Estos días, a raíz del asunto Anagrama, me preguntaba si el problema más grave que tenemos hoy es la censura, la censura clásica, esa que quemaba libros, que repartía mordazas a cascoporro. Si no es cosa del pasado, como los pollitos de colores, la margarina o los cursos de corte y confección.
Entre los dos peligros que nos acechan hoy: el de la censura y el de la lesión del derecho al honor y a la intimidad, a mí me da mucho más miedo el segundo. La reducción de ese espacio seguro, privado, llamado intimidad en el que hemos dejado que se cuele un ruido constante, la vulnerabilidad de nuestra imagen, de nuestro honor, tan a la intemperie hoy. Y sí, de nuevo, volvemos a las redes. A ese territorio sin ley, donde se puede linchar, insultar, acosar como en el salvaje oeste, sin rastro de sangre, sin huella en la carne. Porque las heridas, las depresiones, los suicidios suceden lejos, en ese lugar tan lejano, tan woke, tan desfasado llamado realidad.
No dejo de pensar que estamos copiando ese modelo virtual sin censura a nuestra maltrecha realidad: el destape moral, las maneras que confunden la agresividad con la sinceridad, la agudeza con la mala educación, el matonismo con la firmeza. Se lleva el pensamiento al aire, se llevan actitudes que hace solo unos años hubieran sido impensables. Hoy se expresa misoginia, homofobia, racismo, odio, con mucha más libertad. Pero no prohibas un libro que la democracia se acaba. Hoy ya no se oculta que las guerras se hacen por dinero, sumo cinco minerales, resto tres y me llevo dos. No sé si ha cambiado demasiado el fondo pero sí las formas, a menudo determinantes: decretar una expulsión, despedir a quien te molesta, apretar un botón. Pero no prohibamos un libro, por Dios, que nuestra civilización se desmorona.
Tal vez esté usted pensando: ¿pero cómo ha pasado esta loca de la censura de un libro a la Tercera Guerra Mundial? Tampoco yo lo entiendo, la verdad, pero es justamente lo que pienso cuando miro el mundo: ¿cómo hemos llegado a esto?, ¿cómo dejamos correr libres algunas ideas que nos han llevado hasta aquí?
Es ridículo que alguien que escribe tenga que aclarar que no desea que se prohíban libros, que lo entiende como un mal menor. Yo misma he tenido que censurarme. Estaba escribiendo una historia sobre mi madre, que padece una enfermedad mental desde hace muchos años. Y aunque yo deseaba devolverle en el libro la dignidad y la vida que no vivió, devolverme a mi madre en el fondo, ella se mostró tan suspicaz -en realidad estaba enfadada y paranoica- que pospuse el proyecto. Y sí, claro que creo que tengo derecho a contar mi historia (no por terapia, sino por hacer de ello algo literario), pero también es su historia, su dolor, así que pospuse la publicación sine die, como se estila ahora.
En realidad yo quería contar que hay ficciones, como la locura, que nos expulsan de la realidad, y otras, como la literatura, que nos devuelven a ella. Que hay censuras que nos amordazan y otras que, por el contrario, nos hacen más libres.