La belleza ha condicionado la existencia de Ana Rujas (Madrid, 1989). Sobre la suya propia escribió y protagonizó La mujer más fea del mundo, un montaje en el que contaba en primera persona las consecuencias de la búsqueda obsesiva de lo bello en las mujeres. Aquel proyecto le siguió Cardo, una serie televisiva sobre la desubicación existencial de su generación, proyecto alternado con diversos papeles como intérprete, como La Mesías. En 2023 Rujas publicó La otra bestia (Aguilar), un compendio de textos entre la poesía, la confesión y la reflexión ensayística. Aquel viaje íntimo salta ahora a las tablas de la Nave 10 de Matadero Madrid, con una versión en la que José Martret y Pedro Ayose construyen una historia de ficción, un triángulo amoroso en el que Rujas es uno de los vértices y donde los personajes destilan las reflexiones que ella dejó a bocajarro en aquellas páginas.
«Es curioso darte cuenta, lo primero de todo, de que textos que en realidad son inconexos, de pronto cobran vida en boca de otros actores. Y también, qué fuerte, que sirven para contar otra historia». Rujas medita en un descanso de los ensayos del espectáculo, que se estrena este jueves y que se representará hasta el 2 de febrero, con Joan Solé, Teo Planell e Itzan Escamilla acompañándola en escena.
La idea, subraya la autora y actriz, era salirse de la modernidad y apostar por lo «antiguo y clásico» sin tapujos ni complejos. «Quería hacer un personaje. No quería un monólogo, sino que estuviéramos varias personas en escena. Me fijé en Cassavetes, o Zulawski, que es un referente total con Lo importante es amar y Posesión. También Lady Macbeth y Juana de Arco, personajes femeninos históricos que tuvieran una historia». De igual manera, Rujas deseaba escapar «del lenguaje coloquial o actual» en favor de una cosa «muy poética y muy teatral». «Si yo lo viniese a ver pensaría que es una propuesta alejada de lo más moderno que se pueda hacer ahora».
A instancias de Luis Luque, responsable de la Nave 10, Martret y Ayose se encargaron de llevar a terrenos dramatúrgicos las ideas del libro de Rujas. Ella delegó amistosamente en los directores y dramaturgos, entregada como estaba a tantos proyectos, entre ellos el rodaje de su primera película como realizadora: El desencanto, que se inspira en la legendaria cinta de Jaime Chávarri sobre los Panero para tejer un híbrido entre el cine y el teatro. También, su papel en 8, el nuevo largometraje de Julio Medem.
«Es impresionante la dramaturgia que han hecho, porque aquí hay una historia que nadie se puede imaginar que salga de mi libro», dice de la labor de Ayose y Martret. «Cogieron la esencia de lo que para mí era La otra bestia, de lo que teníamos que ver en el escenario, de lo que yo me imaginaba también. La verdad es que es muy fuerte lo que ha pasado aquí». Así y todo, califica el montaje como «muy convencional». Que es en realidad un camino para llegar a otro nivel del entendimiento: «Me interesaba mucho el metalenguaje, y el metateatro también. La manera en que se cierra la pieza puede poner en duda los límites entre lo dicho y lo escrito», avanza sobre el final. Las diferencias, avisa, son muy claras entre ambas versiones: «Lloré mucho con el libro. La verdad es que me emocioné cuando salió. También me parece más íntimo que esto. Porque aquí hay un personaje y una historia delante. Una ficción».
En La otra bestia, el libro, hay relatos de primeros escarceos sexuales, sodomías reales o metafóricas y largas rayas de coca. También alguna diatriba contra el arte de actuar, entendido de forma análoga a como lo hace Angélica Liddell, otro de los referentes de Rujas. «Cuando actúo intento ser lo más verdadera posible. Odio si los actores no están actuando con su voz», proclama antes de matizar:«Ojo, que a mí me gusta la actuación, pero te pondría como ejemplo a Gina Rowlands; intérpretes que están actuando, obviamente, pero no se sabe cuánto. Hay una delgada línea ahí».
El libro, igual que Cardo, es igualmente la crónica de una chica de Carabanchel que dejó el barrio y se fue por el mundo. Pero que nadie vaya buscando costumbrismo o relatos de huida aquí. Eso sí, su autora es consciente de que, como dicen los afroamericanos, una puede salir del gueto, pero el gueto nunca sale de una. «Según donde hayas nacido marca tu arte. Y cómo lo vas a contar también. Está claro que no va a ser lo mismo una pieza mía que otra de otra persona que se ha criado en el barrio de Salamanca. Ni para bien ni para mal. Me parece muy necesario que también esté la pieza del barrio de Salamanca. Y que convivan juntas». Pero deja clara la separación: «Esto no tiene nada que ver con lo que he hecho de Cardo ni con el libro. Yo ya no estoy en esas, no me interesa nada lo que ya he escrito. Qué pesada», se ríe un poco de su yo antiguo. «Me interesan otros temas. No con una perspectiva de clase social. Es más bien que cambias, evolucionas y ahora ya no me llama hablar de una chica de barrio».
