En la cafetería Jamaica del barrio de Chamberí (Madrid), Luis Antonio de Villena es don Luis. El poeta tiene 73 años. Con la edad lo define bien una cierta lejanía. Mantiene la alegre sobretotalidad de prendas y adornos, pero algo en él asoma menos festivo ya. Más severo. No menos irónico, sino más en desengaños. Irrumpe con varios dedos de cada mano anillados, platas y piedras de engarce. Sujeta un bastón con empuñadura de metacrilato con fondo negro y vetas blancas. Gafas de sol. Unos guantes de punto blancos. Sombrero de fieltro granate. Foulard echado al cuello con alegría de vueltas. Suéter celeste.
Entra con un ligero vaivén sereno y pronto, con el vermut sobre la mesa, se entrega con pasión total a la conversación. A veces, cuando entra en materia y asoma algún desencanto, se le nota el bulto del corazón mientras despliega un cierto contrabando de querellas. "Mi madre murió cuanto tenía yo 63 o 64 años y no me sentía viejo. Esa sensación llegó a los 69. Un día me supe viejo. Me reconocí viejo. No calamitoso, pero sí viejo. Aparecieron con más constancia los achaques, las goteras, la soledad, porque la vejez son varias enfermedades en una. Entendí entonces que el enemigo asedia y que estaba acercándome a la Torre del Homenaje, el lugar donde los señores del castillo se iban aislando". Esto dice Luis Antonio de Villena, de golpe, con la voz tenue y conspiratoria.
A un lado de la mesa hay un ejemplar de Miserable vejez, el libro de poemas que ha publicado en Visor. 48 poemas de verso nítido. 48 poemas como una minuta de realidad fuerte, agridulce y también hímnica. 48 poemas donde una luz de cuerpos jóvenes, de historias de entonces y momentos de ahora se cruzan con los penúltimos soles del ánimo. Y este es el motivo de empezar la conversación por aquí: Miserable vejez. Para qué esperar.
- El título.
- El título es fuerte, pero es lo que debe ser. A unos pocos amigos que consulté no les gustaba por su crudeza. Consideré alguna otra alternativa, como un verso estupendo de Jorge Manrique, "Arrabal de senectud", pero le faltaba fuerza. Buscaba algo directo, inclemente, con cierta irreverencia. Una tarde, leyendo a Cavafis y un poema suyo (Melancolía de Jasón...), pensé: "Maldita vejez". Y así llegué a Miserable vejez. Eso es y ahí está.
- El contenido del libro también trae un tono desolado...
- Pero hay poemas que exaltan la juventud. Y no siempre a la juventud como nostalgia, sino a los cuerpos jóvenes que tanto acompañan en ocasiones. Al menos a mí. Un viejo junto a otro viejo suele abundar en su situación, pero cuando alguien como yo se rodea de jóvenes busca evadirse de la vejez. Es la teoría de que el sabio viejo ayuda al joven y éste, a su vez, la ofrece al viejo ojos nuevos, palabras nuevas, emociones recobradas. Ahora sé perfectamente lo que significa tempus flagellum dei (Dios nos castiga con el tiempo). Lo sé porque es mi certeza de edad. Por eso en algunos poemas me revelo y sublimo la belleza de la juventud. El tiempo al joven no le afecta. O, al menos, no le afecta del mismo modo que a mí. El joven no teme ni piensa que todo será destruido. Yo, desgraciadamente, sí.
- De ahí ese fondo de melancolía.
- Irremediable, ¿no? Desde adolescente he sido elegíaco. Mi fondo vital es ese. Y muchos de mis poemas rehacen o reconstruyen el pasado por eso mismo... En Miserable vejez también. Mira, no me gusta la vejez y descreo del discurso amable, oficial u oficialista, sobre la tercera (o cuarta) edad y de los esplendores sabios de una ancianidad construida con un muy intencionado optimismo. La vejez es fea, aunque tiene sus brillos ocasionales. La vejez no es bondad, sino dolencia, un cerco a la vida, restricciones e imposibles.
- Así lo concreta en estos poemas.
- Claro, porque así también vivo yo. Insisto en los ratos de plenitud, porque los tengo. Y de la juventud que a veces encalma un poco tanto desastre. Sólo aferrado a la pasión y al entusiasmo de esa juventud logras que no se arrugue del todo el alma. El deseo como fármaco. También he querido dar cuenta del proceso final de la vida desde muchos ángulos: culturales, vitales, cotidianos, incluso observando las calles y gentes de mi barrio madrileño.
- ¿Cómo diría que es su vejez?
- Me he hecho un poco gruñón, sí. A veces puedo parecer vanidoso, pero tengo más orgullo que vanidad. Cada vez soy más intransigente con esa gran parte de la sociedad inculta, agresiva y maleducada. Hubiera querido tener una vejez más bonita.
- ¿Alguna vez se imaginó como ahora?
- Claro, como casi todos. Pero no se parece en nada a lo que alguna vez pensé. Me habría gustado no tener los agobios económicos y leer y escribir en una casa junto al mar, por ejemplo. Con más gozos que preocupaciones.
- Y no se ha cumplido.
