Cuenta Martin Baron en sus memorias como director del Washington Post que, cuando Jeff Bezos compró el diario, envió una carta al personal en la que se comprometía a ser tan valiente como los anteriores propietarios frente al acoso del Gobierno de Nixon. «Aunque espero que nadie me amenace nunca con poner mis pelotas en un escurridor de ropa, si lo hacen, gracias al ejemplo de la señora Graham, estaré preparado».
Se refería Bezos a una célebre anécdota de la investigación del Watergate por parte de los periodistas del Post dirigidos por Ben Bradley. En una ocasión, cuando Woodward y Bernstein iban a publicar una exclusiva sobre el escándalo, el fiscal general, John Mitchel, advirtió: «Si eso se publica, Katie Graham se va a pillar las tetas en un escurridor de ropa».
Emocionado y encandilado por el prestigio del diario que acababa de comprar, Bezos dejó un regalo para la redacción: un antiguo escurridor de ropa que ordenó colocar en una mesa en la sala de reuniones. El escurridor llevaba una placa, inspirada en un comentario de Baron sobre cómo los periodistas tenían que responder a los ataques: «Si pasa, que pase, simplemente hagamos nuestro trabajo lo mejor que podamos, sin importar las consecuencias».
«El escurridor sigue allí, en aquella sala de reuniones, como un recordatorio de la tarea del Post frente a cualquier amenaza, más como una bandera que como un mal presagio», informa Baron en el libro Frente al poder, donde cuenta sin ahorrar detalles la batalla del Post de Bezos contra Trump en su primer mandato como presidente. Lo que más molestaba al presidente eran los reportajes que trataban su aspecto físico, su carácter o su comportamiento. «Soy el presidente y me ponen como si fuera un idiota, hablan de mí como si fuera un niño pequeño, no soy un niño pequeño».
El escurridor de Trump ha aprisionado a Bezos por donde él mismo aventuró. Martin Baron vio claro que tenía que jubilarse como director de un periodismo que no es el suyo. No solo por Trump, sino porque algunos periodistas preferían el activismo al periodismo. La redacción, devota de su Watergate, pasó por un trauma cuando, pese a documentar miles de mentiras, los votantes no atendieron al Post y votaron a Trump. Habrá que imaginarse cómo se sienten ahora que el dueño rindió a Trump la sagrada sección de Opinión.
No sé qué será del escurridor situado en la sala de reuniones.