"Cuando actúo intento ser lo más verdadera posible. Odio si los actores no actuán con su voz"
Hay quien escribe para contar su verdad. Hay quien imagina otras verdades. «En mi caso tiene más que ver con encontrarme en un lugar donde tengo que estar», plantea Rujas. «Ahora estoy donde tengo que estar, en una sala de ensayo. O escribiendo la película. Realmente encuentro bastante paz ahí, es un sitio donde todo está bien: ya puede caerse lo que se caiga afuera, pero yo aquí estoy a salvo».
Todo en su espacio correcto, como en aquella canción de Radiohead. «Ver a los actores entregándose es muy interesante. Y el teatro me parece muy sagrado. Que luego vengáis y lo veáis me resulta una apuesta arriesgada», piensa en voz alta. «Es que no sé hacer otra cosa que poner algo en juego. Quizá el espectador se sienta un poco incómodo, pero también me resulta fascinante».
Rujas se explica: «No sé si a todo el mundo le gusta sentirse incómodo. Yo creo que te sucede cuando estás viendo algo que es de verdad y entonces te pone en esa situación. Cuando una actriz se pregunta cómo se puede sentir tanto amor en la vida y tanto vacío y lo hace mirándote». No es un afán masoquista, enfatiza: «La gente quiere ver algo que le mueva un poco, que le saque de su zona de confort».
La mención a Juana de Arco no resulta gratuita, por aquello de arder en la hoguera, una concepción en la que vuelve a coincidir con Liddell. «En mi caso entra dentro de lo normal. Lo que me parece anormal es no hacerlo, no ponerse más. Pero también lo respeto un montón, y a veces me gustaría no poner tanta carne en el asador», suspira. «No sé si siendo más mayor me pondré más burguesa y diré: no me entrego tanto. Pero de momento no me interesa, no me interesa verlo, no me interesa en mis creaciones, no me interesa en lo mío, en lo que yo hago. Como actriz igual, como en la última película con Julio Medem, en la que él también se ha entregado muchísimo. He visto un autor a mi lado y hemos llorado juntos. Cuando es un material sensible y estás con otra gente, te pones en alerta porque te mueve, claro, lo que quieres contar. ¿Cómo no vas a ponerte un poco alterado, cómo no te va a afectar, trabajar con algo tan sensible?».
Dice Rujas que tenía muchas ganas de hablar del amor. «No entiendo algo que no tenga nada que ver con el amor. Vas a ver una interpretación y sales enamorada del actor o del texto. Es lo que mueve el mundo», sentencia. Pero también admite que su idea del amor es, igualmente, un poco antigua. «A lo mejor no tiene ningún sentido hacer esta obra ahora», se ríe.
«Ahora es un momento raro en el mundo», reflexiona sobre este aspecto. «Siento que hay una especie de inestabilidad general y que anclarse al arte o a algo bello ayuda. Pero, igualmente, es algo que ha existido toda la vida».
"Me gustaría no poner tanta carne en el asador. No sé si más mayor me pondré más burguesa y no me entregaré tanto"
La belleza, ya se ha dicho, ha condicionado la existencia de Rujas, que ha trabajado como modelo y ha aparecido en portadas de revistas y numerosos editoriales de moda. Sin embargo, ya no le da tantas vueltas a este asunto: «De más joven, sí. Pero ahora la verdad es que no. Miro atrás mi trayectoria y me digo que ahora no tendría sentido volver a ser La mujer más fea del mundo. Ahora tiene sentido hacer esto que estamos haciendo aquí. Ya no me ocupa tanta reflexión como la que hice en su momento, sobre cuánto importa eso dentro de la carrera de una actriz, lo cual estudié mucho. Además, siento que en este momento el mundo ha evolucionado y las chicas que vienen no tienen tanto conflicto. Sigue teniendo mucha importancia lo físico, obviamente, pero creo que no es igual que cuando empecé. Ahora hay mucho más abanico, mucha más diversidad; ellas lo saben, ellos lo saben, y no se da el mismo choque que había antes».
La obra pretende ser, aunque no voluntariamente, un espacio de resistencia frente al empuje de las pantallas y la dictadura de Instagram. Y aquí reside otra de sus contradicciones, pues Rujas escribió la mayor parte de los textos con su teléfono móvil. «Siempre hay una vuelta atrás», proclama la autora, y se detiene en las diferentes estructuras de inspiración pretérita que habitan aquí. Lo cual no es obstáculo para que se den pensamientos como ése en el que se señala que las élites siempre buscan la autenticidad en las clases más bajas. Como los espectadores de unos youtubers o de un Gran hermano o de un Show de Truman que intentan aferrarse a una chispa de realidad y de ¿verdad?
«Es genial que el teatro siga existiendo», celebra ella. «Y va a existir siempre, es lo más auténtico que tenemos. Más allá de que una función sea de una manera o de otra, estás viendo a actores trabajando directamente. Acabo de venir de Argentina y en Buenos Aires todas las actrices y todos los actores tienen una obra de teatro. Después de la serie que estábamos rodando allá, todo el mundo se iba cada uno a hacer su función. Las salas están llenas y es alucinante. Me parece, joder, que hay una esperanza».
En su caso, apenas hay entradas para ver las funciones en Matadero. Rujas se muere de curiosidad por saber qué va buscando la gente. Tal vez una idea inesperada de belleza.