- Nada o muy poco. Desde luego, la casa junto al mar no existe. Y las preocupaciones, sin embargo, son numerosas. Hasta los 60 años, mientras mi madre estaba, yo viví muy bien. Cuando ella desapareció empezaron algunos problemas. Administré mal la herencia y el mundo literario también se ha ido degradando. Todo junto me ha llevado a una situación incómoda. He vendido algunas piezas de mi biblioteca, donde llegué a tener cosas estupendas [carta manuscrita de Proust, postal manuscrita de Lord Byron, primeras ediciones firmadas...]. En fin. Soy la imagen exacta del fracaso de la cultura en España.
- ¿Cómo?
- Está claro: este es un país que no cuida a su gente, que a los escritores y artistas les hace la vida difícil. Que abandona a los suyos. Me he pasado la vida trabajando en la literatura y al final estoy peor que nunca. En Francia la política cultural protege, cuida, tiene en cuenta a la gente. España es un país ingrato.
- Y ahora qué.
- Lo de siempre: leer, escribir, no bajar la guardia... Me gustaría ingresar en la Real Academia Española porque me parece un refugio de educación y cultura en este tiempo pavoroso. Javier Marías me hablaba de que la RAE era un cobijo contra los malos tiempos. Y el que vivimos es tremendo. Ahora entiendo bien a lo que se refería.
- Un momento de retrocesos.
- Y de peligro. La historia a veces avanza y otras involuciona. Qué podemos esperar de Occidente con Trump, de nuevo, al frente de Estados Unidos. Es un país absolutamente infame donde el presidente y sus secuaces practican una política de racionalidad demente.
- ¿Racionalidad demente?
- Así es: gente que impone una manera de hacer política que conduce a matarnos, a destruirnos, que intenta hacer pasar por racional la barbarie. Estamos en aquello que en 1492 advirtió Antonio de Nebrija en su Gramática castellana: "Los sandios hacen los banquetes a los sabios". Los sandios son los necios, claro. Vivimos instalados en el parque temático de la bajura.
- Son unos cuantos.
- Cómo olvidar a Benjamin Netanyahu, personaje de una bestialidad sin límite. Ha logrado que el mundo sea peor y más criminal. Y decir esto no es estar en contra de los judíos o de Israel, como creen algunos fanáticos. Decir esto es posicionarse contra una masacre.
En uno de los poemas de Miserable vejez, titulado Migrantes, escribe: "El mundo se cae y todos queremos/ irnos, navegantes con destino o sin él,/ todos bastante perdidos". Luis Antonio de Villena apura el vermut y sube dos tonos la voz para recordar a Jean Cocteau y aquel sintagma con que el escritor, pintor y cineasta francés advertía de tiempos malos: "La llamada al orden". Pues dice De Villena que ahí estamos.
- ¿Dónde estamos?
- En el momento del resurgimiento de la extrema derecha. La extrema derecha es la llamada de los burgueses al orden. Todo es un caos. España es un gran caos. Un caos inducido, por supuesto.
- ¿Y dónde se sitúa usted en ese panorama?
- Si te refieres a la política, en ningún lado. Eso de la izquierda y la derecha es ya una bobada. A nadie le importa. Yo mantuve durante años simpatías con la izquierda, pero qué izquierda hay ahora. Cuál. ¿La de Pedro Sánchez? La suya es una política de egoísmo y vanidad. Un presidente de izquierdas no puede aceptar ser desafiado y extorsionado por un sujeto delincuencial como Puigdemont. Entonces, ¿de qué izquierda hablamos? ¿De la de Sumar y Podemos? ¿De la que justifica a Fidel Castro, al Ché Guevara o a Nicolás Maduro? Qué aberración. Ahora dirán que me he convertido en un facha, concepto que por cierto no quiere decir ya nada. Sólo vale como insulto barato.
- Así que en la derecha tampoco encuentra sitio.
- Tampoco. Y menos aún con una derecha española que ha hecho del catolicismo invasivo una opción política. Los modelos de la derecha que tienen más éxito, como Giorgia Meloni en Italia o Isabel Díaz Ayuso en España, se han impuesto por gritar más al otro, por saber provocar el enfrentamiento. A mí me gustaría que existiese una opción de centro, de centro izquierda, quizá, donde refugiarme. Pero es que el mundo de hoy es muy triste. Lo mejor que hemos tenido en Europa, claramente, ha sido la socialdemocracia. Compara a Felipe González con Pedro Sánchez. Si los pones uno junto al otro no hay remedio: González es Sócrates al lado del otro.
Hubo un tiempo, no muy atrás, en que Luis Antonio de Villena estaba en todos los saraos, en las televisiones, las radios, los periódicos. Era uno de los personajes más animados y provocadores de la noche madrileña. Un tímido militante agitando la verbena cultural con sastrería y actitud de dandi y clara vocación de poeta. Fundidos hoy sus entusiasmos, temblorosamente despacha un libro de poemas que es una descarga, una querella, otra manera de decir quien es: "Yo soy un viejo rebelde -hasta que pueda- y cultivo/ a compañeros jóvenes y seductores, sí, para no darme cuenta/ de que la escarcha molesta y camino siempre cuesta arriba".
Miserable vejez
Editorial Visor. 66 páginas. 11,40 euros. Puede comprarlo aquí