Aquel Madrid es un libro, o un librazo, de inmejorable título. Dentro se apila la nostalgia que su nombre sugiere. José Antonio Escudero, mi ilustre suegro, me lo ha puesto en suerte. Un préstamo de lujo. Viene vía Miguel Ángel Aguilar, presidente de la Fundación Diario Madrid. Prometo devolución, convirtiéndome así en el único idiota que devuelva un libro prestado. Hipnotizan las inmensas fotografías en blanco y negro que lo componen y a la vez concentran 50 años de Madrid (1921-1971), Aquel Madrid, sí. Se publicó en 2022 con motivo de la exposición que conmemoraba el medio siglo del cierre del Diario Madrid. Llevo un par de días recreándome en las imágenes retro de mi pueblo, parándome en los textos de Andrés Trapiello, Carmen Martín Gaite, Javier Marías o Jesús Picatoste.
Gastaba el Pica un aire de Robert Mitchum con su gabardina de detective privado, viejo lobo del periodismo. Firmó hace más de 20 años en collera con José Vicente-de Juan el epílogo de la obra , homenaje a los «fotógrafos del Madrid». O sea, del Diario Madrid, que jugaba en inferioridad de condiciones con el todopoderoso Pueblo, el vespertino de la Organización Sindical. Repasaba y elogiaba Picatoste aquella nómina de periodistas gráficos -Manolo Urech, Fernando Wagner, Alejandro Barahona...- bajo el título Nuestros fotógrafos escribían con la luz. Y pienso en los nuestros, en los de ELMUNDO, en el talentoso batallón de maese García Pozo; en los viajes con mi hermano Pepe Aymá en el aula del Volvo que horneó Ya nadie dice la verdad (El Paseíllo, tercera edición ya); en la bonhomía de Antonio Heredia -dueño del don para captar el momento exacto en que brota el toreo-; en el magistral último retrato de Sergio Enríquez-Nistal a Albert Serra; en aquella madrugada de sustos y risas en las cocheras del Metro con Barbancho; en las tardes de toros con Ángel Navarrete o Javi Martínez y algún arranque mío improcedente en la afilada hora del cierre. Nuestros fotógrafos también escriben con la luz. Y el pulso y el enfoque del periodista. Y cuando no disparan, olfatean desde la mesa la fotografía del día con Concha como zahorí imbatible.
Explicaba hace unas semanas en el IV Foro Internacional de Tauromaquia de Azores la importancia de la fotografía en la crónica, esa clave de bóveda que refuerza y sostiene el titular. Y contaba al auditorio la inmensa suerte que tengo de poder elegir la verónica, el natural, el trincherazo que han atrapado mis compañeros con su objetivo para hacerlo monumento, la viga maestra que sostiene el edificio de la crónica.
Aquel Madrid merecía pieza exclusiva, pero me perdí por el camino en este homenaje a nuestros fotógrafos, también imprescindible.