Randolph Hearst inventó la prensa amarilla. En su apogeo, sus 29 periódicos lograron sumar 20 millones de lectores. Comenzó como congresista demócrata, para luego romper con Roosevelt y convertirse en admirador de Hitler. Se decía nacionalista y aislacionista, aunque no dejó de intervenir en política, tanto nacional como internacional, fuera la guerra de Cuba o la revolución mexicana.
Nuestro nuevo Kane, Elon Musk, sobrepasa a Hearst en todas las magnitudes. Es el hombre más rico y posee el medio de comunicación más grande del mundo, con casi 600 millones de usuarios activos. Musk también comenzó cerca de los demócratas, pero tras la pandemia se pasó al lado republicano después de acusarlos de fascistas. Tras afirmar que fue engañado para aprobar un tratamiento hormonal para su hija trans, cosa que ella ha negado, ha hecho de la destrucción de la izquierda demócrata su objetivo vital.
Ahora va a tener un importantísimo papel en la nueva Administración Trump. Será responsable de un departamento dedicado a la eficacia gubernamental al que ha puesto el mismo nombre que a su criptomoneda (lo cortés no quita lo valiente, así que su cripto ya se ha revalorizado un 150%). Se dice libertario, así que se queja continuamente de la regulación empresarial. Es partidario de recortar el gasto público y reducir el Estado de forma drástica, aunque no le hace ascos a 10.000 millones de dólares de contratos con ese mismo Estado que quiere desmantelar.
Su red social (X) ya no solo es un medio de comunicación que opera sin licencia ni regulación como tal, por lo que está exonerada de toda responsabilidad por sus contenidos. Se trata de una plataforma política al servicio de Trump y la derecha republicana que difunde cualquier tipo de mentira, insulto, calumnia o teoría conspiranoica. En ella, el propio Musk ha llamado «tonto» al canciller alemán, Olaf Scholz, y ha subido un vídeo de apariencia auténtica en el que se falsifica la voz de la vicepresidenta de su país, Kamala Harris, para hacerla hablar de la senilidad del presidente Biden. Así y todo, los gobiernos, incluido el nuestro, siguen dándole la exclusiva de la comunicación institucional, en detrimento de los medios regulados. Musk quiere salvar a la humanidad llevándonos a Marte, pero mientras tanto nos castiga con el valle de lágrimas Trump.