó popularmente, fueron ejemplo de modernas y audaces soluciones por parte de una nueva generación de arquitectos racionalistas. En lustros sucesivos vendrían las ilimitadas concesiones a constructoras privadas que optaron por una arquitectura sin arquitecto: bloques, bloques y más bloques para dar cabida al ingente éxodo rural hacia las grandes ciudades.

«En apenas 25 años Madrid pasa de 800.000 habitantes a 3,2 millones, lo que suponía mano de obra barata con escasísimos derechos laborales. ¡Era la capital europea con más chabolas!», recuerda Arboleda. Y aporta otro dato: de 1961 a 1975 se construyeron cuatro millones de viviendas en toda España. «Hablamos de 20 años donde se construye la mayor superficie del país y eso nos llamaba la atención».

Cuando en 1957 el falangista José Luis Arrese tomó el control del Ministerio de Vivienda pronunció la consigna: «Queremos que España sea un país de propietarios y no de proletarios». Flamantes propietarios que tuvieron que vivir en barrios sin asfaltar, sin electricidad ni agua corriente, tampoco hospitales ni escuelas ni demás servicios básicos que se ganarían con las luchas vecinales de las siguientes décadas. Pero sí solía haber una iglesia.«Eran barrios pensados desde una ideología muy concreta. Se pretendía contrarrestar la lucha de clases con el nacionalismo y la fe católica. Todas las viviendas eran iguales porque todas las familias debían ser iguales, con los valores tradicionales que defendía del régimen», apunta Arboleda.

No hay toldo sin ladrillo. Y entre fotos de fachadas intercambiables comienza la lista de las grandes constructoras, como Dragados. Fundada en 1941 con el apoyo del Banco Central (que tendría hasta 1991 cuando se fusionó con el Santander), muchos de sus primeros trabajadores fueron presos republicanos cuyo salario consistía en la reducción de días de condena. En apenas diez años se convirtió en la mayor constructora del país gracias a las concesiones de obra pública: presas faraónicas, carreteras, aeropuertos, colonias obreras, el desarrollo turístico del litoral... En 2002 fue adquirida por el grupo ACS de Florentino Pérez.

Otro ejemplo es el deFélix Huarte, que durante la Guerra Civil había importado material bélico para el bando nacional, lo que le facilitó las concesiones de proyectos como Nuevos Ministerios, el estadio Santiago Bernabéu, la Cruz del Valle de los Caídos, los rascacielos de Torres Blancas... O José Banús, el artífice de Puerto Banús, que se alzó como el primer promotor inmobiliario de masas mientras construía la carretera al Valle de los Caídos.

«Aquí está el germen de una nueva élite económica que se consolida con el negocio de la construcción», señala Arboleda. En sus píldoras informativas, entre retratos de San Blas, Moratalaz o Tetuán, desliza el modus operandi de la dictadura: expropiaba o recalificaba terrenos para concederlos a empresas privadas afines, que también disponían de ventajosas líneas de crédito de las Cajas de Ahorros. «El franquismo promovió prácticas clientelares de especuladores a los que se les permitía construir masivamente», señala. Así se generó un sistema de plusvalías paras las élites frente a las deudas contraídas por las clases trabajadoras. «Es el origen de un sistema que se perpetúa hoy», señalan los autores.

Nuevos vecinos

Arboleda plantea un paralelismo con la España actual: «Aunque hagamos una lectura crítica, con la crisis de la vivienda en 2025si de repente aparecieran cinco constructores que hicieran 10 millones de pisos seguramente la gente se tiraría a sus brazos. Hay decenas de miles de familias que están encantadas porque tienen su casa desde hace 50 o 60 años, que pagaron a crédito durante 10 años, no 30 como ahora».

¿Y quién vive hoy en esos barrios? «Yo», ríe el arquitecto, vecino de Legazpi, donde se compró un piso de toldo verde «a precio de oro» ante la imposibilidad de quedarse en el centro. «Pueden diferenciarse tres capas sociológicas muy definidas pero que se mezclan y comparten espacios. 1)El que ha estado aquí toda la vida, el abuelo que va al bar Paco a tomarse un carajillo. 2)Los migrantes que llegaron a inicios de los 2000, sobre todo desde Latinoamérica. 3)Los españoles que, aunque tengan trabajos relativamente cualificados, no pueden comprar o alquilar en zonas más céntricas y que actúan como agentes de gentrificación, como sería mi caso».

Aquí vienen los matices de cada distrito: el rapero Morad se ha convertido en la insignia de La Florida, el barrio con mayor densidad de Europa (30.000 personas en 0,38 km2), en el que la inmigración marroquí ha ocupado los bloques en que antes vivían murcianos y andaluces; Usera se está convirtiendo en el nuevo China Town; una ola de artistas y diseñadores está cambiando el paisaje de Carabanchel...

