- Entrevista. Laura Madrueño, a horas de la gran final de Supervivientes 2024: "Hay muchas veces que te sientes muy solo"
- Testigo directo. Vivir Supervivientes en primera persona: una experiencia brutal, más bestial de lo que se piensa
"Supervivientes es el mayor reto al que te puedes enfrentar ahora mismo haciendo televisión. No hay ningún programa más complejo y más difícil de hacer que este, por todo lo que supone hacerlo, por dónde se hace, por cómo se hace y por lo que es el formato en sí". Esta es la respuesta que Ángel Ludeña, director de Supervivientes 2024 y de Supervivientes All Stars en Honduras, nos dio cuando le preguntamos qué supone dirigir, pero sobre todo, trabajar en un programa como Supervivientes. Sus palabras son la descripción perfecta de lo que realmente supone trabajar en un reality en el que, para sacarlo adelante, casi 200 personas tienen que estar desplazadas durante varios meses a miles de kilómetros de sus familias, en el que el contacto diario es sólo con los compañeros, en el que apenas puedes moverte de las zonas de alojamiento y en el que cada día te enfrentas al calor, la humedad, las picaduras, las largas jornadas de trabajo y el estrés de que si una de las piezas cae, podrían caer todas.
Lo que al espectador le llega de Supervivientes es el sufrimiento de los concursantes, sus broncas, sus llantos, sus confesiones, las pruebas en directo, las recompensas, las quejas, las protestas, las alianzas, las estrategias... Lo que el espectador no ve es todo lo que ocurre entre bambalinas para que precisamente lo primero llegue. Los espectadores no ven lo que supone Supervivientes para Cayos Cochinos y para la comunidad garífuna; ni las aportaciones económicas que el reality hace a la fundación que protege la segunda barrera de coral más grande del mundo después de la de Australia; ni las ojeras, los picotazos, los pinchazos de Urbason, las quemaduras del sol, los dolores de tripa y las diarreas de los trabajadores que forman parte del equipo de Cuarzo, la productora de Supervivientes desde este año. La verdad de Supervivientes es esa realidad que nunca se ve, la que se esconde para que no se pierda nunca eso que se llama "la magia de la televisión". Sin embargo, en el caso de Supervivientes 2024, envuelto en innumerables polémicas, era más necesario que nunca que el público conociera esa verdad. "Puede venir aquí todo el mundo que quiera a ver cómo trabajamos porque no tenemos nada que esconder", afirma Juan Ramón Gonzalo, director general de Cuarzo TV.
Supervivientes 2024 comenzó a fabricarse un año antes de su emisión. Cuando Mediaset y Cuarzo cerraron el acuerdo por el que la productora de La isla de las tentaciones iba a ser la encargada de la nueva edición del reality, una parte del equipo de Cuarzo se desplazó a Honduras. Querían ver cómo era eso de hacer un reality de supervivencia en directo. Allí estaba Banijay, la productora encargada de L'isola dei famosi, la edición italiana de Supervivientes. Era la final, probablemente la noche más estresante porque es la de mayor audiencia y en la que más ojos hay puestos sobre el reality. Lo vieron muy por encima y comprobaron que no iba a ser nada fácil. Así que se pusieron a trabajar desde ese mismo instante.
Cuarzo y Mediaset, pues Supervivientes es una coproducción entre ambos, echaron mano de buena parte del equipo que trabajaba con Bulldog, la anterior productora del reality. Ahí hay gente que lleva 19 años haciendo Supervivientes. La experiencia es un grado, y más en un programa a miles de kilómetros de un plató, en medio de una reserva natural y con todas las dificultades que eso conlleva. En octubre de 2023 empezaron a montar lo que llegaría en marzo de 2024: el casting -aunque los contratos son confidenciales y nunca se revela lo que cobran los concursantes, para hacerse una idea de lo que supone participar en Supervivientes, en la edición anterior, la de 2023, los sueldos semanales estaban comprendidos entre los 6.000 y los 14.000 euros, aproximadamente-; los siete generadores para dotar de corriente suficiente a Cayo Menor y al hotel donde se desarrolla gran parte del trabajo de producción, así como el envío de flujos y las conexiones wifi y satelitales -llegaron en mercantes a Honduras y fueron trasladados por carretera y barco hasta el cayo-; el montaje de todo, desde la sala de control en Cayo Menor donde la temperatura no puede pasar de 18 grados para que el sistema no colapse, hasta la construcción de la palapa. Pocos pueden llegar a imaginar el despliegue tecnológico que necesita Supervivientes en Honduras.
