COLUMNISTAS
Por otra parte

La mala vida del ministro

Desde el PSOE se difunde la versión de que Sánchez cesó a Ábalos sólo por su situación personal

La mala vida del ministro
ÁNGEL NAVARRETE.
PREMIUM
Actualizado

Por acumulación, quizás los gobiernos de Esperanza Aguirre hayan sido los más manchados por la corrupción política. En sus nueve años al frente de la Comunidad, la presidenta que presumía de tener el mejor equipo para gestionar Madrid se rodeó al más alto nivel de una larga nómina de chorizos, algunos todavía presuntos a la espera de juicio y otros cumpliendo ya importantes condenas firmes. No eran cargos de segunda: estaban su vicepresidente primero, el vicepresidente segundo, el consejero de Presidencia, el viceconsejero de Presidencia, el gerente del partido... Aguirre siempre ha conseguido esquivar las acusaciones que afectaron a sus más estrechos colaboradores, aunque ahora se apunta a su posible imputación por un delito de complicidad por omisión, es decir, porque su actitud pasiva pudo facilitar la comisión de delitos. Cuando su última mano derecha, Ignacio González, fue detenido, recibió con lágrimas la noticia, pero nunca entonó el doble mea culpa por los errores en sus nombramientos y por no haber detectado a los corruptos.

Algunos de esos hombres de confianza no ocultaban lo bien que les iba en la vida, demasiado bien para el sueldo de un político, y camparon a sus anchas hasta que se toparon con las investigaciones policiales y periodísticas. La ex presidenta dice que no olió la corrupción que se había extendido por su administración, pese a que el hedor lo desprendían sus más próximos. Hay una responsabilidad, la mayor, en quien participa en una trama corrupta, pero también en quien no la ve o no la quiere ver.

En el PSOE extienden ahora la versión de que Pedro Sánchez se quitó del medio a Ábalos porque se estaba despendolado, que llevaba una vida caótica, que pasaba gastos desorbitados al partido y que, además, de quejaba de lo poco que ganaba como ministro. Según las fuentes socialistas consultadas por El País, el presidente destituyó como ministro y como secretario de Organización del partido sin darle más explicaciones a su hombre de confianza, al fiel compañero que le había ayudado a auparse cuando fue defenestrado. Y ante su insistencia, ante el por qué me haces esto, la única respuesta que le dio fue: "No te lo puedo decir". Nada de, "mira, José Luis, sigues coleccionando ex esposas, sales demasiado, estás descuidando tus obligaciones... te lo digo como amigo, esto no puede seguir así, se te está yendo de las manos". No, Sánchez no sabía nada de Aldama, de Koldo y, si Ábalos se había encontrado a escondidas con Delcy Rodríguez en Barajas había sido para evitar un conflicto diplomático. El hombre que había defendido su moción de censura contra Rajoy porque los españoles no podían normalizar la corrupción y la indecencia sólo estaba pasando una mala racha y, para ayudarle a salir de ella, lo mejor era dejarle como diputado raso. Las lágrimas de Aguirre, cualquiera sabe, parecieron sinceras, pero la culpan más que la eximen. Sánchez no va a derramar ninguna y Ábalos, el diputado, no tiene ya quien le llore.