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¡Quia!

El futbolista Alves llega al estado cuántico: inocente y culpable

No se juzga lo que hizo Alves en el baño del Sutton: se juzga si lo que la denuncia dice que hizo es verdadero o falso

Concentración en Barcelona convocada por diversas asociaciones feministas contra la sentencia absolutoria de Dani Alves.
Concentración en Barcelona convocada por diversas asociaciones feministas contra la sentencia absolutoria de Dani Alves.Marta PerezEFE
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Sé dos cosas sobre el futbolista Alves: que es inocente y que ha sido una víctima. Este último carácter lo recordaba ejemplarmente en el periódico Santiago González. Nadie parece impresionado porque un inocente haya pasado más de un año en la cárcel, sometido desde el primer día a la condena mediática. Y la condena sigue. El efecto intimidante que producen las intolerables declaraciones de la vicepresidenta Montero se aprecia en las cabezas más inesperadas. La opinión en el periódico de ayer era una orgía de convicciones: Leyre Iglesias, David Mejía y Pablo de Lora exhibían la convicción íntima -pero también lamentablemente éxtima- de que el futbolista Alves había agredido a su víctima en el baño del Sutton. Dado que no daban detalles del vector, desconozco cómo llegaron a la sentencia. Algo espiritual, tal vez. No sería, desde luego, leyendo la sentencia. Aún más: ni siquiera leyendo la sentencia que en primera instancia condenaba al futbolista, y cuya sorpresa más desagradable es que condenara en su última página después de que sus razonamientos y pruebas previas absolvieran.

El de las convicciones íntimas es un mal procedimiento para encarar las sentencias judiciales. Después de haber leído cualquier sentencia un ciudadano solo puede aspirar a que las pruebas de la inocencia o la culpabilidad sean concluyentes. No se juzga lo que hizo Alves en el baño del Sutton: se juzga si lo que la denuncia dice que hizo es verdadero o falso. No había visto yo últimamente mayor prueba de relativismo cognitivo -¡casi cuántico!- que la de estos columnistas que dicen al tiempo que el futbolista es culpable e inocente. De ese relativismo deberían distanciarse, no solo por razones técnicas sino también morales. Porque lo más sorprendente de orgía tan expuesta y desacomplejada es la celebración. Si la sentencia del Tribunal Superior de Cataluña no ha sido capaz de disolver sus convicciones íntimas, deberían estar lamentándolo y no celebrando la supuesta maniobra de un Estado de Derecho, tan garantista y sofisticado que deja libre a un violador. Tratándose de ciudadanos libres, la verdad y la mentira no tienen mayor posibilidad de establecerse que en la instancia de un proceso judicial. Un proceso que, evidentemente, no está exento de errores y calamidades cuyo señalamiento no puede deberse a la Revelación. Ni, sobre todo, a la concesión moral. Esa que juega en casa, contentando a la turba del mujerío con la superchería de las convicciones y parapetada tras el Estado de Derecho que fue creado, precisamente, contra la turba. Pero que fue incapaz ante la primera sentencia de impugnar la fragilidad racional de los mimbres que condenaban a un hombre. Y que difícilmente habría desnudado tan bellamente su alma para decir tengo la convicción de que el futbolista es inocente, pero celebro que la Justicia lo haya declarado culpable.