Distribuidas por todas las playas hay más de 10 kilómetros de fibra óptica, incluidos dos kilómetros de fibra submarina hasta Cayo Paloma, que instala un equipo de buzos expertos. Además, cuatro antenas parabólicas se distribuyen entre el Cayo y el hotel, que se encuentra en la localidad hondureña de La Ceiba -a unos 45 minutos en barca de Cayo Menor- y que es el lugar de alojamiento de todo el equipo, así como el lugar de trabajo del equipo de redactores que hace el minutado, de la estilista y diseñadora de Laura Madrueño, y, por supuesto, el lugar de encuentro de todo el equipo. A estas cuatro antenas se suman otras seis que hacen de puente de conexión entre el Cayo y el hotel. Cuando se habla de que Supervivientes es uno de los programas más caros de la televisión en cuanto a producción, ya se sabe por qué: son dos platós (Madrid y Honduras), dos equipos, uno de ellos desplazado durante más de tres meses -esta vez más de seis por Supervivientes All Stars- con todo lo que ello conlleva, además de todos los recursos tecnológicos necesarios que se duplican en los Cayos y en el hotel para que, en caso de que algo falle, siempre haya un plan B que permita que el programa pueda continuar.
Hace años, la fundación que se encarga de proteger Cayos Cochinos permitió al equipo de Supervivientes construir cabañas en Cayo Menor para facilitar el trabajo del equipo cuando ya no hay manera de desplazarse a La Ceiba -la última barca que parte hacia el hotel sale a las 18.00 horas-. En esas instalaciones es donde duermen, descansan y se asean durante las interminables jornadas de trabajo, ya que en la playa donde están los concursantes hay personas las 24 horas del día, al menos un cámara y un redactor por turno, que nunca tienen contacto con los concursantes -se dirigen entre ellos como cámara 1 o redactor 1 para que los concursantes no sepan sus nombres- y a los que por contrato se les advierte que no se pueden dirigir a ellos para absolutamente nada. De hecho, si se encuentran mal, si se quedan sin agua o sin isotónico en los bidones, o si necesitan que les vea el médico, tienen un walkie, que permanece siempre apagado, y que sólo encenderán para avisar al que se denomina inspector de playa. Él es la única persona a la que pueden pedir algo.
Los cámaras y redactores se limitan a grabar y apuntar todo lo que ocurre. En Supervivientes existe un sistema de envío de material grabado en el que se mandan cada tres horas las tarjetas con todo el contenido directamente al hotel para que se digitalice y se catalogue. Allí, otro equipo de redactores que trabaja en la llamada sala de flujos, una habitación reconvertida en un estudio, edita al cien por cien la tira diaria, mientras que los vídeos de la gala y del access se edita al 50% entre Honduras y Madrid. Lo que sí hacen todos los días es compactar todos los vídeos porque no hay volumen suficiente para enviar todo lo que se graba a lo largo del día. Los redactores ven todos los vídeos que llegan de los Cayos y redactan todo el minutado. Es un auténtico trabajo de carpintería que se repite día tras día.
Cada día de gala, generalmente los jueves, los concursantes reciben la visita del director del programa en Honduras; de la psicóloga, María, que está de guardia las 24 horas del día durante los meses que dura el reality; y del médico, Jorge Cerame, el otro hombre del equipo que vive conectado las 24 horas del día a su walkie talkie. Hasta para tomarse un refresco después de una jornada entera de gala, tiene que estar escuchándolo. Sin Jorge y su compañero, que permanece en las cabañas durante todo el reality, Supervivientes ocuparía titulares día sí y día también. El doctor Cerame es una enciclopedia de los secretos mejor guardados del programa. Llegó a Supervivientes casi por casualidad gracias a un amigo de su primo en el año 2007. Ha visto de todo y ha escuchado de todo. No lo niega: "Hay gente que te oculta cosas porque quiere aguantar a cualquier precio".
Confiesa Cerame que sus momentos más duros en Supervivientes no han sido por lo que les haya podido pasar a los concursantes, pues parte de su trabajo es asegurarse de que no se produzcan esos momentos. Sin embargo, es el médico el que desvela otra de las verdades que nunca se ven de Supervivientes: el vínculo que se genera entre los miembros del equipo cuando pasas seis meses de tu vida año tras año con una familia, digamos, de adopción. De hecho, el momento más duro para Cerame en estos 17 años como médico de Supervivientes fue, sin duda, la muerte súbita de uno de sus compañeros en la última gala de la edición de 2023, al que también tuvo que atender: "Le pasó en la cabaña pared con pared con el enfermero y el desfibrilador. Cuando te toca, te toca". El médico recuerda con cariño a todos sus compañeros que ya no están: "Este año ha fallecido una compañera que era ayudante de realización, Ester; murió un realizador buenísimo y muy buen amigo, Julián; y cámaras, han muerto dos, Mario y Santi Trancho". Porque trabajar en Supervivientes es algo único, pero también lleva consigo una dureza extrema, no sólo por las picaduras, el cansancio o las condiciones climatológicas, sino porque allí sólo tienes a la gente con la que trabajas.
