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Entrevista

Albert Boadella: "No puede culparse de una violación al conjunto del género masculino"

El dramaturgo catalán estrena este miércoles 'Ella' en los Teatros del Canal, un montaje en el que la protagonista es una mujer violada que canta su dolor y, a través del mismo, consigue reconstruirse

Albert Boadella: "No puede culparse de una violación al conjunto del género masculino"
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"Vivo en medio de un territorio comanche". Albert Boadella (Barcelona, 1943) atiende al teléfono desde su casa de Jafre, en el Bajo Ampurdán gerundense. Uno de esos lugares que en los mapas de las elecciones aparecen siempre teñidos de colores independentistas. Allí estableció hace tiempo su refugio y también el laboratorio, desde el que ha creado muchas de sus obras con Joglars. "Yo lo llamo Fort Boadella", se ríe.

El dramaturgo y director, fustigador de la brutalidad franquista y del serpenteante nacionalismo catalán, ha sufrido persecución, amenazas y vetos. "Eso me ha obligado a mantener una actitud determinada y decir que de aquí no me marcho porque quieran ellos", sentencia. "Me marcharé el día que a mí me parezca mejor, pero no porque me obliguéis vosotros".

Tras dejar atrás Joglars para adentrarse en solitario por los terrenos de la lírica, la ópera y el teatro musical, Boadella regresó a su compañía el año pasado con El rey que fue, un montaje en clave cómica sobre la figura de Juan Carlos I. Sin embargo, en esta última etapa de su larga carrera, la música ejerce una atracción difícil de refrenar. De ahí que haya vuelto a trabajar con la soprano María Rey-Joly, con quien ya colaboró en Diva, una pieza sobre Maria Callas. En este caso, para contar la historia de una mujer que sufre una violación. El resultado es Ella, un drama musical que se estrena este miércoles en los Teatros del Canal de Madrid.

Desde Lucrecia y las sabinas, la mujer violada ha sido un personaje recurrente en las ficciones. ¿Cómo se lo ha planteado usted?
Lo he girado de una forma en que el tema sea algo más que el puro dolor que produce a una mujer una situación de este tipo. Es una penetración en su pensamiento, sus sentimientos y sus inclinaciones mientras está pasando por un trance trágico como éste.
¿Por qué ha querido hacerlo a través de la música?
Eso se puede contar de muchas maneras y la más corriente es con la palabra hablada. Sin embargo en Ella la palabra es cantada, lo cual conduce al espectador por un mundo quizá menos realista, pero con un mayor grado de complejidad emotiva, debido a esta utilización de la música. En estos casos se produce un shock muy interesante que se carga totalmente la relación de tiempo. Para eso la música es formidable.
¿Qué diría que aporta el repertorio de canciones en el que se basa el espectáculo?
Solo una persona como María podría hacer esto y yo he aprovechado esta disposición. A partir de ahí, hemos recurrido a compositores de inicios del siglo XX, como Kurt Weill, Britten, Saint-Saëns. Todos estos autores, cuando los cantas, dan una sensación muy teatral, al mismo tiempo que muy trágica y realista, pero obviamente lírica.

