Israel acaba de superar los 10 millones de habitantes, nueve de los cuales residen en un territorio del tamaño de la provincia de Palencia. Un espacio en el que, además, se producen algunos de los conflictos más intensos y violentos de la historia mundial reciente. En esas circunstancias Israel se ha erigido como la gran potencia de la danza mundial, con nombres de referencia como Ohad Naharin, Sharon Eyal, Hofesh Shechter, la troupe Mayumana o la compañía Batsheva que fundase Martha Graham hace 60 años.
Una de las claves que ha hecho posible el milagro es la red de kibutz que existe en el país, en los que el baile es un elemento fundamental de formación de niños y jóvenes. También, el gusto de los israelíes por las 'raves' y fiestas de música electrónica. Una de ellas, la Supernova Sukkot, fue uno de los objetivos de Hamás el 7 de octubre de 2023 y se saldó con 364 asesinados y 40 secuestrados, el mayor ataque terrorista de la historia de Israel en sus 75 años de existencia.
Sharon Eyal (Jerusalén, 1971) prefiere hablar de otras cosas. «Mis coreografías se expresan por sí mismas, son algo muy físico que se expresa a través del cuerpo y de los movimientos. No hace falta comentarlas en otros términos más profundos», explica. «La totalidad de lo que creo forma un continuum centrado en lo físico».
Ex bailarina de la Compañía de Danza Batsheva, fundó su propio ensemble de baile, L-E-V Company, en 2013 junto a Gai Behar, organizador, precisamente, de 'raves' y de espectáculos de electrónica 'underground'. De ahí que buena parte de las últimas producciones tengan un aire 'ravero', como es el caso de 'Into the hairy', que se representa la próxima semana en los Teatros del Canal de Madrid. La pieza, que se pone en pie con la S-E-D Dance Company, nueva denominación de la agrupación de Eyal, ha sido realizada en colaboración con el músico británico Koreless, colaborador de FKA Twigs y Sbtrkt. La música y la danza son para ella «como el día y la noche», dado que «uno no puede existir sin la otra».
Para Eyal, la colaboración es la base del arte. Así, entiende su trabajo junto con Behar como «la confección de un traje que cosemos juntos a partir de diversos elementos, como la danza, la luz, la música y la emoción». Sin olvidar nunca «la fisicidad, la intuición, lo que dice el cuerpo» de la coreógrafa.
Dice ésta que su objetivo es crear «algo que el espectador pueda casi tocar, sentir, pero que también pueda desaparecer una vez creado». Para su socio y pareja, la finalidad de todo el trabajo queda resuelta en el momento que ve un detalle como que «el personal de seguridad del teatro o del lugar donde representamos la pieza termine uniéndose al baile». Ése es el sello, añade Behar, de que todo salió tal y como lo imaginaron ambos.
El trabajo de Eyal ha sido requerido por numerosos diseñadores de moda para la presentación de sus colecciones. Así, Maria Grazia Chiuri, directora creativa de la división femenina de Dior, suele incorporar coreografías suyas en sus desfiles o en los productos audiovisuales que acompañan la puesta en escena de cada temporada. «Estoy continuamente explorando», asegura Eyal sobre sus diferentes facetas. «La clave es erigir una fuente abierta de sentimientos e invitar a otros creadores a que sean parte de la misma».
"El objetivo es que el personal de seguridad de donde representamos la pieza termine uniéndose al baile"
Una de las principales enseñanzas de Eyal en sus años en Batsheva fue el Gaga, un lenguaje de baile desarrollado por Ohad Naharin que se ha convertido en toda una seña de identidad de la danza israelí. Con el paso del tiempo, la coreógrafa ha ido añadiendo capas a aquel estilo, en una búsqueda wagneriana de un «arte total». En ese proceso es muy importante el sueño y el subconsciente. De hecho, Eyal repite que, en puridad, no crea sus piezas, sino que las «sueña» o que «brotan» de su cuerpo. Incluso no llega a reconocer la palabra «coreografía» para definir lo que hace.
Esto provoca que, para que la danza aflore desde dentro del cuerpo, los bailarines que trabajan con ella tengan que sufrir. «Dicen que es muy duro», reconoce Sharon Eyal. «Pero es verdad que esa dureza, que no es solamente física, sino también emocional, resulta necesaria». Así, apunta que algunos miembros de su cuerpo de baile no pueden respirar bien o dormir durante un par de días por el nivel de exigencia para el cuerpo y la mente que requieren espectáculos como Into the hairy. «Pero cuanto más extremo es para el cuerpo, más emociones salen a la luz».
Eyal admite ser «una persona difícil», aunque el desarrollo de sus piezas le resulta sumamente sencillo, pues es «sanador». Nunca ha sentido la danza como un trabajo, «sino como un placer, una fuente de libertad».
'Into the hairy'
Teatros del Canal (Madrid). 26-28 de marzo. De 9 a 30 €