Que a Pedro Sánchez y a su consorte les va la marcha no admite discusión. Tanto da que Begoña Gómez lleve meses en un laberinto judicial por un rosario de asuntos que, más allá de que comporten o no alguna responsabilidad penal, ya se verá, son cualquier cosa menos éticos y estéticos. Con lo viejuno que es lo de la mujer del César. Todo se puede resumir en que el presidente y su esposa parecen no entender bien la diferencia entre servicio público y servirse a una misma por su cercanía máxima al máximo poder público. De ahí que ver de nuevo a Gómez ejerciendo de Reina en el viaje del inquilino de Moncloa a la India se antoje una nueva provocación sanchista en toda regla.
Cierto es que, en esta ocasión, desde la Presidencia tuvieron la precaución de adelantar que la consorte viajaba a Nueva Delhi, parece que para evitar episodios tan chuscos como la gira africana de Sánchez de 2022 cuando, ¿inexplicablemente?, se hizo lo imposible para que no se difundiera información alguna sobre ella y, sobre todo, que se evitara fotografiarla, cosa que casi consiguió Moncloa hasta el último día. Pero ahora, como tantas veces antes desde que Sánchez es presidente, cabe preguntarse si tiene algún sentido que Begoña forme parte de este séquito oficial. Esto es, si el viaje tiene un diseño que, por razones protocolarias, justifique, y aun haga conveniente, que la consorte se dé la paliza en avión, o si se trata sólo de las ínfulas de nuestra protagonista. Sorprendente fue que el viernes fuentes gubernamentales aseguraran que «tendrá algún acto», sin ni siquiera ser capaces de concretar "si público o privado". Para mear y no echar gota.
En viajes de carácter fundamentalmente económico sin mucha fanfarria protocolaria, que el jefe del Gobierno vaya del brazo de su mujer está totalmente de más, por mucho que ello responda a una invitación del anfitrión por cortesía. Pero es sabido que a nuestro primer ministro, además de pasearse por el orbe sin parar, nada le gusta más que adornarse de las formas de un sistema presidencialista. Si para ello hay que arrinconar al Rey y que su esposa se haga pasar por Letizia, miel sobre hojuelas.
El cónyuge del presidente no tiene estatus de primera dama o de primer marido, puesto que en una Monarquía parlamentaria ése es un rol reservado a la Reina -o al Príncipe consorte, como ocurrirá en el futuro-. De ahí que la mayoría de las mujeres de los jefes de Gobierno desde tiempos de Adolfo Suárez hayan destacado por su discreción y apenas se las haya visto en más actos oficiales que los estrictamente imprescindibles, que suelen estar muy marcados por los usos y costumbres. Sonsoles Espinosa, mujer del también socialista Zapatero, dio un magnífico ejemplo. Begoña Gómez representa un modelo en las antípodas. Y si a ello se le une el oscurantismo de sus negocios desde sus estancias en Moncloa, nos encontramos ante alguien a quien buena falta le habría hecho la lección que siempre repite Miriam González, mujer de Nick Clegg: el cónyuge de un mandatario tiene prohibido hacer la mitad de las cosas que querría hacer por conflicto de intereses, y de lo que puede, mejor que se abstenga también de la mitad para cuidar las apariencias. De eso debe ir también la cacareada regeneración democrática.