Al final, ¿cuál diría que es el mensaje principal que subyace en 'Ella'?
Se trata de ver la capacidad de una mujer para restaurar su vida ante un hecho tan traumático como éste. La competencia femenina para reparar lo quebrantado. Algo que conozco bien porque vivo con una mujer desde hace 50 años. En el caso de esta pieza, ella se defiende cantando constantemente. En el fondo, va quitando los demonios del cuerpo a través del canto. O con acciones que nos pueden parecer intrascendentes, como hacerse un huevo frito y comérselo, pero que son muy femeninas. Porque aportan una sensación de compensación, de algo que en aquel momento le da el capricho. Es decir, que constantemente hay este doble juego entre el trauma y la reconstrucción. Al final, con la idea positiva, optimista, de que eso no puede nunca hacer que la vida se vaya abajo. Todo es reconstruible.
¿Qué lugar ocupa esta obra dentro del panorama de montajes sobre la violencia sexual contra las mujeres que últimamente se ven en las carteleras españolas?
La mayor parte de estos temas están tocados ahora desde lo que podríamos llamar una mirada woke. A pesar de que la víctima en este caso es una mujer agredida por un hombre, yo he tratado de evitar toda inclinación hacia el enfrentamiento, hacia la culpabilización del género masculino en general, que es lo que viene sucediendo desde hace un tiempo. Elimino esta idea victimista. Porque un hecho de este tipo no puede ser trasladado al conjunto del género masculino.
¿En qué aspectos ha cambiado su percepción de la feminidad como materia prima teatral?
Esta mujer es capaz de vencer esta parte dolorosa por su propia condición femenina. Y eso me hace pensar en que me pasé casi 50 años sin que la mujer fuera un elemento esencial en las obras de Joglars. No hice nunca un tema especialmente femenino y últimamente llevo un par. Es casi una necesidad de pagar el tributo del bien que me han hecho.
Su obra llega después del juicio a Rubiales por el beso a Jenni Hermoso, el proceso judicial contra Íñigo Errejón por presunta agresión sexual y las acusaciones de violencia y acoso sexual contra su ex compañero en Podemos, Juan Carlos Monedero. ¿Cómo dialoga lo que cuenta Ella con esta realidad?
Se ha traspasado un límite y siento que se ha llegado a una vejación hacia la mujer. Es decir, en el momento en que hay un tipo de paridad registrada que hay que vigilar, automáticamente se está colocando a la mujer como si fuera un ser indefenso, como si no tuviera suficientes capacidades.
¿Qué consecuencias ha traído esta situación?
Hemos llegado a un extremo en el cual esto se utiliza políticamente y a la izquierda le da unos réditos extraordinarios. Y hace que entremos en una fase de gran riesgo. Porque, especialmente por parte de los hombres, hay un inmenso miedo, una inmensa desconfianza. Está la sensación que si hacen un paso en falso les cae el mundo encima. Sobre todo, tienen miedo de comprometerse, porque lo que puede pasar después es el horror.
¿En qué sentido?
Yo era adolescente y ya miraba pisos para estar con una mujer. Eso se ha invertido completamente. El resultado es que la gente se trata como personas-objeto. Resuelven las cuestiones sexuales con enorme facilidad, no sé si mejor que mi generación o no; tengo mis dudas en relación a cuestiones emotivas. Así, mirarse para construir cosas en común hacia el futuro, especialmente en los hombres, causa un cierto pánico. No me gusta la situación. No veo que sea posible compensar la felicidad que puedan tener en el futuro mis nietos en lo referente al trato entre hombre y mujer.

Cual galo irreductible, Boadella contempla el mundo desde Jafre con una expresión burlona. Su regreso a los Teatros del Canal resulta oportuno pues fue él el primer director del espacio para las artes escénicas de la Comunidad de Madrid, desde su inauguración en 2009 hasta su renuncia, siete años después.

Usted dice que no quiere hacer "literatura con vestuario" cuando monta una obra.
Es que para hacerlo como se hace normalmente -simplemente la narrativa de una cosa traumática- es mejor la literatura, escribirlo en un libro. El teatro no sirve para esas cosas.
¿Y para qué sirve?