«Son barrios que están en permanente movimiento y, quizá precisamente por eso, se vuelven más atractivos que el centro», destaca Arboleda. «La Puerta del Sol o Las Ramblas son zonas muertas para los locales, han adquiridos una nueva identidad neocapitalista y están directamente diseñadas para las necesidades del turismo. Se da una paradoja un tanto irónica: ante todos estos cambios el toldo verde permanece exactamente igual».

El patrimonio de Usera

¿Cómo evolucionarán los barrios de toldo verde? ¿Cómo se construye hoy en ellos? Oficialmente, en Usera no hay ningún Bien de Interés Cultural (BIC), pero en 2024 se incluyó en el nuevo catálogo municipal de elementos protegidos la colonia Almendrales, el último Poblado Dirigido proyectado por los arquitectos José María García de Paredes, Javier Carvajal, José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún, una joven generación que quiso traer la modernidad a la península. El pasado diciembre, la Junta de Usera colocó tres placas en reconocimiento a una arquitectura muy determinada: la de Almendrales y su parroquia de Nuestra Señora de la Fuencisla, también de García de Paredes (que más tarde sería conocido por sus magnos auditorios:el Manuel de Falla de Granada, el Nacional de Madrid o el Palau de la Música de Valencia) y las viviendas sociales de Pradolongo, diseñadas en 2002 por su hija, Ángela García de Paredes, con su estudio Paredes Pedrosa, ganador del último Premio Nacional de Arquitectura.

Las viviendas sociales de Pradolongo, en Usera, proyectadas por Paredes Pedrosa.
Las viviendas sociales de Pradolongo, en Usera, proyectadas por Paredes Pedrosa.

«Fue un homenaje muy bonito y poco habitual a los arquitectos que hemos prestado atención al espacio público», admite Ángela García de Paredes. «En el poblado Almendrales la parte urbanística es modélica: se hizo hincapié en los espacios verdes, no sólo en el alojamiento de la gente. En la época todo era muy precario y se construyó con nada, con materiales de no muy buena calidad. Pero ahora el barrio está increíble, con espacios y jardines preciosos. La gente quiere volver a vivir ahí».

Como su padre, Ángela -junto a su compañero Ignacio Pedrosa- es más conocida por sus equipamientos culturales: el Teatro Valle-Inclán, el Museo Arqueológico de Almería, la Villa Romana de La Olmeda(Palencia), las bibliotecas de Ceuta y Córdoba... «Desde que acabamos la carrera sólo hemos hecho obra pública y empezamos con la vivienda gracias al concurso EUROPAN, pionero en soluciones de vanguardia y viviendas que no son las habituales. Nuestro primer proyecto fueron unas viviendas muy pequeñas de realojo en Vallecas», recuerda la arquitecta. Era a finales de los 80 y en esos años tuvo que lidiar con «normativas rígidas y tiránicas»: «En aquel momento había muchas cosas absurdas. Se pretendía una vivienda burguesa en pequeñito, un piso de menos de 60 metros cuadrados con vestíbulo y recibidor, salón con puerta cerrada e independiente. Un disparate en tan poca superficie que tuvimos que resolver con ingenio. Por suerte las normativas han evolucionado».

A lo largo de su trayectoria, entre bibliotecas y auditorios, ha desarrollado radicales viviendas sociales, con exquisitos proyectos que no siempre se han materializado, como sus 36 Patios en el casco histórico de Badajoz o unas idílicas viviendas asistidas para la tercera edad en Ripollet. «Las que sí se estaban construyendo son las de Son Martorell en Palma. Pero se paralizaron por desacuerdos entre las administraciones y la constructora. Es el mayor desencanto para un arquitecto... Hace cuatro años que deberían estar terminadas», lamenta.

Su complejo de 146 viviendas en Pradolongo transformó más de dos hectáreas con una insólita distribución de los edificios, uno de ellos en diagonal para alinearse con el eje del parque. «La cuestión era resolver la vivienda, el espacio privado de habitar, pero también los vacíos entre los edificios. No veamos el bloque como un objeto: hay que crear espacio colectivo en los vacíos, es parte del urbanismo», defiende García de Paredes. «Pero ese espacio público ha quedado desvirtuado porque se han colocado vallas que cierran Pradolongo como un recinto privado, perdiendo parte de su filosofía».

Sus modernas viviendas de Usera también siguen cierta filosofía de toldo verde, aunque sin toldos. «El toldo es fundamental en la arquitectura textil, un elemento tradicional y mediterráneo que no va a quedar obsoleto. Al contrario: es sostenible, de sentido común y sigue funcionando en la construcción, aunque adaptándose a los nuevos tiempos. No se reserva sólo a las viviendas. Hace poco diseñamos un proyecto para un auditorio en Alicante con toldos en la fachada», explica la arquitecta.

Puede que el Seat 600 sólo sea un recuerdo nostálgico, pero la España del toldo verde está lejos de desaparecer.