El buen ambiente es constante. Como en cualquier familia, hay sus más y sus menos, sobre todo cuando hay que trabajar en turnos de 12 horas sin parar ni un segundo. El primer turno tiene que estar en el embarcadero a las 05.30 horas de la madrugada. 45 minutos de viaje en una barca a la que denominan "rompehuesos". Llegan a Cayo Menor y a partir de ahí es un no parar. Los días que hay gala, se multiplica por tres. Los días que no la hay y vuelven al hotel, es el único momento de asueto. El buen ambiente, las confesiones, las risas llenan el hotel en el que se alojan. De hecho, todo el equipo vive en las villas del resort, pequeños chalets con su jardín y su intimidad. "Si no lo hiciéramos así, sería imposible, pues vivir seis meses en una habitación del hotel y trabajar prácticamente todo el día, no hay cabeza que lo soporte", explica la productora.
Tanto es así que, hace unos años, se decidió, además de que las villas fueran el alojamiento del equipo, llevar un cocinero español. Desde Mediaset eran conscientes de que tanto tiempo alejados de sus casas psicológicamente era un machaque, "pero si un día comes paella, otro gazpacho, otro una tortilla de patata y otro una empanada, el cuerpo se anima", reconoce Rodrigo Salvador, el cocinero español encargado, junto a un equipo local elegido por él, de alimentar al equipo de Supervivientes. El trabajo de Salvador no es fácil. Lo que él cocine depende de lo que le da el hotel. Reconoce que algunos utensilios de cocina se los ha ido trayendo con el tiempo, pero lo que es la materia prima es toda local. Es decir, si un día quiere hacer un bacalao al pil pil, será imposible, pero puede adaptarlo haciendo uso de imaginación. "Yo dependo un poco de los pedidos que hagan ellos, me voy adaptando y ellos también se adaptan a lo que ven que vamos consumiendo. Es uno de los mayores problemas con los que me encuentro, pues hay mucho desabastecimiento", reconoce. Eso sí, no hay miembro del equipo de Supervivientes que no vea a Rodrigo y no le sonría. Es la persona que más cerca de su tierra les lleva cada día.
Y no es su único trabajo. Todas las recompensas que los supervivientes reciben en cada programa vienen de su cocina. Acostumbrados a que en España tenemos todas las facilidades del mundo para cocinar, en Honduras no es tan sencillo. Hay veces que "lo que me piden es muy complicado". "No tienen en cuenta el proceso. Una vez me pidieron que hiciera en un día 300 torrijas. Les falta saber cómo va esto... En España vas al súper, compras barras de pan, las mojas en leche infusionada, las fríes, y ya está. Aquí hay que hacer el pan desde la harina", explica. Y además de todo esto, para evitar intoxicaciones alimentarias, todo lo que se prepara en la cocina de Rodrigo Salvador se hace el mismo día. No hay nada que se guarde para el día siguiente, "pues las condiciones de conservación dejan mucho que desear".
"Es una vida complicada", afirma Ludeña. "Pero, por otro lado, nos da mucha felicidad porque hacer este programa es el sueño de cualquiera que nos dediquemos a hacer televisión. No hay un formato como Supervivientes, con este nivel de producción y con lo que te permite hacer", asegura. Nadie niega la parte mala de estar a 8.000 kilómetros de tu casa y de tus seres queridos, "pero aquí hacemos una piña, tenemos una nueva familia", aseguran algunos miembros del equipo.
"El equipo es un equipo que se deja la piel durante más de tres meses al año", añade José Ramón Gonzalo. Incluso algunos antes, como es el caso de Kike Félix García, director de Producción, el cual llegó un mes antes de que comenzase Supervivientes -él fue quien recibió al mercante con los generadores y los escoltó hasta Cayo Menor-, y será el último que se marche. Porque el trabajo de Cuarzo y Mediaset no terminará cuando se conozca al ganador de Supervivientes All Stars, después queda el último empujón: recoger todo y que todo quede perfecto.
El día que Supervivientes se marcha de Honduras son muchas las lágrimas. Las de los garífunas, pues el reality da trabajo a decenas de locales durante todos los meses que dura el programa y que tienen la oportunidad de aprender un oficio nuevo, más allá de la pesca, su trabajo el resto del año. Las de la fundación de los Cayos, pues la mayor cuantía para su labor la reciben de Supervivientes. Y, por supuesto, del equipo, que por muchas penurias que pasen, saben que son ellos los verdaderos supervivientes y por los que sobrevive el programa: "Tenemos fe ciega en este equipo".