Un fantasma, que entra y sale de los espejos, vaga por las calles de Madrid intentando conseguir que un jugador de casino vengue su muerte, a cambio de proporcionarle los números que van a salir en la ruleta. Una logia de jorobados criminales que habitan en el subsuelo de la ciudad, en un mundo creado por los judíos en 1492, cuando fueron expulsados por los Reyes Católicos pero decidieron quedarse ocultos junto a su oro. Es el argumento de una película española que mezcla un Madrid costumbrista y galdosiano con otro plano esotérico y fantástico, y que podría perfectamente ser de Álex de la Iglesia, pero que, por increíble que parezca, fue estrenada el 23 de noviembre de 1944 en el madrileño cine Capitol, hace ahora 80 años. La dirigió Edgar Neville, el dramaturgo, pintor, periodista, escritor, diplomático y conde de Berlanga de Duero que para José Luis Garci es el cineasta español "probablemente más creativo, o de los más creativos, de los años 40, pero que no tuvo ningún éxito de público ni de crítica", tal y como presentaba a Neville cuando dedicó a esta película, La torre de los siete jorobados, uno de sus míticos programas en ¡Qué grande es el cine!
"No era el típico cine que se hacía en la época. Pero actualmente es una película muy venerada y considerada de culto", nos dice el cineasta y escritor cinematográfico Víctor Matellano en la Plaza de la Paja, una de las principales localizaciones del film, ya que ahí es donde en la trama vive el arqueólogo que descubre la ciudad subterránea de los jorobados, que lo asesinan por ese motivo. Matellano es autor, entre otros libros, de Spanish Horror, donde se analiza la importancia de esta obra dentro del cine español de terror.
La película, a su vez, se basa en una historia homónima del escritor Emilio Carrere, "que publica primero por entregas en el periódico La Nación en 1918, y después a partir del 1920 se condensa en un libro con un poco de ayuda de otro escritor, que es Jesús de Aragón", explica Matellano. En 1935, a Carrere le habían preguntado en una entrevista cuál de sus novelas le gustaría ver llevada al cine, y él dice que La torre de los siete jorobados, porque poco antes, en 1931, se había estrenado Drácula en el Cine Avenida de Madrid, y en 1932 El doctor Frankenstein. La novela de Carrere tiene por un lado aspectos costumbristas y de sainete, pero por otro lado un mundo fantástico y extraño que después también se plantea en la película. Además, Carrere era un gran seguidor de autores como Edgar Allan Poe, que por aquel entonces aquí se llamaba Edgardo Poe, de Julio Verne o de Robert Louis Stevenson, influencias que se aprecian en toda su producción literaria.
Edgar Neville recoge el reto planteado por Carrere de convertir en película la novela. El director de cine, un auténtico bon vivant, había vivido en Estados Unidos realizando labores diplomáticas entre 1927 y 1931, y durante esos años se había empapado del cine del Hollywood de la época, e incluso había trabado amistad con Charles Chaplin, Douglas Fairbanks o Mary Pickford, entre otros. El español llegó a ser contratado por la Metro Goldwyn Mayer como dialoguista y guionista. "A Neville le gustaba muchísimo el sainete", explica Matellano, "pero también el cine de la Universal o el expresionismo alemán", lo cual se ve reflejado en la película, sobre todo en la escena donde el protagonista accede al submundo oculto a través de una escalera circular que, junto a los momentos en los que el fantasma surge de los espejos, ha pasado a la historia del cine español y del fantástico de todos los tiempos. "En esta película apreciamos influencias de Nosferatu, con las sombras del personaje que baja por la escalera, o de El gabinete del doctor Caligari", explica Matellano.
Uno de los tres decoradores de la película, junto a Juan Antonio Simont y Francisco Escriñá, era Pierre Schild, que había traído de Francia una técnica que consistía en que el decorado se ponía muy lejos y el resto de la maqueta lo cubría, "de tal manera que se hace esa maravillosa escalera invertida, pero realmente solo por donde camina el actor es la parte del decorado. Todo el resto era una maqueta pintada", revela Matellano, que destaca también el humor como un elemento diferencial de esta obra pionera del fantástico español debido, sobre todo, a que estaba ya dentro de la novela de Emilio Carrere y a que a la censura española no le gustaba nada de lo relacionado con lo esotérico. "De hecho, les dicen en el primer informe de guion que cuidado con la fantasía, porque no entraba dentro de los parámetros del momento". Así que esos elementos humorísticos, como la aparición por error del fantasma de Napoleón o que lo único que echa de menos el arqueólogo asesinado sea una escultura de la Venus de Milo que tenía en el despacho, hacen más llevadero todo para la censura.
La torre de los siete jorobados, que dura 85 minutos, contó con un presupuesto de 7.200 euros (menos de la media habitual para la época, que era de 9.000 euros), y estuvo siete días en cartel, pasando prácticamente desapercibida en ese momento. Solo con el paso del tiempo ha sido reivindicada por los estudiosos del séptimo arte como una película que se adelantó a los parámetros de la época en nuestro país, convirtiéndose en uno de los grandes clásicos del cine fantástico español.