Una mañana de abril, a los 15 años, en algún aula de un centro educativo de secundaria. El docente que pide abrir el libro por determinada página y empieza a explicar a la clase 'Historia de una escalera', de Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916-Madrid, 2000). El ritual, familiar de tan repetido en los currículos académicos, ha convertido al dramaturgo en uno de esos lugares de paso obligado en los que no se invierte demasiado tiempo (ni ganas). Sin embargo, siempre hay quien, con un extraño brillo en los ojos, señala aquí y allá, tratando de compartir el interés que le despierta el sitio. Es el caso de la directora y dramaturga Helena Pimenta (Salamanca, 1955), ex responsable de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (2011-2019) y experta en dotar de vida a los grandes monumentos megalíticos del teatro. «Todos tenemos la suerte de haber tenido algún profesor de literatura que nos ha desvelado cosas. Pues yo me siento un poco así con la escena; me veo obligada a desvelar lo que está detrás de estos grandes textos que no sea superficie y a la vez que sea palabra, que sea pensamiento, que sea sentimiento... para que nuestros contemporáneos amplíen con nosotros sus capacidades emocionales y de pensamiento».
Pimenta aborda así la versión que le ha encargado Eduardo Vasco de 'Historia de una escalera', que se estrena este viernes en el Teatro Español de Madrid con un reparto en el que figuran Gloria Muñoz, Puchi Lagarde, Marta Poveda, David Luque, Juana Cordero, José Luis Alcobendas, Carmen del Valle o Gabriela Flores. «Nos pasa con mucho conocimiento adquirido en el periodo de aprendizaje, en la enseñanza secundaria o en la universidad, que por exigencia de los programas queda como ajeno a nosotros», incide Pimenta en su idea de que el lugar de la palabra dramatúrgica no es el museo, sino el Español. «Yo toda la vida he estado trabajando en favor de la cercanía de los textos más clásicos y académicos al espectador de hoy, con quien comparto en este momento, espacio y vida. Y creo que el teatro es uno de los lenguajes más importantes que permite encarnar los conflictos que hay ahí y ver cómo está la humanidad. Creo en un teatro que regresa a todo ese acervo que nos pertenece y que además nos ayuda a conformarnos como personas de hoy».
En ese sentido, no es anecdótico que 'Historia de una escalera' regrese al Teatro Español 75 años después de su estreno en ese mismo lugar, donde no había vuelto a representarse desde entonces. Buero, dice la directora, «recoge el reflejo de toda su época y nos lo traslada a través del teatro». Habla Pimenta de la España de posguerra, en la que el hacinamiento y los problemas de vivienda tenían una dimensión que todavía resuena en nuestros días. «Lo que tenemos que hacer es no solamente celebrar que haya estado Buero, sino ofrecer a través de la representación escénica todo lo que él deja en el texto teatral como potencialmente escénico», plantea la responsable del montaje.
Hijo de un militar asesinado en Paracuellos por los republicanos, Antonio Buero Vallejo luchó en la Guerra Civil precisamente del bando opuesto a Franco. Conoció a Miguel Hernández, del cual dibujó su retrato más conocido, y estuvo en prisión por su adhesión a la República. Su compromiso, sin embargo, estuvo por encima de la trinchera. «Él mismo decía que el teatro social no es formular un panfleto, sino mirar hacia partes de la sociedad que tienen una serie de dificultades y ponerlas sobre el tapete para ver cómo podemos ayudar a resolverlas», apunta Pimenta. Por eso considera que «la etiqueta de teatro social le viene muy bien a su obra, en cuanto observa una parte de la sociedad hacia la que no se había vuelto la mirada: las personas que viven en la precariedad». Que los protagonistas fueran personas humildes era una cosa «totalmente nueva para el espectador de la época», aunque hoy se haya convertido ya un lugar común.
El impacto, en 1949, de esta historia de almas a la deriva ha quedado atestiguada en los citados manuales de literatura de secundaria. Sus protagonistas, apunta Pimenta, eran «parecidos a muchos seres humanos de aquella época, pero también de la nuestra, con sus ilusiones, sus anhelos, sus sueños de comerse el mundo, sus elecciones equivocadas o acertadas y su frustración».
Más allá de la identificación con los actuales problemas de la juventud para encontrar una vivienda digna, el relato aborda una encrucijada: «La búsqueda de la felicidad de todos estos personajes que pareciera que es más superficial y anecdótica, que son personajes de paso, como si se tratara de algo mucho más frágil y más débil. Y, sin embargo, es de una profundidad increíble y reconozco en ella a todas las generaciones anteriores, y también a las de hoy», reflexiona la responsable de esta nueva versión de la obra. «Esta historia aparentemente cotidiana de cómo evoluciona la existencia sencilla de unas personas nos recuerda a todos que la vida es algo muy pequeño, aunque luego pueda ser muy grande. También, lo difícil que es vivir y lo importante que es la conciencia de los errores, así como reconocer nuestras propias torpezas en el amor, en las elecciones laborales, en las relaciones con la familia y los amigos».