Durante el último siglo y medio, el teatro se ha encontrado con el mundo audiovisual. El cine tiene, de por sí, una tendencia a lo que llamaríamos 'hiperrealismo': retratar la vida, pero con detalle, como si estuvieras todo el rato mirando las situaciones por un objetivo. Así, el teatro ha quedado liberado, de alguna forma, de esta narrativa realista y, en cambio, tiene un espacio donde al cine le cuesta mucho más llegar. Es decir, tiene la posibilidad de promover otro tipo de emoción y de juego que es alejarse de este hiperrealismo que mencionaba, de lo que yo llamo el 'teatro de tresillos'. Que, curiosamente, está volviendo. Porque el teatro ya solamente son problemas de una pareja, de un trío, de cosas de ese estilo. No se eleva, no induce al espectador a una ascensión más allá de la pura realidad, no es capaz de transformar la visión de los acontecimientos bajo unos conceptos distintos, menos materiales. También por eso, durante toda esta última parte de mi carrera, ya en la cuenta atrás de mi vida, me he asociado con la música.
¿Qué echa de menos en el teatro actual?
La mayor parte del teatro actual se ha desvinculado de dos cosas: la épica y la poesía. Cuando leemos, la imaginación funciona de manera formidable, una inducción a pensamientos y emociones. En el momento en que esto se coloca en escena, el intermediario es muy importante. Pero si esa mediación no está en manos de un artista, si simplemente el que lo traspasa es, como yo suelo decir, "un director escaparatista", no es capaz de proporcionar esa comprensión profunda que se produce cuando la imaginación se activa por efecto de las palabras.
¿Por ejemplo?
Una de las mejores versiones que se han hecho de Carmen, ha sido la de Peter Brook. No era la exhibición habitual con niños y con todo el jaleo con el que se suele representar. En cambio, en aquella arena, casi una pequeña plaza de toros con albero, los músicos y los cantantes, ofrecieron una versión que nadie ha sido capaz de igualar. ¿Por qué? Porque está la poesía. El teatro sin poesía para mí no tiene un valor especial. Es eso mismo: literatura con vestuario.
¿Y qué es la poesía?
Lo máximo con lo mínimo.

Boadella es hoy un símbolo de la libertad en España. En un momento en que expresar ideas que se salgan de la corriente principal supone pagar un precio alto, él se mantiene firme en su apuesta y su desafío a los que quieren restringir y cortar alas.

¿Qué lugar hay para la libertad en la escena teatral actual?
Hay una tendencia a alejarse del punto neurálgico, que es la libertad. La libertad de pensamiento es uno de los grandes vacíos de mi gremio. Todo él piensa prácticamente lo mismo y está de un lado, incluso políticamente. No digo que sea o no equivocado éste en el que me encuentro. Pero, coño, también se podría pensar que la vida se puede mirar desde otro lado. He tratado de salir de la inercia de este pensamiento izquierdista que lo tiñe todo y contemplar las cosas con distancia. Pero también me he implicado en ellas, incluso políticamente. Aunque, sobre todo, he tratado de expresar al espectador las ideas con la máxima libertad.
¿Cómo ve a estos compañeros del sector?
Hay muchos artistas que, por un lado, no se comprometen y se quedan en este mundo de la poesía, y otros, que son la gran mayoría, que están comprometidos siempre con el que manda, y con el que reparte la sopa boba. Esto me parece muy triste para un gremio tan marginado como había sido el nuestro, que se enterraba fuera del camposanto y que ahora es un gremio de funcionarios.
¿En qué punto cree que se encuentra el juego de equilibrio de fuerzas entre libertad y seguridad?
Bajo el concepto de seguridad, estamos viviendo constantemente unas coacciones muy potentes hacia la libertad. Por seguridad hay que hacer unas colas tremendas en el AVE, una auténtica lata. O, por ejemplo, hace unos días, en un ensayo general en Orense, no pude subir al escenario porque no había firmado un papel de riesgos laborales. Así que tuve que dirigir desde butacas. O enciendes un cigarrillo en escena y se monta la de Dios. Cada día el ciudadano se encuentra en una situación: se levanta por la mañana y al cabo de una hora ya ha transgredido 20 normas, 10 leyes, incluso alguna penal.
Los dirigentes de Estados Unidos señalan a Europa y acusan a los europeos de permitir que la libertad de expresión sea socavada.
Sobre el papel, hay libertad de expresión, sin duda. Se pueden decir cosas que no se decían antes. Pero no se dicen. Muchas veces porque, finalmente, hemos caído en manos del mundo de la política y la administración cultural. La idea de la libertad ahora está en otros ámbitos.