En Caracas el viernes hizo 29 grados. Una humedad del 57%. El viento soplaba a 8 km/h. Nicolás Maduro juró en el Capitolio, sede de la Asamblea Nacional, su tercer mandato como tirano en Venezuela. Tirano es porque prefiere el poder a la democracia, el exceso a la democracia, los presos políticos a la democracia, la diáspora a la democracia, el terror a la democracia. También es quejica, histérico, megalómano, alienado. Un producto genuino de este momento histórico. Preside sin mostrar las actas electorales, donde probablemente no sale triunfal. Qué más da. No tiene rival en lo suyo. Encarna el culto al exceso, el trampeo y la irracionalidad. La represión y la censura. El mundo de Maduro es un lugar sobrado de atropellos. En este caso, como en tantos otros, la izquierda (aunque dudo mucho que lo suyo sea eso) ha terminado, más o menos, donde la derecha. Lo que llaman patriotismo como excusa para el abuso vale igual en un lado y en el otro. Lo que llamamos autocracia también.
El drama de Venezuela asoma por dentro y por fuera. Dentro por la podredumbre del sistema de coacciones y la impunidad del matonismo institucional. Fuera por las fortunas desaforadas que entre todos sacaron esquilmando también el país. Chavistas y opositores. Entre unos y otros han desangrado aquello. La corrupción no se casa con nadie porque funciona en todos los estadios de la vida. Y la vida en Venezuela sólo es posible ya echarla hacia adelante con la corrupción: de la chiquita a la gigante. De la arepa al petróleo. Este es un hecho cierto, comprobable. Existe mucho dinero venezolano, pero el de dentro está cogido por unos cuantos y el de fuera está extraído por otros pocos. Los jodidos son los de en medio, como siempre.
Pero estábamos con Maduro: un bocazas incontinente que como todos los caudillos populistas chapotea en su pura neurosis. En esto no se distingue tanto de Donald Trump. En la neurosis, quiero decir. En los modales. En las arengas. En la brutalidad. En el desmadre. Comparo el discurso y el romanticismo de sus desmesuras. La exageración sentimental y nacionalista, y la manía persecutoria. Maduro está más fatigado porque lleva más tiempo mandando y enviando gente al infierno o al exilio, o al arresto domiciliario. Lo normal en las dictaduras, en los fascismos y por ahí. Desde muy joven, el dudoso presidente de Venezuela se nutrió casi exclusivamente de las consignas y los arrebatos militarotes de Hugo Chávez. Este fue el principio fundamental de su vida: considerar que a las personas se las somete mejor con la dádiva o con el terror, y guardó esta enseñanza cainita para cuando fuese oportuna. Así llegó, trepando, a la presidencia de la República de Venezuela, con cuatro tópicos de la mística de Simón Bolívar adobando el guion de su espectáculo de lucha libre. En la mente sólo lleva esa papilla somera ligada con cuatro tópicos intimidatorios sobre el galope del imperialismo y alguna chuche más. Eso sí: no ha tenido hasta ahora oposición que lo asuste. Cuenta, como es lo habitual en casos tan desalmados, con los militares, con la eficacia del espanto, con la fuerza bruta. Del Estado ha hecho un espantajo con la única ambición de perpetuarse. Y de la Constitución, un serrín para cubrir charcos de sangre.
Nicolás Maduro está encaramado al Palacio de Miraflores de Caracas y desde allí arma unos shows absurdos mientras la gente guarda un silencio de crucigrama intentando no descomponer la figura porque cada esquina sostiene a un delator. Como en Cuba y Nicaragua. A Maduro le caen las hormonas masculinas por la pernera del pantalón, de ahí también el ramalazo matonesco en el oscuro andar. Corren investigaciones que vinculan a sus distintos entornos con el expolio económico, las rutas de la droga, los turbios negocios del petróleo. "El país para quien se lo trabaja", pensarán los saqueadores. Al menos su orisha Chávez se jugó el pescuezo intentando un Golpe de Estado en 1992, fracasó y lo depositaron dentro de una cárcel. No digo que sea mejor, ni mucho menos, pero arriesgó más para satisfacer la tentación irracional de convertirse en redentor de un pueblo oprimido que él aprendió a oprimir mejor. Con decir que Chávez encontró en Maduro a su sucesor está dicho todo.
Sospecho que este dictador escucha su cuenta atrás. Un día caerá fulminado por el rayo de Changó. La oposición que lidera María Corina Machado (valiente y exaltada, claramente todo a la vez) aprieta más que la del insustancial Guaidó. Esta mujer tiene un coraje real, palpable, al mantenerse dentro de un país donde los caudillos la desean muerta, aunque se les hizo tarde para cometer algunos crímenes. América le dijo el viernes a Maduro, a las claras, que lo suyo es un fraude. Nadie lo cree ni lo quiere cerca. Encajan bien aquí unos versos del poeta venezolano Vicente Gerbasi: "Venimos de la noche y hacia la noche vamos". Con esto bastaría por la potencia expresiva, pero es que además el poema sigue así: "Los pasos en el polvo, el fuego de la sangre,/ el sudor de la frente, la mano sobre el hombro,/ el llanto en la memoria,/ todo queda cerrado por anillos de sombra".
Hace tiempo que el régimen opresor impuesto por Nicolás Maduro en su afán miserable de liquidar libertades es más que un problema entre venezolanos. Evidencia el siniestro goticotardío de los últimos populismos hispanos: febles, funestos, despiadados. Socialismo dicen. Qué va. Eso ya no lo cree nadie. Entre Pinochet, Videla y Maduro cuál es ahora la diferencia.