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Paul McCartney, el buen dinosaurio aplasta el edadismo

De los dos Beatles vivos es el más músico, el más 'beatle' y el más nervio. Esta semana pasó por Madrid y a los 82 años juntó a cuatro generaciones coreando sus temas mientras él revienta el glosario de la vejez. No ofrece una falsa y segunda juventud, sino música que nunca se acaba

Paul McCartney, el buen dinosaurio aplasta el edadismo
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¿Y si todo empezó con Los Beatles? Por qué no. Una banda de cuatro que asaltó la realidad por sorpresa. La música que sirve para vivir sirve también para volver a vivir. Ahora sabemos que los Beatles no fueron una revolución, aunque hubo un tiempo en que lo fueron todo. Al frente pusimos a John Lennon, que hoy es un poco nostalgia sepia y desganada, y dejamos atrás a Paul McCartney, el más beatle de los Beatles. También ahora. Tiene 82 años y hace unos días dispensó en Madrid un conciertazo para dar cuenta de que su música está fuerte sin anabolizantes, que no es el eco del ramaje de una época sino que continúa siendo gigante con nosotros. Yo amo a Paul McCartney por inteligente y por no sentarse a pactar con la nostalgia. Pone a cantar a gentes del siglo XXI con música de hace al menos 60 años como si el tiempo no muriese.

Por documentales como Get Back descubrimos -algunos descubrimos- que fue la bujía de los Beatles, el bulbo raquídeo, la rebelión de casa. El menos golfo, seguramente, y el más vivo sin duda. McCartney tampoco quiso romper la banda, pero es difícil sentarse a pactar más gloria, con lo que ésta cansa, ignorando al Lennon de Yoko Ono. Se dijo siempre lo del corazón convulso de Lennon en perjuicio del talento robusto de Paul. Al fin y al cabo, los dos, con George Harrison y Ringo Starr, fumaron del mismo canuto falso en los baños de Buckingham Palace cuando la reina Isabel II les concedió la medalla de la Orden del Imperio Británico. Y ni con eso pudieron acabar con ellos. (Lennon la devolvió seis años después como rechazo por el apoyo de Gran Bretaña a EEUU en la Guerra de Vietnam). A esto también se le llama triunfar. Igual que a vender unos 600 millones de discos, más o menos.

Paul McCartney firmó 190 canciones a medias con Lennon entre 1962 y 1970. En solitario algún centenar más. Este hombre ha creado piezas como estas: Yesterday, Hey Jude, Let it Be, All My Loving,Penny Lane, Eleanor Rigby, Blackbird, Get Back, A Day in the Life, The Long And Winding Road... Sobran los casos en que se ha llamado genio a cualquiera por mucho menos. Ver a un octogenario que ha hecho de su edad una épica haciendo saltar con su música a tres o cuatro generaciones es un espectáculo formidable en horas de edadismo, pues revienta el glosario de la vejez para seguir recordando que se trata de un beatle. Esto es algo que en música ocurre pocas veces y nosotros lo estamos viviendo en todas direcciones. Pienso en Bob Dylan, Mick Jagger, Keith Richards, Van Morrison, Tom Jones, Roger Daltrey, Dionne Warwick, Willie Nelson, Raphael.

De los cuatro de Liverpool el más culto, el más absorbente, el más obsesionado con ser reconocido como McCartney es Paul McCartney. Cuando los demás aún hacían pompas de jabón con los instrumentos él estaba al tanto de underground londinense. Si hubo un consejero delegado de la banda fue irremediablemente él, porque alguien tenía que pensar en el producto. Ha hecho más música que los otros (descontando a Lennon, por razones obvias). Ha hecho mejor música que los otros. Ha sido más vanguardia y arriesgó más. También fue el menos yogi del grupo porque desde el principio demostró tener, como las lavadoras, una buena toma de tierra.

McCartney sin los Beatles es otro musicazo tremendo, no nos engañemos. He visto a este hombre en escena tres veces, tres conciertos formidables. El lunes no estuve en el de Madrid, pero lo he visto y está claro que una época acaba porque él se está despidiendo. No es ver a McCartney en el escenario lo que te hace viejo de repente, sino pensar que se marcha. Ojalá la vida funcionara como los conciertos de los músicos que más te gustan, con ese mismo orden de alegrías sucesivas, entre el mundo real y el mundo convenido.

La gente que vamos a ver a McCartney no es como la gente que vamos a ver a los Stones. El primero da una cierta paz y aloja un punto de ingenuidad lenitiva en su sofisticación; en el espectáculo de los segundos vas empujado por el morbo y la misma incredulidad que llevó a Santo Tomás a meter la zarpa en las llagas de Cristo sin lavarse antes las manos. McCartney no ofrece una falsa y segunda juventud a nadie, sino música necesaria que va indistintamente enriqueciendo y desolando al público porque al escuchar unas veces te olvidas de todo y otras recuerdas de más.

A diferencia de otros y otras, McCartney no se quita años, ni se quita salud, y canta con la misma boca sin labios, y con el mismo bajo-violín que compró en 1961, le robaron en 1972 y recuperó en febrero de 2024. Sea como sea: este hombre quería ser músico o nada. A la edad de mi padre muerto él sigue impunemente llenando pabellones, estadios, cualquier palmo de tierra donde quepan más 15.000 personas. ¡Quién no puede tararear una de sus canciones! La que sea. Hubo un tiempo en que millones de personas creyeron que los Beatles eran la rebeldía (nunca lo fueron) y él encontró por sí mismo la salvación en medio de aquel jaleo, apartó a manotazos grandilocuencias como que el ser humano está aquí para alcanzar la verdad y canjeó esa ansiedad abstracta por el oficio de escribir y dar música a tantos temas memorables coreados con aullidos de felicidad en medio mundo. Esconderá dentro sus tinieblas, quién no, pero a los 82 años -a la manera de un dios al que se han agarrado sucesivamente millones de seres como a un asa de viento- sabe que su música ya nunca se puede callar.