Es natural lamentar la extinción de la socialdemocracia española. Aunque estuviera equivocada de origen, al querer imponer la igualdad sobre la libertad, fue decisiva en la construcción del sistema democrático del 78 y en sus filas había personas cabales. Hasta que la llegada de Zapatero y su engañosa frivolidad de pazguato de provincias, erosionando los consensos de la Transición, hirió de muerte a una socialdemocracia que Sánchez ha rematado al transformar el PSOE en la vanguardia de una nueva progresía que suma dos neuronas, pero que va sobrada de resentimiento y narcisismo ágrafo.
El reemplazo de la vieja socialdemocracia por esta izquierda boba de Alegrías, Monteros, Bolaños, Belarra and The Pisarello's desajustó el funcionamiento democrático: su dialéctica es la del odio y el señalamiento de enemigos para mantener la ensoñación de la lucha de clases. La manera de blindar al Gobierno de las críticas, de esquivar la asunción de responsabilidades y de justificar la apropiación partidista de las instituciones públicas.
Las víctimas de estos micro odios zurdos no paran de crecer: los hombres, los empresarios, los coches, el campo, los judíos, los ricos, los toreros, los periodistas críticos, los jueces independientes, los fiscales dignos, los turistas, los jubilados y hasta Cristóbal Colón, ¡ese colonialista! Y recién ingresaron en esta larga lista los propietarios de pisos, responsabilizados del problema de la vivienda y presentados como especuladores sin escrúpulos.
Esta caricatura -desmontada por el Banco de España al señalar que el 90% de los pisos de alquiler pertenecen a pequeños propietarios- permite a la izquierda atacar la propiedad privada e impulsar medidas comunistoides ya fracasadas: limitar el alquiler ha conseguido que en Barcelona una habitación cueste 623 euros mensuales.
Claro que, presentando el debate como una guerra existencial entre «propietarios ricos e inquilinos pobres», la izquierda elude la ciencia -a menos oferta, precios más altos- y una radiografía del problema opuesta a su triunfal relato: 1) Falta mucha vivienda social. 2) La indefensión de los propietarios ante okupas y maleantes evita que pongan sus pisos en el mercado. 3) Tratar a los constructores como delincuentes frenó las promociones. 4) La ficción igualitaria de que cualquiera tiene el derecho a vivir en el centro de Madrid por 800 euros construyó monstruos progres. 5) España es un país empobrecido y con una muy castigada clase media que, a diferencia del feliz mandarinato sanchista, no va «como un cohete».