Coincidiendo con el tercer año de la llegada de Núñez Feijóo al frente del PP, el líder de los populares en Cataluña, Alejandro Fernández, ha publicado un libro valiente y honesto, cosa que no se puede decir casi nunca de lo que escriben los políticos en activo. En A calzón quitao. España, Cataluña y el PP, reconstruye la historia de los últimos años de su partido en esa comunidad, repasando y preguntándose el porqué tantos fracasos, y atreviéndose a proponer una serie de reformas legislativas o constitucionales para frenar la deriva deconstituyente y confederal del sanchismo. Fernández es un hombre de fuertes convicciones, con ideas propias, sentido de la historia, a quien le gusta la ironía. Vaya por delante que no le he votado nunca, y es improbable que lo haga, pues mi ideología es socialdemócrata y tengo como referente a Felipe González y no a José María Aznar. Pero Fernández es, como suele decirse, de lo mejorcito que tiene hoy el PP en Cataluña. El recelo que suscita en la calle Génova habla más de la desorientación estratégica del equipo de Feijóo que de las carencias del político catalán.
Fernández se lamenta de la falta de autonomía que ha lastrado al PP catalán, de que sus líderes solo hayan servido para hacer de mayordomos de la dirección nacional, o peor aún, hayan acabado defenestrados por las decisiones de Génova. Tiene razón cuando critica ese afán en Madrid por pactar con las elites catalanas, que mayoritariamente son nacionalistas; y por regresar a los tiempos del pacto del Majestic, ignorando que la deriva separatista de esa derecha catalana es insalvable, aunque la secesión no sea posible y haya pasado ahora a un segundo plano. Fernández concluye que la llave del fracaso del PP en Cataluña, su incapacidad para convertirse en una alternativa e incluso el hecho de haber estado a punto de desaparecer no se encuentran en Barcelona. El meollo del problema está en el proyecto nacional del PP, en sus carencias y contradicciones, como se sigue viendo en ese periódico intento por atraerse a Junts al mismo tiempo que pacta con Vox.
El líder popular catalán apunta bien, pero remata mal. No ofrece una solución satisfactoria. Postula reformas constitucionales para mejorar y blindar el modelo autonómico, pero no entra a precisar, a nombrar, qué modelo territorial debería defender el centroderecha constitucionalista para toda España, incluyendo el País Vasco y Navarra, en un momento en que no sirve la inacción, pues el sanchismo y sus aliados empujan un desarrollo confederal. La alternativa no es el centralismo, como sueña la ultraderecha, pero tampoco quedarse en un autonomismo que ha demostrado ser disfuncional, sino plantear una reforma federal de la Constitución. El federalismo, por supuesto, no es un bálsamo para todo, pero ayudaría también a que el PP catalán tuviera líderes sin tutelas ni maltratos de la dirección nacional.