Todas las leyes del Gobierno son leyes de vivienda, solo que de una vivienda en particular. La normas más señeras de este sexenio negro -la amnistía o ley Puigdemont, la reforma penal o ley Junqueras, la convalidación de penas o ley Txapote, el cuponazo catalán o ley Illa y ahora la liquidación de la acción popular o ley Begoña- persiguen blindar la solución habitacional de un único ciudadano, residenciado en un palacio. Toda la producción legislativa del sanchismo se orienta básicamente al beneficio inmobiliario del inquilino de La Moncloa, que debe pagar puntualmente el alquiler a sus múltiples caseros: de Podemos a Bildu, de ERC a Junts.
Por el camino ha sido preciso retrotraer la marca de socialdemocracia española a un estadio premoderno de la política, cuando la pernada del soberano privatizaba instituciones y apellidaba leyes sin sonrojo. La ideología del PSOE ha dejado de ser socialista, es decir, heredera de la vocación de universalidad que la Ilustración impuso al buen legislador: la ley rige para todos, el derecho no puede ser de autor, la venda de la diosa Justicia tapa por igual el ojo izquierdo y el derecho. Estos nobles ideales fueron ridiculizados por el leninismo, que descalificó el ejercicio de la separación de poderes y la administración de justicia como expresión decadente del imperio burgués. Pero Pedro no ha leído a Lenin, a diferencia de Iglesias. El sanchismo no es más que una recidiva del caciquismo carpetovetónico: interrumpe el desarrollo del Estado liberal con un epígono hortera de la España reaccionaria. Del capitalismo de amiguetes al derecho penal de excepción, hoy ser socialista no significa nada más que un juramento de vasallaje a cambio de la protección del señor feudal: una parcelita en el presupuesto. El Estado vuelve a ser una persona, solo que con ácido hialurónico en vez de peluca empolvada.
El Estado de derecho pierde su prestigio, una imputación no abochorna sino aprieta las filas y un fiscal procesado por vulnerar derechos individuales merece desagravio de los súbditos que señalaron su desviación de poder. Vamos a tener que desempolvar el Fuero Juzgo para comprender el mundo que viene. El BOE es un cortijo y el bien común solo obsesiona a los perdedores. Que en el reino proliferen bufones de televisión y trovadores de tertulia capaces de seguir llamando progresismo al tinglado familiar de Pedro solo confirma que algunas profesiones mueren pero renacen otras (precisamente las más antiguas del mundo) para recordarnos que quien paga manda.